ABC (Galicia)

El sentir del pueblo MILES DE VOCES COREARON EN ST. JAMES’S PARK: «¡GOD SAVE THE KING!»

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era otro. Ya no era tan triste. De hecho, las tres mujeres –sentadas en enormes y cómodas sillas plegables– brindaban con vino espumoso y tomaban un tentempié mientras seguían casi hipnotizad­as la ceremonia, que estaba a punto de llegar su momento cumbre.

Junto a ellas, Roger y Mikel habían extendido un mantel de cuadros. Vestidos con sus americanas, pantalones y chalecos con un estampado de la bandera de Reino Unido, se convirtier­on desde primera hora en la atracción de toda la gente que se encontraba frente a la pantalla gigante. Les acompañaro­n dos mujeres, sus parejas, que iban vestidas muy discretas. «Ya lo llevan todo ellos. No nos hacía falta ponernos nada más», apuntó una de ellas. Fueron el contrapeso necesario. A ellos no les faltaba de nada, ni siquiera la cesta de mimbre de picnic.

Sin respiració­n

Ana María se encontraba a escasos metros de ellos. Acariciaba a su cariñoso caniche Tom mientras un silencio sepulcral invadió el lugar. «Estoy muy orgullosa de nuestro Rey. Lleva años preparándo­se para este momento, es un hombre comprometi­do, que aunque lo ha tenido todo tampoco ha tenido una vida fácil y también ha sufrido. En este mundo tan convulso y lleno de retos, su activismo y lucha por el medio ambiente es muy importante. Es un Rey comprometi­do y es bueno que las nuevas generacion­es se fijen en él», dijo muy rápido y en voz baja. Y continuó: «Me alegro mucho por Camila…». Ana María no pudo terminar la frase cuando fue consciente de que estaba asistiendo en directo a una nueva entrega de ‘The Crown’.

El silencio solemne y ceremonial que se vivió dentro de la abadía de Westminste­r pareció proyectars­e de puertas hacía afuera para llegar hasta St. James’s. Debió ocurrir lo mismo al otro lado del resto de televisore­s del mundo. El arzobispo de Canterbury le colocó la corona a Carlos III muy despacio. Fueron unos segundos en los que parecía que todos en el parque se habían quedado sin respiració­n. Nadie levantó los teléfonos, nadie capturó el momento con un vídeo. «¡God Save the King!», dijo el arzobispo. Y, casi al mismo tiempo, miles de voces lo hicieron en St. James’s Park: «¡God Save the King!». Aplaudiero­n con energía mientras la lluvía seguía cayendo, pero les volvió a dar igual.

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