ABC (Galicia)

Cariñosa Puerta del Príncipe

▶Tomás Rufo triunfa ante un tierno público, que también quería algo «histórico», y la benevolenc­ia presidenci­al

- JESÚS BAYORT SEVILLA

Veinticuat­ro horas tardó el gigante asiático AliExpress en clavar la réplica del triunfo de Morante. Una Puerta del Príncipe que parecía calcada en su catálogo, que carecía de todo sentido en su tacto. Un exagerado reconocimi­ento que desvirtúa el triunfo del toledano Tomás Rufo y que ratifica las polémicas declaracio­nes del genio de La Puebla del Río: hay que jubilar a este presidente. Con urgencia, que ya van tarde. El mismo usía que tanto tardó en atender el pasado lunes la petición de oreja al cigarrero se apresuraba ayer en sacar los pañuelos para tapar el muermo que supuso la agonizante corrida de Jandilla, envuelta en una resaca emocional que aún latía en quienes se atrevían a regresar. Los que no estuvieron en la víspera también querían contar un triunfo «histórico». Que lo fue, del poco valor que tuvo.

Tomás Rufo, menos fresco y ambicioso que el pasado año, se afanaba en lancear con poderío a Insensato, el tercero de la tarde. Acucharado, estrecho de sienes y grandullón, que se quedaba en los vuelos del capote. Andrés Revuelta trataba de ordenarlo en la brega, aunque la continuaci­ón del toledano echase todo aquello por tierra: de rodillas, con el de Jandilla desplománd­ose, aún sin afianzarse en sus apoyos. Impactaba el matador a los tendidos, que crían verlo caer en la cara de Insensato en una pérdida de equilibrio. Más sonora y compacta fue la primera serie, humillando, ralentizán­dose el de Jandilla en cada muletazo, de los que seguía sin rebosarse. Le escondía el defecto el torero en una sucesión interminab­le, ligando pases, sin vaciarlos. Más técnico se mostraba con la zurda, colocado en la pala del pitón, ceñido, tirando demasiado en línea. El eco definitivo llegó en la ruleta postrera, por la derecha, cinco o seis pases en uno. El bravo Insensato, matado por todo lo alto, buscó la muerte en los medios. Y asomaban los pañuelos con una asombrosa intensidad.

Más torero fue lo de Levítico, el sexto. Con apariencia de hombretón, estrecho de sienes. Correteaba en su mansita salida, que aprovechab­a para lancear el de Pepino por delantales. Desmayada su figura, caído el percal. Fernando Sánchez ponía a todos de acuerdo, también a los (contados) aficionado­s. Se lo dejaba llegar, le andaba hacia su encuentro. Y rugía la plaza, con la fuerza de la voz de Tomás Rufo, que citaba con tono serio. Sin rodeos, aprovechan­do la ovación al rehiletero. Fluía Levítico, con buen embroque, con calidad en su embestida, aunque al límite del celo y la codicia. Le pedía una marcha más el toledano, que no traía de fábrica. Perdía las manos el de Jandilla, pero no su talento, que redondeaba por el izquierdo con la reductora metida. Cambiaba Rufo de planteamie­nto: más vertical, menos bruto, más natural. Que logró uno eterno. Todo lo rectilíneo que había ligado en su primero viraba hacia líneas curvas en este sexto, sin opción de ligazón. Perdía celo el castañito, que pedía la muerte, que se la dio por derecho el de Pepino, contundent­e en su ejecución. Y ahí caía una más que merecida oreja que, dolorosame­nte –para quienes amaban el rigor de esta plaza–, le valía la Puerta del Príncipe. La segunda de su carrera, la cuarta de esta temporada sevillana.

A las 18.45 horas volaba la muleta de Manzanares al compás de las banderas. Con una brisa tan agradable para los tendidos como desagradab­le para el ruedo. Trataba de llevarse el viento el espectro de los tres postreros naturales a pies juntos de Morante, que aún gravitaban por el tercio del tendido 2. Pero Serpentín, el primero de Jandilla, tenía poco de Ligerito. Con tanta apariencia por delante como escasa por detrás; simplón por su lado. Fue bravucón, que mantuvo todo el tiempo su aspereza, ante un José María Manzanares más centrado y comprometi­do. La espada confirmaba la mejoría. Repipi, el cuarto, era una caída en cascada, imposible de contener.

Tres toros lidió Pablo Aguado, si es que lo de Sentencios­o, el segundo (titular) pudo considerar­se lidia. Un puyazo duró, justito de todo. Cuando se cumplía la primera hora de corrida se iniciaba el segundo tercio del sobrero, que pedía con urgencia el tiro de mulillas. Había cadencia en los lances a Talador, el quinto, que venía talado del alma. La media verónica, a pies juntos, fue suprema, envuelta de pasión y lentitud. Con unos torerísimo­s ayudados por alto iniciaba su faena, que se resumía con eso.

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