En casa de la última niña neandertal
Estos homínidos vivieron en la cueva de Prado Vargas (Burgos) durante generaciones hasta que la abandonaron hace unos 46.000 años. Descubrir cambios en los hábitos de sus ocupantes a lo largo del tiempo puede ayudar a entender por qué desaparecieron de la
Vera tenía unos 8 años cuando se le cayó un diente de leche en la cueva donde vivía. Lo que ahora es un acontecimiento para los niños de la misma edad probablemente no provocara en la pequeña neandertal tanto alboroto, aunque no es difícil imaginarla sorprendida por la pérdida. Quizás se pasara la lengua por el hueco una y otra vez, como hacen nuestros propios hijos o mostrara la novedad a sus padres. Al fin y al cabo, esa otra especie humana que ocupó Eurasia durante decenas de miles de años no era tan diferente de la nuestra, los sapiens. Se sabe por los restos hallados en distintos yacimientos que cuidaban de los suyos, cazaban juntos con estrategia, les gustaba adornarse y hasta se atrevieron con el arte abstracto.
La cuestión es que, de una forma u otra, el diminuto molar del tamaño de un chincheta acabó en el suelo, junto al fuego que les calentaba y los restos de comida y herramientas. Tuvieron que pasar unos 46.000 años hasta que alguien lo encontró y lo recogió como un tesoro.
Marta Navazo, profesora de Prehistoria en la Universidad de Burgos y codirectora del yacimiento burgalés de Prado Vargas en la localidad de Cornejo (Burgos), la antigua casa de Vera, recuerda el día en el que apareció el diente: «Una investigadora me llamó porque había encontrado una pequeña pieza que la alarmó. La recogí y la llevé donde había más luz. No había duda, era un diente humano. Todos nos pusimos nerviosos y contentos». Lógicamente, quien ‘bautizó’ a la criatura fue el equipo científico, que se decantó por un nombre femenino en honor a la nieta del dueño del prado donde se localiza la cueva, aunque no está claro si era un niño o una niña. Lo que sí saben, por el estudio de la pieza dental, es que Vera estaba, al menos en apariencia, como una rosa, sin señales de hambre, patologías dentales ni enfermedades que afectaran a su crecimiento.
El diente es el único vestigio humano
hallado en Prado Vargas, pero por los múltiples restos arqueológicos allí encontrados los investigadores creen que la niña formaba parte de un grupo neandertal de unos 20 individuos que habitaban la gruta de forma estacional. Eran familias y, con seguridad, Vera no era la única niña. «El campamento era estable, una casa ocupada durante generaciones», apunta la arqueóloga.
La gruta tiene unos 200 metros cuadrados y forma parte de Ojo Guareña, uno de los complejos kársticos más
espectaculares de Europa. Hasta ahora, los científicos han excavado gran parte del Nivel 4, el primero y más moderno con ocupación neandertal, que corresponde a la era de Vera y donde se han encontrado más de 6.000 restos entre herramientas de sílex y cuarcita y fósiles de animales, además del valioso diente. Ningún otro neandertal se quedó allí después. Ese grupo fue el último de la meseta y, como le gusta decir a Navazo, el «penúltimo» de la península. Los que iban quedando bajaron hacia el sur. El último indicio de la existencia de un neandertal en la Península se halló en Gibraltar y tiene unos 30.000 años de antigüedad.
El fin de la especie
Pero en Prado Vargas, por debajo del Nivel 4, hay 9 metros de sedimentos hasta llegar a la roca madre con niveles arqueológicos más antiguos que los investigadores también se proponen desenterrar. «Los ocuparon sus antepasados. Si los conocemos, podremos tener la secuencia de cómo vivieron generación tras generación, de lo que podríamos inferir cambios socioeconómicos que incluso podrían darnos pistas de alguna crisis que llevó a su desaparición como especie», dice Navazo. Ese es, precisamente, uno de los grandes enigmas de la evolución humana. El proyecto es uno de los 18 aspirantes al Premio Nacional de Arqueología y Paleontología que cada dos años concede la Fundación Palarq y en junio cumplirá su tercera edición.
El equipo de Navazo conoce muy bien el Nivel 4, cuya distribución está perfectamente establecida. «Hay un hogar en el centro y unos cuatro o cinco alrededor -describe la investigadora-; también vacíos que podían haber utilizado para dormir o para sentarse; una zona que llamamos hornacina que es de limpieza, donde llevaban los restos de la comida, las astas y cosas que no utilizaban; el lugar donde fabricaban herramientas...».
