ABC (Galicia)

Reducir las elecciones madrileñas a cañas y tapas es no enterarse de nada

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JOHN Carlin, de 64 años, es un periodista inglés de prestigio, de padre escocés y madre madrileña y formado en Oxford. Un cronista soberbio, como acredita su deslumbran­te libro sobre Mandela y el rugby. Además conoce España de primera mano, por lo que sorprende su análisis de las elecciones, reduccioni­sta y plagado de topicazos guiris. «Ella les dio cañas y tapas y ellos la impulsaron como primera ministra», titula su crónica en ‘The Sunday Times’, donde concluye que los bares fueron el quid de la victoria de Ayuso: «Consumir cerveza, vino y tapas es el pasatiempo nacional y la razón clave por la que la festiva ‘dama de hierro’ llevó a la derecha española a una gran victoria». Todo se reduce a las tascas. Carlin no dedica una coma a analizar cómo puede haber influido en el resultado la gobernació­n de Sánchez. Se fuma el malestar de los madrileños –y la mayoría de los españoles– ante la alianza con los separatist­as. Se fuma la crisis de caballo y las colas del hambre, con la mayor caída del PIB de la OCDE y un Gobierno que dejó tirados a los pequeños empresario­s y autónomos, sin ayudas directas. Se fuma el hartazgo por los ‘tics’ autoritari­os y el narcisismo del presidente y su desprecio de la verdad. Se fuma el enojo por una campaña donde el ‘progresism­o’ tachó de «fascista» a todo aquel que osaba a pensar diferente. Se fuma la pésima gestión de la pandemia, que tiene como culmen la inhibición de Sánchez tras el fin de la alarma, que levanta sin alternativ­a alguna cuando uno de cada tres españoles continúan en situación de ‘riesgo extremo’ (penosas imágenes en toda España en la madrugada del sábado, mientras el presidente escaqueado le emplumaba su tarea al Supremo).

Pero el mayor interés del artículo radica en que ejemplific­a una vieja y arraigada tendencia de los estudiosos británicos que abordan lo español: una mirada condescend­iente, la del supuesto país sabio que disecciona a un extraño pueblo de hábitos singulares, un tanto montaraces. Soy gran admirador de Inglaterra y los ingleses, pero lecciones, las justas. Si la cosa va de bares, la afición por el bebercio compulsivo de los londinense­s golea a la de los madrileños. Podríamos también hablar del transporte: el metro de Madrid mejora hasta en higiene al insufrible ‘tube’ londinense, y los trenes y carreteras británicos son vetustos. Podríamos hablar de la calidad de vida en las capitales de provincia españolas, que contrasta con la postración y desesperan­za de las ciudades del norte de Inglaterra. Podríamos comparar los ambulatori­os y hospitales de la sanidad pública madrileña con los londinense­s (he sido paciente en ambos y los de aquí les dan unas vueltas). Podríamos hablar del clasismo e hipocresía que emponzoñan a la sociedad británica y de la humanidad de los españoles y sus extraordin­arias redes de cariño y apoyo familiar. Podríamos hablar del llamativo estirón económico de Madrid, superando a Cataluña y liderando España... En fin, que podríamos aparcar los tópicos del papi listo británico y los curiosos locuelos del Sur y trascender el chascarril­lo de las birras y tapas.

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