ABC (Galicia)

El salto de Rodrygo

El brasileño se quita, por fin, la etiqueta de revulsivo y derriba la puerta de la titularida­d

- RUBÉN CAÑIZARES LONDRES

Poco antes de que Rodrygo abriera el marcador en Stamford Bridge, Ancelotti había llamado a filas a Tchouaméni. Al técnico italiano no le gustaba la intensidad defensiva ni el posicionam­iento con el que había salido el brasileño en la segunda parte, y así se lo recriminó en una minicharla junto al banquillo, aprovechan­do que la banda derecha del equipo blanco atacaba justo por ese lado del campo.

Estaba sufriendo el Madrid sus minutos de mayor agobio en la eliminator­ia y Carletto no quería tonterías. Un tanto en contra hubiera cambiado la dinámica del partido y, quién sabe, si el desenlace final del mismo y del enfrentami­ento global ante el Chelsea. Fue entonces cuando Rodrygo encontró la mejor solución para apagar el fuego interior de Ancelotti y posponer su sustitució­n. Jugadón y gol en el 58. 0-1. Game over: «Carlo estaba enfadado. Pensé que me iba a quitar. Menos mal que marqué el gol», confesó en zona mixta.

El tanto le dio una vida extra que aprovechó para permanecer en el campo, hacer el segundo y llevarse una emotiva ovación de los 1.700 madridista­s que el miércoles disfrutaro­n en Stamford Bridge, a los que correspond­ió besándose el escudo. Cariño que también recibió de Ancelotti, que besó su cabeza cuando lo mandó al banquillo, ya en el 81, con dos goles en el petate y el reconocimi­ento público de su entrenador. Palo y zanahoria. Tempestad y calma.

Un doblete ante el Liverpool, en los cuartos de final de la Champions de 2021, le cambió la vida a Vinicius. Segurament­e, lo que le suceda a Rodrygo a partir de ahora. Su idilio con la Champions es asombroso. 16 goles en 37 partidos, cinco de ellos esta temporada. Una diana cada 114 minutos, registro solo superado por Cristiano Ronaldo (uno cada 85 minutos), Puskas (99 minutos) y Di Stéfano (107 minutos). Números a los que hay que sumarle nueve asistencia­s. Debutó en 2019 con un triplete y, desde entonces, tiene ángel en la competició­n. Ahí está su impacto en las remontadas ante el Chelsea y, sobre todo, el City de la pasada temporada.

Datos que suman a la principal novedad en la vida de Rodrygo. Ya no es el revulsivo del Madrid. Es el titular de la banda derecha, lo que tanto tiempo reclamó y le costó varios disgustos, como la reprimenda de Ancelotti en el campo del Villarreal, el pasado mes de enero, por no saludarlo una vez cambiado. Enfado de futbolista joven, pero ambicioso. Virtud que, bien encauzada, es una bendición para el Madrid. Y para Ancelotti, inteligent­e en la gestión humana del brasileño.

Rodrygo ya no se siente suplente. En los grandes partidos, ahí está, de inicio. Un salto al once trabajado a fuego lento desde que aterrizara en la capital de España en el verano de 2019. Llegó con horas de vuelo como atacante por la derecha y falso nueve, sabedor de que su hábitat natural, la izquierda, era territorio actual de Vinicius y futuro de Mbappé. El jugador, su padre y su agente sabían desde antes de su marcha del Santos que debía proyectars­e en esas dos demarcacio­nes. Deberes que hizo sin rechistar y que le han dado su recompensa. Rodrygo es el futbolista del Madrid que mejor se asocia en espacios cortos. A ello, le añade inteligenc­ia a la hora de buscar los espacios, moverse entre líneas y generar superiorid­ades. Cualidades aderezadas con un don técnico, una velocidad endiablada y acierto ante la portería contraria, lo que lo convierten en un jugador muy completo.

Por delante, mayor sacrificio en tareas defensivas, regularida­d y pies en la tierra. Por todas ellas va por buen camino, pero no se puede desviar ni un milímetro. El fútbol moderno demanda justo el perfil de futbolista que presenta Rodrygo. Talento, trabajo, energía y eficacia, pero no puede permitirse ni un mínimo respiro en el compromiso colectivo en campo propio, cuando toca ejercer de fontanero y no violinista. Tiene un noble y sincero entorno que lo ayuda a todo ello y es su máximo apoyo en los momentos más delicados, como su doloroso fallo en la tanda de penaltis del Brasil-Croacia de cuartos del Mundial, que mandó a su país para casa. Además, tiene la inquebrant­able confianza de Florentino Pérez, que el pasado verano lo renovó hasta 2028, como adelantó este periódico, le duplicó la ficha y le aumentó la cláusula hasta los 1.000 millones de euros. Él ha respondido en el campo. A lo grande. Es el salto diferencia­l de Rodrygo Goes.

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