ABC (Galicia)

No todo vale igual

- ANDRÉS AMORÓS

La filosofía posmoderna se resume en una frase: «Todo vale». La escribió el austríaco Paul Feyerbend (que, por cierto, apenas reaccionó contra el nazismo y luchó en el ejército de Hitler). Pocas ideas han sido tan funestas para el pensamient­o occidental.

También, para los toros. Leo muchas veces que todo lo que se le hace a un toro tiene mérito: es verdad, pero no todo tiene el mismo mérito. En su gran libro ‘Belmonte y Antoñete’, define Salvador Balil «las dos restauraci­ones de las viejas reglas clásicas del toreo», usando una frase de Juan: negaba que él fuese un revolucion­ario, era un restaurado­r. Propugnaba el clasicismo: dar distancia, citar de frente, dar el pecho, adelantar los engaños, cargar la suerte. La faena ha de tener un sentido, un porqué. Una estética unida a una ética: respeto al toro, al público y al arte del toreo.

Frente a eso, la posguerra trajo el toreo de perfil, con la muleta retrasada, sin cargar la suerte, hacer el poste, mirar al tendido: el medio pase, o un tercio. Últimament­e, se han añadido el encimismo, el tremendism­o, las espaldinas, los circulares invertidos, las faenas larguísima­s. Lo permiten un toro disminuido, que sale casi picado, que flaquea y muy pronto se acaba, y un público triunfalis­ta, que sólo busca divertirse y reclama trofeos.

La exigencia de la afición madrileña, que puede parecer antipática, es absolutame­nte necesaria para mantener la grandeza del toreo, evitar que se convierta en una tómbola. Lo vemos todos los días, en San Isidro. Con toros manejables, no se premian faenas de Roca Rey que en otros cosos hubieran desatado quizá el entusiasmo. Con un toro bondadoso y flojo, una buena faena de Luque, rematada por una gran estocada, no obtiene premio. En cambio, la encastada corrida de José Escolar aumenta el mérito de López Chaves, Robleño y Gómez del Pilar; la bravura del Parralejo, el poderío de Perera.

Una parte del público de Las Ventas lucha por mantener esa exigencia que da grandeza a la Fiesta. Los que se conforman con lo vistoso, como dijo Antonio Ordóñez, «se pierden lo mejor». En el toreo –definió Pepe Luis– «lo clásico siempre vuelve». Esa incómoda exigencia es condición para la grandeza de cualquier arte. Deben aprenderlo los nuevos públicos que, felizmente, están acudiendo ahora a Las Ventas.

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