ABC (Galicia)

¿Una cacofonía sin sentido?

Sánchez ha convertido las elecciones en un plebiscito sobre su persona. Lo más probable es que lo pague caro

- ÁLVARO DELGADO-GAL

Casi todo el mundo coincide en que la campaña del PSOE ha sido deplorable. Unas veces, por errores directos del partido socialista: ha sido éste, y no un comando procedente del espacio exterior, el que se ha dedicado a comprar votos en Mojácar. Infeliz, también, por el comportami­ento de sus socios. Que Bildu haya incluido en sus listas a cuarenta y tantos exetarras, y no de tapadillo, sino con el alias de cada uno escrito en la frente, resulta suficiente­mente expresivo. Las consecuenc­ias que vaya a tener esto a pie de urna están todavía por ver. Sin embargo, existen dos cosas, ambas importante­s, que se pueden afirmar con rotundidad. Empiezo por Bildu.

¿Consultó el partido de Otegi con el Gobierno la incorporac­ión de los antiguos terrorista­s a la oferta electoral del 28M? No lo creo. Existían antecedent­es, si bien a menor escala. Parece ser, igualmente, que se habían verificado disidencia­s dentro de las corrientes más radicales del abertzalis­mo que el desafuero de las listas buscaba suavizar. De modo que Bildu, tras sopesar sus prioridade­s, decidió soltar a su ganado más alevoso, sin cortarse un pelo. Si las cosas han rodado así, hay algo que queda meridianam­ente claro: y es que en los cálculos de Bildu no apareció, ni por un momento, el partido de Sánchez.

La no presencia del PSOE en el esquema bilduetarr­a produce pasmo, dado que, teóricamen­te, el próximo gobierno de Sánchez, si es que llega a haberlo, tendrá que apoyarse, sí o sí, en Otegi y compañía. Todo ello arroja una luz muy reveladora sobre el conglomera­do Frankenste­in. No se trata el último de una coalición, sellada porque sus miembros compartan objetivos en el medio o largo plazo, sino de una aglomeraci­ón de fuerzas propiciada por el hecho de que Sánchez no quiere que lo bajen del escabel de La Moncloa. Y cuando digo «aglomeraci­ón», entiendo que se me tome al pie de la letra. Bildu tiene su agenda propia, esencialme­nte la misma que habría tenido, quitando algún que otro detalle, en ausencia de Sánchez. En este sentido, los bilduetarr­as no son sólo independie­ntes, sino que son libres: libres de decidir qué hacen en cada momento. Y son también más fuertes, precisamen­te porque Sánchez les necesita más a ellos, que al contrario. De lo dicho se desprende que el gobierno que se intentara después de las generales, en el supuesto, es evidente, de que se lograse sumar el número preciso de escaños, sería por entero inviable. Duraría unos meses, en medio de un inaudito fragor político, económico, constituci­onal y de orden público. Que Sánchez contemple convertirs­e en Lenin, o, más modestamen­te, en Maduro, no lo estimo verosímil.

Segundo punto. Ha sorprendid­o que Sánchez, contra el aviso de los que todavía saben sumar dos y dos, desplazara durante la campaña a los alcaldes y presidente­s autonómico­s de su partido, convirtien­do las elecciones en un plebiscito sobre su persona. Lo más probable es que lo pague caro. Pero no voy por ahí. Lo que pretendo señalar es la arrogancia, rayana en el desprecio, con que Sánchez ha tratado a los suyos. A los que todavía se acogen a las siglas PS-O-E. Haciendo balance, nos enfrentamo­s a un desprecio doble. El PSOE ha sido ignorado por Otegi, y también ha sido ignorado por Sánchez, su secretario general. ¿Tal vez ha dejado de existir? La respuesta es más compleja de lo que parece. Por mal que le vaya, no hay candidatos alternativ­os a ocupar el centro izquierda. Pero lo peor que le puede ocurrir no es, ¡ay!, que le vaya mal. Es que le vaya bien. O sea, que gane Pedro Sánchez. A partir de ahí la sopa de letras P-S-O-E se convertirí­a en una cacofonía sin sentido. //

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EFE Pedro Sánchez, ayer durante un mitin en Tarragona

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