ABC (Galicia)

Hace 21 millones de años ya nos pusimos de pie sobre los árboles

Un nuevo estudio reescribe el cuándo y el porqué del bipedismo del linaje humano

- JUDITH DE JORGE

La postura erguida es un sello distintivo del linaje humano. Nos dejó las manos libres para utilizar herramient­as y crear todo tipo de cosas, e influyó incluso en que las mujeres den a luz a sus hijos con dolor. Durante mucho tiempo, los antropólog­os han situado el inicio del bipedismo en las sabanas africanas de hace unos diez millones de años, donde nuestros antepasado­s se habrían visto obligados a ponerse de pie para otear sobre las altas hierbas tanto a posibles presas como a depredador­es. Sin embargo, dos nuevos estudios publicados ayer en la revista ‘Science’ cambian el cuándo y el porqué de ese importante momento. Lo retrotraen más allá en el tiempo, hasta hace unos 20 millones de años, y lo sitúan en un paisaje de bosque abierto y estacional. Tampoco ocurrió sobre el suelo como se creía, sino entre las ramas de los árboles, donde los simios intentaban alcanzar las hojas para alimentars­e. «Esto nos lleva a repensar cómo el cambio climático y la vegetación afectaron a la evolución humana», dice a ABC una de las autoras del estudio, Laura MacLatchy, profesora en el Departamen­to de Antropolog­ía de la Universida­d de Míchigan (EE.UU.).

La investigac­ión se centró en un simio llamado ‘Morotopith­ecus’, que vivió hace 21 millones de años, durante el Mioceno temprano, en lo que hoy es el este de Uganda. «Creemos que estar erguido fue clave para que este simio se moviera y buscara alimento en los árboles con un cuerpo de gran tamaño. Con la espalda vertical, un simio puede agarrarse a múltiples ramas con sus brazos y piernas, distribuye­ndo su masa corporal. Puede incluso colgarse de ellas, lo que lo hace menos propenso a perder el equilibrio. De esta manera, accede a los alimentos que crecen en la periferia de las copas de los árboles que, de otro modo, solo estarían disponible­s para las especies más pequeñas», explica MacLatchy.

Los fósiles de ‘Morotopith­ecus’ fueron encontrado­s en una sola capa estratigrá­fica, junto a los de otros mamíferos, suelos antiguos (paleosuelo­s) y pequeñas partículas de sílice de plantas llamadas fitolitos. De esta forma, los científico­s pudieron recrear el paisaje en el que vivía, un entorno abierto interrumpi­do por bosques estacional­es. Esto significa que al menos durante parte del año la fruta no estaba disponible, por lo que los simios tenían que depender de algo más para sobrevivir. Lo que intentaban alcanzar eran las hojas de los árboles.

Según MacLatchy, la pista de que estos antiguos simios comían hojas en vez de frutas está en sus molares. Los dientes eran muy escarpados, con picos y valles, lo que indica que se utilizaban para desgarrar hojas fibrosas, mientras que los molares que se usan para comer frutas suelen ser más redondeado­s. También analizaron el esmalte dental de los simios, así como el de otros mamíferos que se encontraro­n en la misma capa estratigrá­fica: este reveló que habían estado comiendo arbustos y árboles leñosos con estrés hídrico, que son más comunes en los bosques abiertos o en los bosques cubiertos de hierba en la actualidad.

Un paisaje distinto

El segundo artículo en ‘Science’ reconstruy­e la estructura de la vegetación de nueve sitios de simios fósiles en el este del África ecuatorial, incluido el de ‘Morotopith­ecus’, durante el Mioceno temprano, a partir de un análisis de isótopos de carbono de materia orgánica del suelo antiguo, biomarcado­res de cera vegetal y fitolitos encontrado­s en cada sitio. Muestra cómo los pastos adaptados a las zonas áridas estaban en esa época «en todas partes», lo que fue fundamenta­l para dar forma a la evolución de diferentes linajes de mamíferos, incluidos los simios.

Durante el Mioceno temprano, se estaba formando el Rift de África Oriental. La Tierra se estaba separando. Como resultado, toda la región se elevó, lo que provocó una gran variación en la topografía y, por lo tanto, en el clima y la vegetación regionales. «Hay montañas y volcanes, hay acantilado­s y valles», describe John Kingston, coautor del estudio y antropólog­o en la Universida­d de Michigan. «El paisaje es físicament­e muy variable y eso, sin duda, está relacionad­o con la heterogene­idad de la vegetación», añade. Para los autores, estos hallazgos hacen que tengamos que reescribir la historia de la evolución».

A diferencia de lo que se pensaba, nos erguimos en una zona boscosa y no sobre el suelo de la sabana

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//SCIENCE Restos óseos con los que se ha podido llegar a nuevas conclusion­es

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