Señor de Barcelona
▶ Hunde a Verstappen en la estrategia y logra su quinta victoria consecutiva
Como si saliera al jardín de su casa, Lewis Hamilton se exhibe imperial en Barcelona. Es su pista talismán, cinco triunfos consecutivos con el de ayer. «Me siento genial aquí, quiero saludar antes que nada a los aficionados, es una alegría teneros aquí», dice el británico levantando la mano hacia la grada de Montmeló, primera carrera con seguidores. Pocas veces un piloto (Michael Schumacher en Magny Cours) es capaz de mostrar semejante hegemonía. Carrera táctica, aburrida, de neumáticos y paradas, en la que los españoles no acaban contentos. Carlos Sainz finalizó séptimo, una posición peor que la de salida, y Fernando Alonso se desplomó en el tramo final, sin ruedas y con mala estrategia para pelear. Decimoséptimo.
El circuito de Montmeló lleva treinta años en el calendario, la organización es modélica, a los pilotos les seduce Barcelona y el sol del Mediterráneo, se sienten confortables y agradecidos en España, pero hay que convenir que el diseño de la pista es uno de los mayores peñazos del Mundial.
Año tras año, es inevitable la misma secuencia de comentarios. Imposible adelantar, solo con la estrategia, la misión en la paradas, aquí no hay manera... Comentarios de los pilotos respecto a las opciones de esta pista, que por el motivo que sea no permite la diversión de carreras animadas.
Sainz, séptimo
El gran premio consistía en dos enclaves, la salida y la táctica. Una invitación al muermo si en la arrancada no sucedía algo especial. Partido a la italiana, ‘catenaccio’ puro y duro, y cierto sopor en espera de que los mecánicos acertasen con las pistolas, los elevadores, el pulso de los neumáticos. Y, sobre todo, que los cerebros de la estrategia atinasen con el desgaste de las ruedas y el paso por los garajes.
Verstappen aportó el aliciente que cabía esperar de su energía y juventud en una puesta en escena impetuosa, que pudo llevarse a Hamilton por delante. Conservó la calma, veterano al fin y al cabo el británico, para no tronchar su tarde en un arrebato de rabia.
El coche de seguridad por el incidente de Tsunoda, el japonés que se ofusca con frecuencia, no alteró gran cosa la tarde plomiza, que tenía pinta de resolverse en la calle de boxes, según designios de ingenieros y telemetrías, y no en la pista, según el interés de los seguidores.
Carlos Sainz no hizo una buena primera vuelta y por ahí se hundió su deseo de soñar con el podio, o al menos escalar a la espalda de Red Bull y Mercedes. Ferrari se percató pronto de que una sola parada era un suicidio por el desgaste de los neumáticos amarillos y por ahí el español se mantuvo en ese vagón central, en el que ni chicha ni limoná.
Fernando Alonso tuvo que lidiar contra los neumáticos frescos de Stroll, a quien controló desde el principio para avistar al final de la tarde una décima o novena posición que le reportase puntos y confianza. Estaba en esas el asturiano hasta que el vuelta a vuelta decretó que era imposible mantener posiciones hasta el final con las ruedas amarillas. A última hora, cuando era décimo, el español perdió todo lo que había conseguido por la tardía reacción en el muro de Alpine. Ocon también cedió: salió quinto, terminó noveno por el mismo motivo.
La victoria en Barcelona se dilucidó en los parecidos términos. Mercedes comprendió que había que parar más veces para ir más rápido, y en el segundo ‘stop’, con neumáticos frescos, Hamilton se merendó a Verstappen con suma facilidad. El neerlandés, sin embargo, discrepó de esta visión. «Cualquier estrategia hubiera dado igual. El problema es que éramos muy lentos». Por fallar, falló hasta la velocidad de los mecánicos cambiando ruedas (cuatro segundos).
Buen desempeño de Leclerc, solvente en el Ferrari, sobre todo el sábado, clave para acabar hoy cuarto. Y lo mismo para Ricciardo, que al fin se impone a su compañero Norris con el McLaren.