En 2019 se lanzaron a la órbita baja unos 400 objetos, más de dos tercios con finalidad comercial
Mandar hoy un satélite al espacio cuesta 25.000 euros por kilo frente a los 100.000 de hace dos años
Open Cosmos cree que estos satélites de órbita baja tienen muchas más aplicaciones prácticas: «Son clave en cuatro grandes ámbitos. El primero, la observación terrestre: nos permiten vigilar el cambio climático, monitorizar la producción agrícola, controlar la deforestación... También son útiles para las telecomunicaciones, donde funcionan desde hace años los satélites geoestacionarios, con la ventaja de que los aparatos que están en órbitas bajas tienen un retardo menor. Asimismo, mejoran la navegación, al dar información más exacta sobre la situación de cualquier objeto. Y ayudan a proyectos científicos y de experimentación sobre el desarrollo de materiales o el origen del universo».
La gran fortaleza de los satélites de telecomunicaciones, coinciden todas las empresas del sector, es su capacidad para llevar internet a zonas remotas, con baja densidad de población, donde el coste de desplegar redes terrestres se multiplica. «Tras el 11-S se vio que no todo puede depender de comunicaciones terrenales. Con estas infraestructuras satelitales podemos ofrecer servicios casi idénticos a los de las ciudades, compatibles con el 5G y, sobre todo, el internet de las cosas, en lugares remotos donde no existen este tipo de comunicaciones. Y eso puede cambiar la estructura del mundo moderno tal y como lo entendemos», destaca Sanpera. El directivo de Sateliot añade que, gracias a minisatélites como los que operan ellos, proyectos futuristas como los cultivos inteligentes, sistemas de seguimiento para especies en extinción o chalecos geolocalizadores destinados a pescadores son ya una realidad.
Un derecho del siglo XXI
La conectividad mundial, vaticina Abad, será fundamental en el siglo XXI, incluso «formará parte de los derechos fundamentales de las personas». «Pensemos en cómo están avisando a la gente para vacunarse del Covid-19. Por mensaje de texto. ¿Alguien se ha preocupado por ver si todo el mundo tiene acceso a un móvil o a internet? En el fondo, la idea que subyace es que la conectividad es un derecho más, y solo nos podemos relacionar en este estado digital si estamos conectados. Por eso, los sistemas espaciales son tan importantes y se está hablando tanto de llevar el 5G a zonas remotas y rurales.
Y ya no solo las personas se van conectando, sino también las cosas», destaca.
No obstante, señala el CEO de Sateliot, es importante que estas nuevas compañías privadas que operan en el espacio sepan que su capacidad de crecimiento no es infinita: «Se puede llegar a la saturación, por eso es importante controlar los lanzamientos». Antes, recuerda Sánchez-Arriaga, el sector estaba en manos de las grandes agencias espaciales y unas pocas compañías privadas que enviaban al espacio un número limitado de objetos con una fiabilidad muy alta. «Ahora hay muchas compañías lanzando minisatélites y se relajan los requisitos de fiabilidad. Y eso es un problema, porque los satélites inoperativos o restos de estos se quedan orbitando e incrementan la basura espacial», lamenta este experto.
Sin embargo, advierten desde Open Cosmos, aunque el espacio cada vez se haya democratizado más, no todo el mundo puede poner un satélite en órbita. «Lo primero que hace falta es viabilidad tecnológica, superar una serie de test y pruebas. Después hay que solicitar licencias al país desde el que vas a operar y pedir también un permiso para las frecuencias de telecomunicaciones que vas a usar con el objetivo de que no haya interferencias», plantea el máximo responsable de la compañía.
La preocupación por la saturación espacial que tienen desde hace años los científicos y las agencias espaciales internacionales es compartida también por muchos operadores del sector. «No podemos olvidar que el espacio es un entorno a proteger, que hay que hacer sostenible con mejores tecnologías», recuerda Jordá.
La nueva era espacial
‘Jubilar’ un satélite geoestacionario, cuenta Abad, no supone grandes problemas. Cuando un satélite como el Meteosat, que opera a 36.000 kilómetros de altitud, acaba su vida útil, se envía aún más arriba, a un espacio denominado órbita ‘cementerio’, donde no interfiere con ningún otro objeto. En las capas más cercanas a la Tierra, en cambio, no es posible realizar este movimiento, puesto que el tráfico es más intenso y en la extensa capa superior, la órbita media, operan también otros satélites, principalmente aquellos relacionados con la navegación, como el europeo Galileo o el GPS estadounidense.
Por eso, insiste Sánchez-Arriaga, es importante, además de seguir trabacapitanea
A toda velocidad
Los satélites se mueven a velocidades muy altas, de siete kilómetros por segundo, por eso incluso un fragmento ínfimo puede provocar un gran daño jando en labores de vigilancia para evitar colisiones, combinar dos estrategias: diseñar satélites que incorporen tecnologías que les permitan volver a la Tierra y limpiar las órbitas más congestionadas.
Un espacio más verde
«En Europa, hay una gran conciencia medioambiental. Muchos satélites de órbita baja decaen de forma natural y se destruyen al reentrar en la atmósfera», plantea Jordá. El problema es que, antes de caer, los satélites pueden estar unos años, estima Sanpera, flotando de forma pasiva en un entorno que está ya muy castigado por el exceso de desechos, pese a la recomendación de los organismos internacionales de desorbitar los aparatos en 25 años. «En nuestro caso, además, hemos dedicado mucho esfuerzo y recursos a crear un software que nos permita que los satélites dejen de ser un aparato pasivo y podamos operarlos para evitar colisiones o cambiarlos de órbita».
Iniciativas en este sentido no faltan. El consorcio europeo E.T.PACK, coordinado por la Universidad Carlos III de Madrid, donde participan las compañías españolas Sener Aeroespacial y ATD, está desarrollando una especie de ‘salvavidas’ que permita a los satélites volver a la Tierra cuando acaban su vida útil. «Usamos una cinta de aluminio de cientos de metros para producir una resistencia electrodinámica que hace que la altura disminuya progresivamente y el satélite caiga en la atmósfera terrestre en meses. Además, funciona de forma autónoma al satélite, por si hay un fallo del mismo», apunta el coordinador del proyecto E.T.PACK., que planea realizar un vuelo de demostración en 2025.
Más costoso aún que crear satélites ‘verdes’ es idear proyectos para capturar y reducir la basura espacial. En 2019, la Agencia Espacial Europea anunció la puesta en marcha de la misión ClearSpace, la primera que busca eliminar «objetos inactivos» de la órbita terrestre. En 2025, según sus previsiones, debería estar ya en el espacio la nave ClearSpace-1, que, gracias a sus tentáculos metálicos, puede atrapar los escombros espaciales y desviarlos a una órbita menor para que se destruyan al entrar en la atmósfera terrestre.
«Además de desarrollar nuevos sistemas para recoger y eliminar la basura, sería necesario revisar la regulación, porque no está hecha para el nivel actual de lanzamientos», sentencia Antonio Abad. Nos jugamos mucho más que el futuro de una nueva carrera espacial.