ABC (Galicia)

«EL ASCENSOR SOCIAL NO ES LA EDUCACIÓN, SINO LA EMPLEABILI­DAD»

Ha facilitado acceso a 600 millones de hispanohab­lantes a la mejor formación ejecutiva del mundo

- Por JOHN MÜLLER

Pablo Rivas (Pozuelo, 1984) está acostumbra­do a figurar en rankings. Aparece en en el de los 100 líderes económicos del futuro, en el de los 100 líderes más innovadore­s y creativos de una revista y su empresa, Global Alumni, fue elegida en su momento como una de las cinco mejores ‘startup’ del mundo. Su éxito es un fruto inesperado del caso Gürtel. Rivas era un joven concejal del PP en un ayuntamien­to tocado por la corrupción, lo que le llevó a abandonar la política. Se perdió un político, pero el mundo ganó un emprendedo­r extraordin­ario. Hoy su firma tiene más de medio centenar de empleados y se dedica a digitaliza­r en español los contenidos educativos de las mejores universida­des del mundo.

—Esta sección se llama ‘Voces contra la Crisis’, ¿qué nos puede enseñar un joven al respecto?

—Nací en 1984 y siempre he vivido en crisis. Apenas nos incorporam­os al mercado laboral estalló la de Lehman Brothers, con lo cual yo siempre he vivido en crisis con algún destello de bonanza. Por tanto, tenemos una mentalidad de crisis permanente, eso hace que tengas una economía de guerra, de aprovechar cualquier oportunida­d, cualquier recurso, cualquier cosa que te den. Creo que somos una generación fuerte mentalment­e porque siempre ha vivido en crisis, es importante tener en cuenta esa aproximaci­ón.

—¿Qué tipo de crisis es la que tenemos ahora?

—Una tormenta perfecta con cinco crisis: una crisis demográfic­a, con una pirámide de población envejecida, tanto en Europa como en

EE.UU. que condiciona nuestra economía y nuestra fuerza laboral, y que genera tensiones migratoria­s importante­s. Tenemos una crisis económica, con una inflación que no somos capaces de controlar tras 15 años de estar imprimiend­o moneda. Además, una crisis tecnológic­a. Estamos cambiando de una economía analógica a una digital, donde ya empezamos a ver en la cuarta revolución industrial temas como la Inteligenc­ia Artificial (IA) que nos abre un mundo diferente. En cuarto lugar, tenemos una crisis de empleabili­dad que va a generar tensiones sociales sobre las personas, sobre nuestra capacidad de trabajo. Hay profesione­s que van a dejar de existir y nuevas profesione­s donde se va a polarizar el mundo entre los superbien remunerado­s y los muy mal remunerado­s, esto es, los que sean capaces de resolver problemas complejos y los que no. En quinto lugar, tenemos una crisis existencia­l social de valores. El mundo nos ha cambiado de forma muy rápida y no tenemos claro cuáles son los cimientos sociales de cómo queremos que sea la relación tanto entre países como entre nosotros mismos.

—¿Cómo se le ocurrió fundar Global Alumni?

—En 2013, me di cuenta de que cada vez más profesiona­les se estaban quedando atrás en el tema de la transforma­ción digital y que hacía falta mejorar la empleabili­dad de millones de profesiona­les en el mundo, fundamenta­lmente en español. El siguiente paso fue presentar una propuesta de valor a las mejores universida­des del mundo, Harvard, MIT, Berkley, Stanford. Les propusimos digitaliza­rse y les ofrecimos hacerlo en español para llegar a nuevos mercados, ayudándole­s con la transforma­ción digital para llegar a sitios donde no estaban. De la cosa que estoy más orgulloso en la vida aparte de mis hijos es de que con Global Alumni hemos derribado esa barrera y ya no hay vuelta atrás. Es un cambio enorme, hablamos de incorporar a 600 millones de hispanohab­lantes a la Executive Education, darles acceso a una formación a la que antes no podían llegar.

Cambio de paradigma «HAY QUE REINICIAR EL MODELO ESPAÑOL DESDE CERO. NO HACEN FALTA TANTOS FUNCIONARI­OS, NI TANTO SECTOR PÚBLICO, NI TANTOS POLÍTICOS»

—¿Qué es lo que más nos gusta de las universida­des extranjera­s?

—Probableme­nte lo que más nos guste es su impacto, su capacidad investigad­ora, su posición en rankings, la calidad de su profesorad­o, que siempre están a la vanguardia innovando. Las universida­des con las que trabajamos son las más reconocida­s, las más respetadas, las que más innovan. El MIT, por ejemplo, aparte de miles de patentes anuales, premios Nobel e incluso la creación de internet, es la institució­n que lleva escribiend­o todas las líneas de tecnología del futuro de la humanidad de los últimos 100 años.

—Usted dice que las universida­des ya no son la principal fuente de conocimien­to y que «Google sabe más que ellas», pero las biblioteca­s también existían y no todos las usaban. —Gracias a internet el conocimien

to se ha ‘comoditiza­do’, es decir todo el mundo puede acceder a él de forma gratuita o casi gratuita. Con lo cual eso ya no es una barrera, al contrario que las universida­des o las biblioteca­s del pasado. Además, hay una revolución que es la IA que es interesant­e mencionar. La IA, al contrario que Google que podía ser lineal, donde tú le preguntaba­s una cosa y el buscador te respondía, es capaz de acumular distintas fuentes y llegar a una conclusión lógica, no muy distinta a la que podría dar un ser humano usando fuentes muy diferentes. Por ello, lo que es importante es cómo somos capaces de unir, usar, entender y aplicar el conocimien­to. Más importante que el conocimien­to en sí mismo es la evolución del mismo lo que nos permite avanzar.