Estos individuos debían de tener algún tipo de conciencia práctica, porque han descubierto que reciclaban
sus herramientas de sílex, utilizándolas una y otra vez. Además, recogían cantos de arenisca de los ríos, cuyo fin se intenta ahora averiguar, aunque podría estar relacionado con el tratamiento de las pieles. Curiosamente, guardaban en la cueva una colección de fósiles marinos, una práctica sorprendente que pudo tener un fin simbólico. «Es un registro alucinante», resume Navazo sobre los hallazgos, que están dando para un sin fin de estudios. Uno de ellos es sobre los retocadores de hueso, fragmentos óseos de las piezas cazadas que normalmente se tiran pero que estos neandertales, otra vez un ejemplo de saber utilizar bien los recursos, utilizaban para retocar los filos de los cuchillos de sílex para tratar pieles de animales con cuidado, sin romperlas, y hacer ropajes y ‘mantas’ para cubrirse. «Hay 200 de estas herramientas de hueso, lo que supone una especialización brutal», señala.
Entre masas boscosas, matorrales y praderas, y con una temperatura alrededor de dos o cuatro grados más baja que la actual, los neandertales salían a cazar ciervos, corzos, cabras y caballos, que descuartizaban en el exterior de la cueva. Lo aprovechaban todo del animal, incluso los tendones, que podían usar como fuertes cuerdas. Aunque no han persistido evidencias, Navazo está convencida de que recogían setas y frutos del bosque según la estación.
«Hacían sus herramientas con el sílex y la cuarcita que recogían cerca, trabajaban, cazaban, comían y disfrutaban en torno al fuego. Así pasaban los días, que podían alargar lo que quisieran porque tenían luz y calor», describe. Una vida que debió de ser exigente pero que también pudo tener otras facetas más allá de la mera supervivencia. Los investigadores buscan rastros de una vida simbólica, a la que, por el momento, solo podría pertenecer la colección de fósiles.
Crisis climáticas
En Gibraltar se encontró lo que se considera un grabado neandertal, ¿por qué no aquí? Navazo se muestra esperanzada: «Es lo que estamos estudiando. Hay grandes plaquetas que han caído del techo de la cueva que tienen marcas. O quizás pueda haber algún adorno personal, un enterramiento... Hemos excavado cien metros cuadrados y aún nos falta una gran extensión del nivel para conocer toda el área utilizada por sus habitantes y el resto de niveles... No tengo duda de que algo vamos a encontrar. Por eso vamos a abrir la cueva entera».
La investigadora cree que este grupo neandertal se relacionaba con otros de territorios colindantes, algo necesario para emparejarse y regenerar la sangre. Aunque una de las hipótesis sobre la extinción de esta especie humana propone que sucedió debido a la endogamia, considera que lo más probable es que los neandertales soportaron algunos acontecimientos que les fueron debilitando, posiblemente varias crisis climáticas tan seguidas que les dejaron sin la oportunidad de recuperarse. Después, sencillamente, los «absorbimos». Tuvimos hijos con ellos. Todos, excepto los subsaharianos, llevamos en nuestro ADN un pequeño porcentaje neandertal.
«En distintos registros de Europa se aprecia que hace 55.000 años, antes del nivel 4 en Prado Vargas, algo pasó que causó un gran daño a los neandertales. La tecnología lítica llevaba un camino y de repente parece que involuciona. Queremos saber si vemos lo mismo» en el yacimiento burgalés, anuncia. «Prado Vargas es ideal para comprobarlo. El siguiente nivel, unos miles de años atrás, está casi negro, lo que significa que había muchos hogares que nos pueden dar una gran cantidad de información», añade.
Los trabajos continuarán los próximos años. La excavación del nivel 4 en toda su extensión se prolongará aproximadamente otras cuatro campañas. Después, se retirará para llegar a los niveles más bajos. «Supone una gran complejidad, porque presenta muchísimos restos, por lo que hay que ir muy despacio, documentarlo y recuperar cada resto sin perder nada de información», explica Alfonso Benito, geólogo del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh).
A juicio de Rodrigo Alonso, coordinador del Museo de la Evolución Humana y profesor en la Universidad de Burgos, «la cueva va a ser clave para comprender cómo evolucionaron las últimas poblaciones de neandertales que ocuparon ese territorio entre el mar Cantábrico y la meseta castellana. Nos va a dar una visión muy aproximada de cómo se organizaban y gestionaban el territorio y cómo se relacionaban con otros grupos de esos dos mundos diferentes». Los grupos «no evolucionaron de forma hermética, había una comunicación continuada entre ellos», agrega.
Alonso cree que Prado Vargas revelará muchos más secretos. Quién sabe si aparecerán los restos de otros niños como Vera. Y quién sabe si la cueva oculta la explicación de por qué estos primos de los sapiens desaparecieron de la faz de la Tierra.