Trabajo meticuloso
Con todo, insiste Juan José Álvarez, experto en fiscalidad de Asaja, lo más efectivo sería considerar «prioritario» el sector agrario en los planes de vacunación. Pero el campo, denuncia, necesita mucho más: «Políticas que ayuden a fijar a la población, apoyos para los jóvenes y las mujeres, cambios fiscales...».
Salitre en las venas
Tan fatigoso como trabajar en el campo es hacerlo en la mar, por eso cada vez cuesta más enrolar a tripulación nueva a bordo de embarcaciones pesqueras y mercantes. Joseba Arego, fundador de Pesqueros Hermanos Arego y patrón del cerquero ‘Nuevo Atxarre’, lleva faenando desde los 15 años, entregado a un oficio que aprendió de su padre. A sus 60 años, aún no quiere dejar un empleo que para él es casi un hobby. «Mi padre nos dio todas las oportunidades para que no tuviéramos un trabajo tan sacrificado. Pero cuando te entra el salitre en las venas…», justifica. Arego tiene suerte, porque uno de sus hijos va a seguir con el negocio familiar, pero asegurar el relevo generacional es uno de los grandes retos que tiene por delante el sector pesquero patrio. Las embarcaciones actuales son más cómodas, hay internet y la tripulación no tiene que pasar tantos meses fuera de casa como antes, cuando muchos pescadores acababan felicitando las Navidades y cumpleaños a sus hijos por radio.
«Muchos jóvenes que salen de las escuelas de navegación acaban en la náutica de recreo porque da más prestigio social. Nos cuesta encontrar jefes de máquinas, entre otros puestos titulados, pese a que los sueldos que se pagan son bastante altos. Entonces, al final se acaban desguazando barcos o dejándolos parados en los muelles», lamenta Rosa Meijide, responsable del Servicio de Formación de la Cooperativa de Armadores de Vigo. «El problema es que hay mucha incertidumbre, mucha gente no ve futuro en la pesca. Y yo creo que sí lo tiene, pero si está bien gestionada», zanja Arego.
Aunque en España hay cuatro millones de parados, a las navieras también les cuesta despertar nuevas vocaciones para manejar los grandes buques mercantes, porque, si bien las condiciones han mejorado mucho, siguen siendo duras. De hecho, la mayoría de los puestos incluidos en el Catálogo de Ocupaciones de Difícil Cobertura que elabora trimestralmente el SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) tienen que ver con empleos de este sector con un alto grado de especialización: oficiales, mecánicos, jefes de máquinas... «Incluir las vacantes en este catálogo es la forma más rápida de poder recurrir a mano de obra extranjera. En nuestros barcos hay un alto grado de internacionalización, porque al final abaratar costes en este sentido es la forma de poder competir con las grandes navieras. Antes se contrataba personal de los países bálticos, pero la comunicación a bordo es clave, por lo que solemos recurrir a hispanoamericanos. Paradójicamente, en España hay siete escuelas superiores de náutica y muchos de nuestros profesionales acaban en Japón o Reino Unido», apuntan desde el Colegio de Oficiales de la Marina Mercante, que añaden que cada vez hay menos tripulación y con más responsabilidades.
Considerados esenciales al principio de la pandemia, los profesionales del mar –unos 35.000 según datos del Instituto Social de la Marina– lamentan que se hayan olvidado de ellos al poner en marcha el plan de vacunación. El País Vasco ha sido la primera comunidad que ha atendido la petición de su flota, aunque también entra en los planes inmediatos de Cantabria y Galicia.
En algunas sastrerías no encuentran personal para cubrir puestos como oficial, bordador, camisero...
La amenaza no se antoja lejana: los primeros casos de la variante india registrados en España afectaron a marineros de un buque atracado en Vigo.
Otros oficios más artesanales agonizan porque, en muchas ocasiones, acaban imponiéndose piezas elaboradas de forma industrial a precios más competitivos. Por eso cada vez cuesta más encontrar buenas costureras, camiseros, bordadores, cesteros, esparteros… «Actualmente, que se habla tanto de proteger el planeta, de las fibras naturales y de lo ecológico y sostenible, no hay mejor excusa para fomentar estos oficios ancestrales, que al fin y al cabo son cultura y parte de nuestra propia historia», señala Agustín García, presidente de la Asociación Española de Sastrería y dueño de la sastrería Serna. «Hay que dar a conocer el oficio, es difícil que la gente joven quiera dedicarse a algo que desconoce. A día de hoy no hay formación ni titulación oficial», puntualiza este artesano. Puestos como los que antes ocupaban camiseros o planchadores ya son historia. La sastrería Serna sigue contando con una bordadora de confianza, pero muchas empresas textiles acaban mandando sus piezas al extranjero para que sean rematadas allí.
La competencia exterior
También la cestería, otro oficio ancestral, agoniza, incapaz de competir con la oferta internacional. En Villoruela (Salamanca), hace décadas, prácticamente todos los jóvenes sabían trabajar el mimbre, vara a vara, para dar forma a cestas, sillas y sillones. Lo que comenzó siendo una ayuda para muchas economías familiares que vivían del campo, acabó convirtiéndose en la principal vía de subsistencia de sus habitantes. Hoy, calcula el alcalde, Florentino Hernández, apenas quedan 30 artesanos: «Mucha gente joven se ha ido del pueblo, y el conocimiento de la cestería pasa de generación en generación, de padres a hijos», añade el regidor. Él conoce bien el sector, puesto que durante años regentó una empresa que vendía productos de mimbre. «Exportábamos a Francia y Alemania, pero ya no se cultiva tanto mimbre, se empezaron a importar fibras más baratas y productos y se estropeó el mercado. Con eso no se puede competir».