El tirano sirio regresa a escena
Único dictador que ha sobrevivido a las ‘primaveras árabes’, Al Asad celebra su triunfo en la guerra civil tras ser rehabilitado por sus vecinos
Cayeron Sadam Husein, Ben Ali y Mubarak. Pero él sigue en pie. Y huele la victoria tras doce años de devastadora guerra civil en Siria. Bachar al Asad, en su día aprendiz de tirano a la sombra de su padre, Hafez, está empezando a cosechar los frutos de su tozudez en la tarea de reprimir, a sangre y fuego, la rebelión que estalló en 2011. Una revuelta en apariencia en favor de la democracia que –como en muchos otros países de la región– prendió ese año en Siria con la llamada Primavera Árabe, antesala de guerras y experimentos fallidos del islam radical que pronto se adueñó del proceso.
Los dictadores laicos de Túnez, Egipto e Irak cayeron, pero Al Asad se ha mantenido vivo gracias a su falta de escrúpulos en la represión –en 2013 la ONU inició un proceso por presuntos crímenes de guerra, tras el uso de armas químicas–, y a la ayuda militar de Rusia y de Irán. Pese a ello, varios rivales que en un primer momento apoyaron a los rebeldes están hoy dispuestos a cambiar de bando. Turquía ha aceptado participar junto a Rusia e Irán en un ‘proceso de paz’ que se negociará en Moscú. Arabia Saudí, por su parte, ha restablecido las relaciones rotas en 2011, y El Cairo sirvió de anfitrión al encuentro de la Liga Árabe que la semana pasada aprobó el reingreso en sus filas de Siria, once años después de su expulsión por la represión de las protestas contra Asad.
Erdogan está dispuesto a reconocer el triunfo del dictador sirio con algunas condiciones. La más importante, la garantía de que los kurdo-sirios del norte estarán bajo la bota de Damasco, para evitar que su territorio sirva de refugio a los separatistas kurdo-iraquíes. Sin esa condición, Erdogan seguirá negándose a abandonar los territorios sirios que ha ocupado su ejército junto a la frontera.
Son «detalles», en un marco que huele a triunfo para el antiguo ofltalmólogo, formado en Damasco y en Londres , y que fue elegido por su padre como heredero por un azar de la vida. El señalado para prolongar la dictadura familiar era el hermano mayor, Basel, muerto en accidente de tráfico.
Bachar al Asad aprendió pronto, a partir de su llegada al poder en el año 2000, el oficio de tirano en Damasco con la práctica de los consejos de su padre para gobernar un país de cultura milenaria y muy complejo por la diversidad de comunidades y religiones. Un régimen autoritario que, incluso en estos años de guerra civil, ha mantenido la norma de repartir cargos públicos entre líderes de las distintas comunidades –la chií (alauí) a la que pertenecen los Asad, la mayoritaria suní, la cristiana, la kurda–; e incluso el teatrillo de las elecciones presidenciales, en las que Bachar siempre obtiene el 90 por ciento de los votos.
El factor Daesh
Otro de los recursos del ‘superviviente de Damasco’ ha sido la astucia para enfrentar entre sí a sus rivales. Cuando comenzaron en 2011 las protestas contra el régimen, Al Asad abrió las puertas de las cárceles y liberó a miles de yihadistas, que pasaron a engrosar las filas de la revolución. Pronto empezaron a luchar entre sí los pocos demócratas y los islamistas radicales, entre los que descolló Estado Islámico (Daesh), que llegó a crear un califato en Siria e Irak. Los kurdos, que aspiran a la independencia, se pusieron al frente de la lucha contra Daesh y hoy exigen una recompensa que nadie está dispuesto a darles.
Otra de las claves de la supervivencia de Al Asad es la astuta combinación del culto a la personalidad con un cierto margen de libertad de expresión dentro del territorio que controla.
Las fotografías de Bachar al Assad, de impecable traje a la occidental, presiden todos los escenarios de la vida pública: están en las escuelas, los comercios, las carreteras. Muchas le muestran con sus prominentes orejas, que parecen siempre dispuestas a escuchar a sus conciudadanos. En otras, más familiares, aparece junto a su hermosa mujer Asma, una británica de origen sirio con la que tiene dos hijos.
Los medios de comunicación están sometidos al férreo control del régimen, y su propaganda. Pero se permite cierta libertad en las redes sociales. En alguna, por ejemplo, no faltan voces que se preguntan por qué Al Asad no envía al frente a su hijo mayor, Hafez, para dar ejemplo. Eludir la llamada a filas ha sido, durante estos doce años, un ejercicio de picaresca para la población siria que no ha emigrado a Occidente ni ha huido a los campos de refugiados de los países vecinos. Un soborno a la policía, en los controles militares, permite a los varones menores de 42 años no ser enviados al frente. En la jerga siria se conoce como la ’economía del checkpoint’.
El país está arrasado por los años de guerra civil, se calcula que han muerto 300.000 personas, y la población se ha visto también devastada por el éxodo: de los 22 millones de sirios, más de 6 millones han sufrido el desplazamiento interno, y otros 6 millones se hacinan en los campamentos de Turquía, Jordania y el Líbano.
Bachar al Asad tiene quizá la ruta para salir vencedor de la guerra, pero se desconoce qué planes tiene para reconstruir el país.