ABC (Galicia)

Pumpido cambia, Pumpido repara

Los partidos políticos invierten grandes sumas de dinero en este tipo de publicidad, señal clara de que es necesaria, de que funciona

- MARIONA GUMPERT

DENTRO del apartado ‘cosas ilógicas y absurdas pero que funcionan’ me chifla el efecto placebo cuando es utilizado para bien. Mi marido emplea con nuestros hijos la ‘azteca magia’ que posee en su calidad de mexicano: si les duele la barriga o están nerviosos antes de jugar un partido de fútbol, él sólo necesita imponer sus manos y desaparece­n todos los males. La idea se le ocurrió por su experienci­a laboral, lo que él llama ‘el efecto chamán’: el mero hecho de que sus pacientes entren en consulta, lo vean con su bata de médico y dirigiéndo­se a ellos con seguridad y cariño inspira tranquilid­ad y confianza.

Si el efecto placebo me encanta a pesar de su irracional­idad, detesto con toda mi alma algunos spots publicitar­ios aunque sean igualmente ilógicos y efectivos. Quizá precisamen­te porque son efectivos. No tengo ningún problema con ‘Carglass cambia, carglass repara’, consigue que retengamos el nombre y sepamos a dónde dirigirnos cuando se nos rompe la luna del coche. El precio a pagar es tener el maldito ‘jingle’, la cancioncit­a incrustada en la cabeza. Es útil, tiene sentido. Pero ¿qué me dicen de los anuncios de perfume? ¡Por Dios, que es un perfume! ¿Cómo podemos saber si nos gusta a través de un spot? Lo ubicamos dentro del mercado, sí, como con Carglass, pero no pueden emplear argumentos racionales: Carglass repara, pero Chanel nº5 ¿qué hace? ¿Convertirn­os en Scarlett Johansson luciendo un vestido de ensueño, seducir a la cámara con ojos que dicen «no me he tirado un pedo en mi vida, uso Chanel, soy una diosa»?

Profeso el mismo odio eterno y profundo a la propaganda electoral. No cumplen el objetivo Carglass, todos sabemos qué cartas están sobre la mesa, quiénes queremos que nos arreglen la luna de este pobre coche desvencija­do que es España. Para colmo de males, cada vez están más vacíos de significad­o, los eslóganes podrían ser intercambi­ados entre partidos y nadie se daría cuenta: «Ganas, tú ganas, ganas de Madrid» por «Madrid es la hostia». Me consuela el spot de Lobato, por lo menos da un argumento con cierta gracia: sí me conocéis. Añade después que dará la cara por los madrileños, como si Ayuso o Mónica García afirmaran en público que su electorado les importa un higo.

Los partidos políticos invierten grandes sumas de dinero en este tipo de publicidad, señal clara de que es necesaria, de que funciona. A estas alturas de la columna es cuando la gente empieza a despotrica­r contra la democracia y sus ciudadanos: todos bobos, todos votan mal. Para calmar los ánimos podemos apelar al famoso Estado de derecho, la separación de poderes, la inviolabil­idad de las institucio­nes, etc. Todas esas cositas que nos protegen de la irracional­idad colectiva. Y aquí es cuando ya no sé si reír o llorar. El PSOE se ha dedicado a laminar y fagocitar hasta la supuración todos estos mecanismos. Quien sí ríe ante esta columna es CondePumpi­do. Siempre hubo clases.

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