—El pedagogo José Antonio Marina dice que la tecnología está anulando el pensamient­o crítico. ¿El problema es pensar menos o pensar mal?

—El problema es que cada vez pensamos menos porque razonamos menos. Las respuestas que damos son cada vez más buenistas, para quedar bien, por el qué dirán o el qué pensarán. Parece que no se puede tener un pensamient­o crítico o simplement­e diferente. Eso está destruyend­o una parte de la genuinidad del pensamient­o diferente que, a veces, puede ser más acertado si el que lo desarrolla lo hace desde una base de conocimien­tos profunda. Y cada vez reflexiona­mos menos, por tanto, pensamos peor y las respuestas que damos cada vez son más generales.

—¿Comparte la preocupaci­ón del manifiesto que pide una moratoria sobre la inteligenc­ia artificial?

—Los creadores son muy pocos, pero el que crea algo tiene que entender cuál es el impacto que puede tener y si no a lo mejor lo que tiene que hacer es posponer esa creación. No puede buscar solo el lucro, tiene que tener más variables en su ecuación. Cuando yo cree Global Alumni sólo tenía una obsesión: quería derribar las barreras idiomática­s porque no podía entender que dejáramos a 600 millones de personas, que son los hispanohab­lantes, detrás. Y esto se lo expliqué al MIT y a Harvard y hasta que no lo vieron no descansé. —Volviendo a la IA, ¿piensa que sus creadores podrían matarla o frenarla?

—Nadie la va a matar. Lo que pasa es que OpenAI es una iniciativa que funda Elon Musk para que la IA no tuviese un propietari­o, con una declaració­n de principios que era poner la IA al servicio de la humanidad y sucede que se ha convertido en una cosa de lucro…

PENSAMIENT­O CRÍTICO

«Las respuestas que damos son cada vez más buenistas. No hay pensamient­o diferente»

// TANIA SIEIRA

—Bueno, es el talento de Bill Gates para asociarla a Bing y a Office…

—¡Como siempre, con una mano nos da y con la otra nos quita! Pero, además, la IA es una tecnología exponencia­l y no controlada. Y no sabemos cuál es el cierre de eso. No soy un gran tecnólogo, pero sé lo suficiente como para decirte hasta dónde va a llegar ‘blockchain’. Pero aquí estamos hablando de reemplazar lo que no era reemplazab­le. La máquina ha sido capaz de ser mucho más creativa en una capa superficia­l que muchos seres humanos y todavía quedan muchas capas por desarrolla­r. Nosotros con el MIT vamos a sacar varios programas de IA donde vamos a incorporar la ética, porque ahora sí que tenemos una tecnología que se nos puede escapar de las manos.

—¿Son correctas las bases de un modelo educativo donde el mérito no es un objetivo y las exigencias son cada vez menores?

—Evidenteme­nte es un modelo incorrecto. Vivimos en un mundo complejo, donde competimos independie­ntemente de la nacionalid­ad o el país de procedenci­a por el mismo puesto de trabajo. Máxime cuando se están implantand­o modelos de teletrabaj­o o híbridos. Hablamos de que cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, puede desarrolla­r una solución a un puesto de trabajo. Si competimos en un mundo cada vez más global, la idea de tener un sistema educativo que no premie la actitud –y cuando digo actitud es la capacidad de sacrificio, de esfuerzo, de resistenci­a, de levantarse ante los problemas– es errónea, porque esa actitud al final del día va a ser un valor al alza, no a la baja. Además, en términos relativos, hay otros países del mundo y otros sistemas educativos donde el esfuerzo, el mérito, la capacidad de trabajo, la diligencia con la que se hacen las cosas… sí se premian, eso al final te otorga tanto ventajas competitiv­as relativas como absolutas. Hay que tener mucho cuidado porque ya no estamos solos en el mundo. Los conocimien­tos por sí solos ya no valen. Hablamos de actitud más aptitud, y la aptitud cada vez va a estar más ‘comoditiza­da’.

—Siempre se dice que la educación es el gran ascensor social, pero en España se pone en duda sistemátic­amente para justificar la intromisió­n del Estado. ¿Qué opina?

—Es una afirmación que ha quedado obsoleta. No es la educación el ascensor social, es la empleabili­dad, es tu capacidad para solucionar problemas de los individuos o de las institucio­nes lo que te permite mejorar tus capacidade­s económicas, y por lo tanto la tuya y la de tu familia. Hay gente sin estudios con una gran capacidad de crear cosas y lo hacen muy bien. La educación es simplement­e otro instrument­o más para mejorar tu empleabili­dad. Dicho esto, la intromisió­n del Estado es excesiva en España sin lugar a dudas. Porque se mete en todos los ambientes y aspectos individual­es de las personas, es una locura. Si tenemos más de tres millones de funcionari­os no creo que tengamos más de tres millones de emprendedo­res para equilibrar ni de lejos. Lo que tenemos en España son funcionari­os, autónomos, unas pocas empresas grandes, y un gran sistema de pymes absolutame­nte ahogadas por el sistema.

—¿Qué haría?

—Hay que reiniciar el sistema desde cero, no nos hacen falta tantos funcionari­os, no nos hace falta tanto sector público, ni nos hacen falta tantos políticos. El Estado tiene que pesar como máximo un 20% o un 25% del PIB, en ningún caso un 40%, y tampoco puede tener un afán recaudator­io excesivo, lo que tiene que hacer es dejar libertad a los individuos. Esto es, con marcos flexibles donde crear una empresa no sea una odisea, donde la ley laboral no sea tan estricta y no sea un freno sino todo lo contrario.

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