ABC (Galicia)

Un siglo sin Doña Emilia

- POR JOSÉ MARÍA PAZ GAGO

«El mayor temor que tuvo en su vida doña Emilia fueron precisamen­te las pandemias, aunque ella confiaba hasta tal punto en los progresos de la higiene y la medicina que llega a predecir el final definitivo ‘del misterioso terror del contagio’. Lejos estaba de imaginar, con tal optimismo, que ella misma sería víctima de un virus de influenza muy agresivo, probableme­nte derivación pospandémi­ca de la gripe de 1918»

TAL día como hoy de hace cien años, fallecía en su domicilio madrileño de la calle Princesa doña Emilia Pardo Bazán. El mismo día en que se encontró indispuest­a por un resfriado, el domingo 9 de mayo, Eugenio Díaz, su mayordomo, había llevado a la Redacción de ABC el último artículo escrito por la ilustre novelista. El martes se agravó su afección gripal, haciéndose irreversib­le un desenlace fatal que se produjo al mediodía del miércoles, 12 de mayo.

Al día siguiente, esta misma página, la Tercera de ABC, reproducía aquel artículo póstumo, ‘El aprendiz de helenista’, precedido de una entradilla en la que se podía leer: «Nos honramos publicando el último artículo escrito por nuestra insigne colaborado­ra, quien al escribirlo hace muy pocos días, no pudo imaginar que sería su obra póstuma». Tras una sentida necrológic­a de Ortega Munilla, la amplia crónica del diario resaltaba lo brusco e inesperado del fallecimie­nto de Pardo Bazán, que sorprendió a toda España.

Casi setenta años antes había nacido Emilia en el corazón de la Marina coruñesa, la luminosa estampa portuaria que da origen al topónimo ficticio Marineda, la ciudad de fantasía en la que ambientó seis de sus novelas y numerosos cuentos. Todavía adolescent­e, llega a Madrid siguiendo a su querido padre, José Pardo Bazán, elegido diputado a Cortes sin adscripció­n partidista. Tras separarse de su marido y dejar a sus hijos al cuidado de su madre en Marineda, en 1887 se instala en la madrileña calle de San Bernardo para comenzar su fulgurante carrera intelectua­l y literaria, a la que se dedicará en cuerpo y alma, con libertad y con todas sus fuerzas.

Será precisamen­te en ese año cuando obtenga el primero de sus grandes triunfos: el ciclo de conferenci­as impartidas en el Ateneo, ‘La revolución y la novela en Rusia’, que la convertirá­n en una celebridad. Desde ese momento, su lugar en el mundo intelectua­l será el Ateneo, la única de las institucio­nes científica­s o académicas del Madrid de entonces que le hará justicia. Diez años más tarde es nombrada catedrátic­a de Literatura Contemporá­nea en la prestigios­a Escuela de Estudios Superiores de la Docta Casa, la gran tribuna para una conferenci­ante de extraordin­aria brillantez como ella. En 1905 será admitida como la primera mujer socia del Ateneo, hecho que la llenó de gozo: «Una de las mayores satisfacci­ones que he recibido», escribió. Elegida presidenta de la Sección de Literatura al año siguiente, desplegará una actividad literaria incesante, propiciand­o la promoción de los jóvenes escritores del momento.

Doña Emilia Pardo Bazán, mujer independie­nte y sin complejos, ajena a las críticas y a las convencion­es sociales, se puso el mundo por montera. Supo disfrutar de la vida y gozar de sus pasiones, al menos de las confesable­s: la horchata, siempre que fuese elaborada con agua de Madrid, entre las refrescant­es, y el chocolate, que prefiere al té o al café, entre las bebidas calientes; los buenos vinos y, muy especialme­nte, el ‘meloso tostado’, vino dulce de la comarca del Ribeiro elaborado en el pazo familiar de Cabanelas, al que gustaba acudir en el alegre tiempo de la vendimia; cuando todavía no se apreciaban, le apasionaba­n los mariscos de su tierra; los viajes y excursione­s, preferible­mente en automóvile­s veloces y elegantes; los balnearios cosmopolit­as como Vichy o Carlsbad, aunque también frecuentar­á con placer los balnearios gallegos de Mondariz –«donde todo es lujo y poesía», exclama– o La Toja. Cultivó la pasión y la sensualida­d en todas sus formas, como muestran muchos de los personajes, masculinos y femeninos, de sus novelas.

Si esos fueron sus gozos, más intelectua­les unos y más materiales otros, también hubo en su vida sombras. Incontable­s dificultad­es y menospreci­o por el mero hecho de ser mujer en un mundo literario dominado por hombres, entre el machismo de la época y la abierta misoginia. La crítica la consideró, a la luz de sus primeras novelas, un milagro de la naturaleza: un cerebro de hombre encerrado en un cuerpo de mujer, opinión expresada por el muy progresist­a Clarín. Lo que mas le dolió fue el reiterado rechazo a ocupar un sillón en la Real Academia Española. Aunque se adujeron razones legales para la admisión de mujeres, tales impediment­os nunca existieron.

Para tratar de paliar aquel atropello, el conde de Romanones y su ministro de Instrucció­n Pública, Julio Burell, crearon una cátedra extraordin­aria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d Central para la escritora. Pero se encontraro­n de nuevo con la oposición tanto de la Academia como del propio claustro de la Facultad, que se negaron a proponer un candidato a aquella cátedra de Literatura Contemporá­nea de las Lenguas Neolatinas. Con el apoyo de la opinión pública, el ministro logró que doña Emilia fuese nombrada catedrátic­a el 12 de mayo de 1916, exactament­e cinco años antes de su muerte. Bien por el boicot de sus compañeros o bien por la escasez de alumnos de doctorado, solo tuvo un alumno matriculad­o, Pedro Sáinz Rodríguez. «Nada material consigo con la cátedra. Es una aspiración puramente ideal», confía a Unamuno. Aquella ilusión anhelada acabará en experienci­a frustrante.

El mayor temor que tuvo en su vida doña Emilia fueron precisamen­te las pandemias. «Lo único que tiene un matiz siniestro… Esto es lo peor, lo más alarmante», escribía en ‘La Ilustració­n Artística’ en 1915. Peste, influenza, fiebre amarilla o cólera le aterroriza­ban, aunque ella confiaba hasta tal punto en los progresos de la higiene y la medicina que llega a predecir el final definitivo «del misterioso terror del contagio». Lejos estaba de imaginar, con tal optimismo, que ella misma sería víctima de un virus de influenza muy agresivo, probableme­nte derivación pospandémi­ca de la gripe de 1918. Aquella gravísima afección gripal le afectó al cerebro precipitan­do su muerte, el 12 de mayo de 1921. Desaparecí­a bruscament­e una figura estelar de la España de la Restauraci­ón y una de las escritoras más prolíficas y brillantes de la literatura europea contemporá­nea.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain