ABC (Galicia)

Una hazaña convertida en rutina

▶La transforma­ción del ascenso a la cumbre más alta del mundo ha sido radical en las últimas siete décadas

- EMILIO V. ESCUDERO MADRID

Así ha cambiado el Everest

El 29 de mayo de 1953, Edmund Hillary y Tenzing Norgay alcanzaban la cumbre del Everest. Aún hoy se desconoce si Irvine y Mallory lo habrían logrado en 1924 cuando se les perdió la pista por encima de los 8.000 metros, así que, oficialmen­te, ellos se convirtier­on en los primeros seres humanos que pisaban la cima más alta del mundo. Protagonis­tas de una hazaña que durante años persiguier­on muchos otros y que grabó sus nombres para la posteridad. A su ejemplo se fueron sumando poco a poco otros aventurero­s hasta transforma­r aquel sueño en una rutina. La que ha convertido al campo base del Everest en una pequeña ciudad y el ascenso al techo del mundo en poco menos que una ruta senderista por la que turistas adinerados de todos los países transitan para lucir en sus redes sociales desde el punto más alto del planeta. El Everest de ayer y de hoy. De la hazaña a la rutina.

Si hay algo que no ha cambiado en todo este tiempo son las sensacione­s que uno experiment­a la primera vez que se acerca al coloso del Himalaya. Porque ahí no vale el dinero ni la experienci­a. Es el hombre frente a la naturaleza y, en eso, todos son iguales. «En el campo base del Everest, el cuerpo te manda señales de que te tienes que ir de allí. Comes mal, duermes mal, tienes los pies y las manos siempre fríos y todo te hace pensar que debes salir de allí cuanto antes. No sabes si lo que estás viviendo es normal o es que te estás muriendo», explica a ABC Sebas Álvaro, alpinista, escritor y durante muchos años director del programa de televisión ‘Al filo de lo imposible’.

Pocos como él para rememorar esas sensacione­s que tantas veces ha experiment­ado. Un malestar que te invita a abandonar, pero que cesa tras varios días. «En cuanto vuelves a tener la libido por las nubes sabes que estás listo para dar el siguiente paso», bromea. Un paso que consiste en atravesar la peligrosa cascada del Khumbu, la parte más comprometi­da de la transitada cara sur del Everest. La misma que utilizaron en su día Hillary, Norgay y sus compañeros de la expedición británica de 1953. La gran diferencia es que ahora las grietas que se dibujan en el hielo se aseguran con escaleras de aluminio y cuerdas casi irrompible­s y que entonces había que tirar de imaginació­n cuando se acababa el material. «Tuvieron proble

Sebas Álvaro Alpinista y aventurero

mas y les tocó traer troncos para atravesar el Khumbu», desvela Álvaro. De hecho, los británicos movilizaro­n alrededor de 400 personas en la empresa de conquistar el Everest, la mayoría de ellos porteadore­s. Los primeros integrante­s de la expedición aterrizaro­n en Katmandú a principios de febrero. Una avanzadill­a que gestionó el envío del material y su traslado hasta el campo base. En aquellos tiempos, todo tenía que llegar de Europa; ahora, en casi cualquier rincón de Nepal se pueden conseguir unas botas, una cuerda de escalada o una tienda de campaña. El país vive por y para la montaña, a la que exprimen sin control. Y eso que cada año ponen en marcha nuevas normas para tratar de controlar una masificaci­ón que se les está yendo de las manos. Reglas que casi nunca se cumplen y absurdas en la mayoría de los casos.

Paquetes VIP

Los cuatro meses de expedición de los británicos se condensan ahora en apenas 40 días. Alguno menos si se hace uso del helicópter­o para evitar el trekking hasta el campo base. Porque todo vale para alcanzar la cima del mundo. Solo depende de la cantidad de dinero que quieras pagar. Las agencias que gestionan las expedicion­es ofertan desde hace pocos años un paquete vip por el que se pueden llegar a pagar más de 300.000 euros para tener todas las comodidade­s que se puedan imaginar: tienda individual con vistas al Everest, traslados aéreos en altura, pensión completa a casi 8.000 metros, televisión vía satélite… y hasta fotógrafo personal que inmortalic­e tan magna aventura con internet sin límite para compartirl­o todo en las redes sociales.

También eran costosas las expedicion­es de los años 50, pero estaban financiada­s por el estado. El fin de la 2ª Guerra Mundial había instalado un sentimient­o de fracaso en los países europeos, que buscaban recuperar su orgullo conquistan­do los últimos rincones vírgenes del planeta. Aquel conflicto bélico que había devastado el Viejo Continente dejó una revolución tecnológic­a muy importante, que se tradujo en la llegada de nuevos materiales a la montaña. Las botellas de oxígeno eran más ligeras de las que portaban en los años 20 los aventurero­s de la montaña y, sobre todo, más fiables; las cuerdas ya no son de cáñamo y los tejidos de la ropa resultan ya prácticame­nte similares a los actuales. Esa revolución allanó mucho el camino hacia la cumbre, sobre todo en el hielo de la cara sur del Lhotse, aunque el esfuerzo continuó siendo titánico para aquellos pioneros que, llegados a la zona de la muerte, por encima de los 8.000 metros, no sabían lo que se iban a encontrar. Aquello era terreno casi virgen, del que solo un puñado de los que lo habían pisado habían vivido para contarlo.

El ataque a la cima, una vez alcanzado el collado sur, son casi mil metros de desnivel a día de hoy que se salvan en unas horas. En 1953, Hillary y Norgay durmieron a 8.500 metros, a poco más de 300 de la cima, que recorriero­n en solo unas horas. En ese tiempo, se asomaron a la cima sur a las 9.00 horas del 29 de mayo, pero todavía les separaban unos metros del punto más alto. Ambos se las apañaron para remontar lo que desde entonces se conoce como el ‘Escalón de Hillary’, la última dificultad antes de «vencer al bastardo», como el neozelandé­s definió su hazaña cuando durante el descenso se cruzó con su compañero George Lowe.

Un mensaje en clave

Antes, en la cima, se había abrazado a Norgay y ambos habían tratado de encontrar algún rastro de Irving y Mallory. «Miramos con la esperanza de encontrar alguna señal que nos indicara que habían hecho cumbre en 1924, pero no pudimos encontrar nada», escribió en sus memorias.

La noticia no tardó en llegar al Viejo Continente gracias a James Morris, el reportero del ‘Times’ que había acompañado a la expedición.

«Morris había sido uno más en el equipo dirigido por Hunt, ayudando en labores logísticas y de todo tipo. De hecho, cuando supo que Hillary y Norgay estaban cerca del objetivo, no dudó en ascender hasta el primer campo en altura –alrededor de 6.500 metros– para recibir la noticia, y transmitir­la a Londres», recuerda Álvaro. La de Morris, en sí misma, es una historia peculiar, porque con el paso de los años cambió de sexo y se convirtió en uno de los primeros transexual­es de cierto renombre. Eso le acarreó muchos problemas a lo largo de su vida, pero nunca borró de su mente aquel 29 de mayo de 1953 en el que transmitió la noticia más importante de toda su carrera como periodista. Lo hizo en clave –según un código que él mismo había redactado y que había compartido con sus responsabl­es del periódico antes de partir– para que nada se filtrara en la cadena de mensajeros que debían llevar su anuncio hasta Londres. «Malas condicione­s de nieve. Abandonado campamento base avanzado el día 29. Esperando mejoría, todos bien».

Sus palabras se tradujeron como un fracaso en la mayoría de los medios de todo el mundo, incluido ABC, que se hizo eco de esta informació­n sin saber que tenía un mensaje oculto. La realidad se conoció finalmente el día 2 de junio, cuando ‘The Times’ confirmó la conquista del Everest coincidien­do con la coronación de la Reina Isabel II. Un día histórico para adornar una hazaña que hoy se ha convertido en rutina.

«En el campo base el cuerpo te manda señales. No sabes si son normales o te estás muriendo»

«La noticia de la cumbre se transmitió en clave para evitar que se filtrara antes de llegar a Londres»

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El 29 de mayo de 1953, el neozelandé­s Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay hacían cumbre en la montaña más alta del mundo. Un ascenso épico que antes habían perseguido muchos otros sin éxito y que siete décadas después se ha convertido en poco menos que una rutina para los cientos de montañeros que se acercan a su base para aceptar el desafío de alcanzar su cima
Cima 8.848 m
La cumbre inexplorad­a a la que hoy ascienden más de 500 personas por año El 29 de mayo de 1953, el neozelandé­s Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay hacían cumbre en la montaña más alta del mundo. Un ascenso épico que antes habían perseguido muchos otros sin éxito y que siete décadas después se ha convertido en poco menos que una rutina para los cientos de montañeros que se acercan a su base para aceptar el desafío de alcanzar su cima Cima 8.848 m

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