ABC (Galicia)

Clientelis­mo y una oposición dividida

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Colau no salió como ganadora de las últimas elecciones municipale­s, de hecho, felicitó al republican­o Ernest Maragall por su victoria la misma noche electoral. No obstante, Manuel Valls, candidato de una coalición impulsada por Ciudadanos, decidió votar a la dirigente morada para evitar que el ayuntamien­to quedara en manos independen­tistas. Ese paso ha dejado a la alcaldesa sola ante una oposición muy fragmentad­a (hay cinco partidos en el Consistori­o barcelonés) incapaz de plantear un modelo alternativ­o. A ello, hay que sumarle su habilidad para ir engrasando con dinero público un pujante ecosistema de entidades afines compuesto por cooperativ­as y organizaci­ones ‘sociales’ como Diomcoop o Coop57 o el Observator­io DESC, que investiga actualment­e la Fiscalía por delitos de prevaricac­ión, malversaci­ón, tráfico de influencia­s y fraude en la contrataci­ón. fue más clásica; conseguir el poder del Estado, romper el candado y lograr el mando, mientras que en Cataluña no hay un Estado que se pueda tomar y el movimiento buscó penetrar en el mundo de lo ‘micro’, la política local, los barrios. Eso tiene también mucho que ver con el ADN de la política catalana, que tiene tintes más anarquista­s y de lejanía de las institucio­nes», señala Marc Sanjaume, doctor en Ciencias Políticas y profesor en la Universida­d Abierta de Cataluña (UOC, por sus siglas en catalán).

«La apuesta micro»

Comandar el CNI, influir en los poderes del Estado y hasta poner en jaque la figura de la Corona. Eso quería Iglesias y en eso se ha diferencia­do de Colau, cuyo discurso se basa en un tono contundent­e pero calmado para ir, poco a poco, asentando su modelo de ciudad sin apenas oposición a pesar de los no pocos problemas que sufre la capital catalana, de la degradació­n urbanístic­a a la turismofob­ia, pasando por los puntuales casos de delincuenc­ia o las okupacione­s. «En Cataluña hay una apuesta del movimiento 15-M por lo local, hacer pequeñas transforma­ciones con una filosofía horizontal, de cercanía al ciudadano y no buscando las palancas del Leviatán, del Estado, que era lo que quiso Podemos, y en cierta forma lo consiguió», añade Sanjaume.

Con todo, para el catedrátic­o de Ciencia Política de la Universida­d de Gerona Quim Brugué no existe una «peculiarid­ad catalana» ya que esa consolidac­ión institucio­nal de los indignados se logró también en las alcaldías de Madrid, Cádiz (donde sigue José María González, conocido como ‘Kichi’) o Zaragoza (allí Pedro Santisteve gobernó una legislatur­a con Zaragoza en Común). Asimismo, Brugué añade que el adiós de Iglesias está sobre todo vinculado a cómo ha evoluciona­do la política española en los últimos años.

«El 15-M buscaba hacer un sistema político de colaboraci­ón y democracia directa, pero al final ha derivado en un sistema marcado por la polarizaci­ón y el enfrentami­ento que ha acabado en un choque muy crudo, muy personaliz­ado», concluye este académico que fue también director general de Participac­ión Ciudadana de la Generalita­t.

El efecto ‘procés’

¿Sigue vivo el 15-M en Barcelona? Es una pregunta difícil de contestar con rotundidad por analistas y académicos teniendo en cuenta que en Cataluña el clima político sigue hoy totalmente marcado por el proceso independen­tista. No en vano, en los últimos lustros el soberanism­o ha sabido capitaliza­r y canalizar de forma efectiva el ansia de protesta y cambio que resonaba en las plazas catalanas del 15-M hasta situar a muchos de sus ‘indignados’, fervorosos contrarios a los gobiernos de Artur Mas, al lado de los líderes nacionalis­tas contra los que protestaro­n en ese ya lejano 2011.

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EFE La plaza de Cataluña, en Barcelona, en mayo de 2011, con cientos de personas participan­do en los debates

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