CONSCIENCIA, INTELIGENCIA Y SENSIBILIDAD
AÚN ESTÁN LEJOS DE LAS PROBETAS
En octubre de 2022, la revista ‘Neuron’ publicaba un artículo en el que se afirmaba que investigadores australianos habían creado ‘chips vivientes’ capaces de jugar al ‘Pong’, un videojuego clásico y sencillo basado en el tenis de mesa en el que el jugador debe golpear una bola que rebota constantemente, evitando que toque el fondo. Básicamente, los autores cultivaron estos minicerebros sobre placas de silicio, y estas neuronas ‘in vitro’ acabaron fusionadas con el sistema, uniendo los diferentes componentes entre sí como si fueran los cables. Después, los chips eran estimulados para aprender a jugar, cosa que, según los autores, ocurría a los cinco minutos del experimento, mostrando un «comportamiento inteligente y consciente».
Esta afirmación prendió la mecha en la comunidad científica. Un nutrido grupo de personalidades en el campo publicó otro artículo rebatiendo el uso de palabras como «consciencia», «inteligencia» o «sensibilidad» aplicadas a redes neuronales biológicas, como los organoides cerebrales (los conocidos como minicerebros). «Atribuir inteligencia a una red que muestra plasticidad a corto plazo no está respaldado por campos científicos relevantes como el aprendizaje automático, la neurobiología y la psicología», señalaban. Eran todavía más críticos con términos que aludían a la capacidad para ‘sentir’ del sistema: «Es aún más inapropiada y no está justificada por los datos presentados en el artículo», incidían.
«Debemos ser muy cuidadosos con el vocabulario que elegimos. Toda esta metodología tiene muchísimo potencial; pero, si no se explica correctamente a la sociedad, puede generar opiniones encontradas que tengan consecuencias, por ejemplo, en el parón o incluso retroceso en la investigación de fármacos», señala Víctor Borrell, investigador del Instituto de Neurociencias CSIC-UMH. «Hay mucha diferencia entre que un sistema con ciertas partes biológicas responda de una forma autónoma a que tenga consciencia. Aparte, ni siquiera hemos conseguido señalar dónde está el límite entre ambos. E, incluso en las definiciones más conservadoras, los organoides cerebrales aún están muy lejos de conseguirlo».