Vamos a contar mentiras
Lo que sí está claro es que lo que queda del monstruo de Frankenstein no va a dejar caer a Sánchez
EL presidente del Gobierno acusa al principal partido de la oposición de utilizar a ETA como «único argumento» para atacarle. Pero la realidad es que él tardó días en pronunciarse sobre la aparición de 44 etarras, varios de ellos con delitos de sangre, en las listas electorales de Bildu, e incluso medio excusándolo: «Hay cosas –dijo– que son legales pero no decentes», que recuerda a Pilatos lavándose las manos ante Jesús maniatado, ya que algo indecente no puede ser nunca legal del todo. Sobre todo cuando hay casi un millar de víctimas por medio, que no deben ni pueden olvidarse. Y no digamos si se reciben favores de sus verdugos, como haber propiciado su acceso a La Moncloa y apoyado sus iniciativas. Este es uno de esos manchones que siempre llevará Sánchez, como Zapatero, pese a que siete de los citados verdugos renuncien a presentarse a las elecciones. Y aunque lo hicieran los 44 que son, ya que si no mataron, les facilitaron las pistolas o bombas para ello.
Contra lo que dice el presidente y cuantos intentan sustituirle, la democracia, desgraciadamente, no derrotó a ETA. La banda terrorista hubiera seguido asesinando a mujeres, hombres, niños y ancianos hasta lograr sus objetivos de independencia mientras Francia hubiese permitido ser un santuario para ella, convencida de que al final España se rendiría y los vascos que se sentían también españoles hubieran abandonado su tierra para vivir en paz y libertad. A los que se quedaban ya se encargarían los gudaris de mantenerlos firmes. Pero cuando los dirigentes franceses se dieron cuenta de que el nacionalismo es uno de los virus más dañinos y contagiosos, que podía extenderse a su nación si lograba imponerse en España, comenzaron a desmontar aquel santuario, con la dureza de su Estado de derecho. Con las detenciones y entregas a España, la cosa cambió radicalmente y los cabecillas de la banda cambiaron de estrategia, imitando el ‘modelo catalán’, consistente en lograr la independencia paso a paso, sin sangre, «la vía política», le llamaban, con la desjudicialización del proceso, que les llevaría al mismo resultado sin los daños que la violencia empezaba a producirles.
Con lo que no contaban era con que el nacionalismo catalán se batasunizase y eligiera la rebelión con un referéndum ilegal que si bien tuvo éxito de planteamiento y puesta en escena, cayó finalmente. El resultado es el que están viendo en Cataluña: donde los nacionalistas están tan empeñados en pelearse entre ellos que no tienen tiempo ni fuerzas para la independencia, mientras un gobierno que empezó como Frankenstein se las ve y desea para seguir gobernando. Nadie sabe cómo va a terminar lo que empezó en drama y se ha convertido en sainete que puede que vendan como ‘el fin de los nietos de ETA’. Lo que sí está claro es que lo que queda del monstruo de Frankenstein no va a dejar caer a Sánchez. Ni borrachos. No hay en el revuelto escenario político español nadie que les ofrezca más posibilidades de alcanzar sus objetivos.