«Ayuso conecta con la gente porque es sencilla y sabe escuchar al tiempo que se rodea de perfiles válidos», destacan en el PP
siendo socios, en lugar de atacar a la izquierda. Pero no lo entendíamos ni nosotros, ni los propios de Ciudadanos que venían a decirnos que estaban estupefactos», comenta una dirigente popular.
«Siempre nos llevamos mal»
El pulso de Aguado a Díaz Ayuso arrancó en el primer minuto y continuó hasta el último alumbrando constantes polémicas en un triángulo que cerraba Rocío Monasterio (Vox). El exvicepresidente madrileño obligó a la presidenta a tragar con Ángel Garrido, como consejero de Transportes. Un mes después apoyó la comisión de investigación sobre Avalmadrid para intentar implicar al padre de Díaz Ayuso. Era solo el principio. «Nos hemos llevado mal siempre», acabó diciendo en una entrevista televisiva la dirigente popular. Hasta en esto confrontó Aguado. «Yo nunca me he llevado mal con ella», dijo desde su Twitter.
El exvicepresidente la acusó de traición y de no cumplir su palabra. Pero frente a Ayuso su versión nunca fue convincente. «Ella tiene varios elementos que le permiten ganarse a la gente como ser sencilla, normal y escuchar a los demás. Pero además tiene otros elementos que permiten perdurar a un político como saber rodearse de gente muy válida», reflexiona una dirigente popular.
Cuando adelantó elecciones y tocó definir las candidaturas, la imagen de Aguado estaba absolutamente hundida. «Su valoración era peor que la de marca Ciudadanos», recuerda un dirigente naranja. Se había suicidado políticamente al confrontar permanente con Díaz Ayuso. Trasladó una imagen de deslealtad que la presidenta espoleó con habilidad utilizando la moción frustrada de Murcia. «Hace tiempo que era consciente de que no tenía apoyos, de que ellos preferían pactar con el PSOE, con Moncloa», alimentó, después de comunicar el adelanto electoral. Los ecos de esa deslealtad siguen resonando en las redes sociales pese a que Aguado está completamente fuera de los focos.
Una misión kamikaze
El escenario era el más adverso posible. Las encuestas daban alrededor de un 2 por ciento de voto para Ciudadanos y su expulsión de la Asamblea madrileña. La misión era kamikaze y un encargo así solo se asume por compromiso o lealtad con la marca, no por estrategia política.
Descartado Aguado que, pese a todo, intentó presentarse en un primer momento, Inés Arrimadas encargó la tarea a Edmundo Bal. Intentó resistirse pero no había nadie más. Bal terminó aceptando la misión desesperada de que Ciudadanos no fuera borrado del mapa madrileño. Pero el desgaste de la marca era y es tan fuerte que las posibilidades de remontar hasta un único escaño probablemente nunca existieron. A ello se unió que la candidatura de Pablo Iglesias acabó siendo tan letal para Ciudadanos como lo fue para la izquierda. Su presencia y la polarización que introdujo llevó a los votantes de centro y de derecha a querer maximizar la utilidad de su voto frente a lo que vieron como un intento de asalto
JOSE RAMON LADRA
a Madrid. La formación naranja aparecía en todas las encuestas por debajo del mínimo necesario para entrar en la Asamblea. Era lo equivalente a tirar el voto en el momento en que el electorado más ha querido maximizarlo.
Los votos de Ciudadanos se duplicaron sobre los previstos si Aguado hubiera sido el candidato pero hacía falta mucho más. Bal es otro nombre en la lista de víctimas de Díaz Ayuso aunque su misión era tan kamikaze que la dirección del partido ha reco
De vicepresidente a nada
Aguado fue otra víctima del plan de buscar la guerra permanente con Ayuso. Un camino que no entendieron ni propios ni extraños nocido su esfuerzo dándole entrada en su núcleo duro.
La pregunta es ¿y ahora qué? Isabel Díaz Ayuso no tiene una gestión fácil por delante porque además de fondos europeos va a llegar también el tiempo de los ajustes. Pero todos sus rivales están completamente desarmados y, a puerta cerrada, reconocen que dos años no es tiempo suficiente para vencerla en las urnas. Sí, quizás, para intentar una suma que la expulse del gobierno. Pero esa fue la cicuta que acabó bebiendo Iglesias.