LA COMPAÑÍA DEL RATÓN SE UNE A LA MODA DE SUSTITUIR LA RAZA O EL SEXO DE PERSONAJES CLÁSICOS EN LUGAR DE CONSTRUIR ICONOS PROPIOS
cumplir cuotas o simplemente apuntarse un tanto, las plataformas y productoras norteamericanas compiten por lograr el sello de aprobación de este poderoso ‘lobby’, aunque para ello tengan que introducir a la fuerza ciertos personajes o afectar a la libertad de los creadores. En medio, quedan los niños.
En esta guerra abierta se mueve Disney, la mayor empresa de entretenimiento del mundo, que no ha tenido miramientos para virar el rumbo a la primera de cambio: de ser acusada históricamente de transmitir ideas conservadoras a todo lo contrario, no por convicción en la necesidad de diversidad e inclusión, sino por puro marketing ante la posibilidad de un negocio de moda cada vez más rentable. Es el caso de la nueva versión de ‘La Sirenita’, que adapta el clásico animado de 1989, olvida el origen nórdico de Ariel y cambia el color de piel de la protagonista, de algunas sirenas y casi de la gaviota parlante. El ‘remake’ de acción real, que no renueva nada más que el abanico de nacionalidades del festival de multiculturalidad entre el mundo submarino y el terrestre calca, por el contrario, el argumento de la película animada solo para alargarla y corroborar que estos cuentos de fantasía funcionan mejor en dibujos que en carne y hueso, independientemente de los colores.
Enterrar un legado
Una tendencia, la de sustituir la raza o el sexo de los personajes en lugar de construir iconos propios desde cero, que responde al afán revisionista de la casa de Mickey Mouse por enterrar las versiones clásicas de sus otrora buques insignia, adaptándolos, ya sin dibujos y con la pátina de corrección política, a los nuevos tiempos, tal y como ha sucedido con la nueva Peter Pan (que ahora es ‘Peter Pan & Wendy’), estrenada hace unas semanas en su plataforma, con una Campanilla negra pero todavía en miniatura. Si por lo que sea alguien decide ver la original en Disney+, no podrá esquivar la advertencia inicial de la compañía, que avisa de que la película contiene «representaciones negativas o tratamiento inapropiado de personas o culturas. Esos estereotipos eran incorrectos entonces y lo son ahora. En lugar de eliminar este contenido, nos comprometemos a crear historias con temas inspiradores y motivadores que reflejen la gran diversidad de la experiencia humana en todo el mundo». Al menos tienen la consideración de no mandar a la papelera lo que estiman inadecuado, castigo que han sufrido algunas de las descripciones de los cuentos infantiles de Roald Dahl al pasar por el filtro de unos tiempos hipersensibles.
Para Carmen Sánchez Maíllo, secretaria académica del Instituto CEU de Estudios de la Familia, esta nueva corriente de revisión y diversidad responde al propósito de «generar una nueva visión del mundo», sin tener en cuenta que «forzar la inclusión es una intrusión que resulta absurda, ridícula» y que en ocasiones deriva en anacronismos al introducir una figura histórica de otra raza, como sucede con ‘La Reina Carlota: una historia de los Bridgerton’, también de Netflix. «Cada familia educará a sus hijos según su modo de entender la vida. No todas tienen que ser iguales; no se respeta la libertad educativa de los progenitores si se producen este tipo de adoctrinamientos», afirma Sánchez Maíllo. Tampoco se distingue entre entretenimiento puro y una vocación didáctica que amenaza con contaminar todos los contenidos con argumentos ejemplarizantes.
El cambio de razas o sexo de los personajes de ficción se hace siempre en una dirección. En caso contrario, se habla de apropiación cultural o de supremacismo blanco, como cuando Javier Bardem fue criticado por interpretar a un cubano en ‘Ser los Ricardo’ o cuando una turba virtual impidió que Gal Gadot (‘Wonder Woman’) interpretara a Cleopatra porque no era africana. Como si actuar no fuera dar vida a otras personas.
La propia evolución del cine y la ficción lleva décadas tendiendo sin necesidad de cuotas ni intromisiones a un mayor protagonismo de identidades más allá del clásico varón blanco heterosexual. Atrás quedan aquellos tiempos en los que los papeles de afroamericanos o asiáticos los encarnaban blancos pintados y ser homosexual en Hollywood era más peligroso que ser comunista. Cada año aumentan los personajes de mujeres, homosexuales o minorías étnicas como reflejo de los cambios sociales más allá de los estereotipos. Sin embargo, lo que pretenden ciertos grupos de presión no es acabar con las desigualdades estructurales del pasado, sino intentar levantar nuevas estructuras en favor de otras identidades que miden en cupos. Existe una nada silenciosa competición entre plataformas para alzarse como los más diversos. En los últimos cuatro años, los contenidos de Netflix mejoraron en lo que respecta a la representación de la comunidad Lgtbiq+, según presume esta misma compañía en un informe al que ha tenido acceso ABC. «Incorporar más personajes en series y películas es una forma clave de aumentar la representación Lgtbiq+ en general», enuncia el estudio que firman los doctores Stacy L. Smith, Dr. Katherine Pieper, Sam Wheeler y Katherine Neff. El simple hecho de cuantificar o medir la representación de una u otra comunidad fomenta la discriminación positiva, la desigualdad, pues todo equidad pasa por naturalizar la presencia de unos y otros.
En esta lucha por la igualdad, muchos se han quedado atrincherados en su propia identidad, olvidando, o escondiendo, que el entretenimiento no es espacio para la política. «La diversidad siempre es interesante porque la vida siempre es diversa (...) pero esa diversidad se tiene que presentar en la que se refleja en la realidad. No tiene mucho sentido plantear en términos de diversidad que una minoría sea como una fórmula mayoritaria», plantea José Ramón Ubieto.