ABC (Galicia)

«El rock no tiene nada que envidiar a la poesía»

La música popular puede ser muy profunda, y queda constancia de ello en el libro ‘Poética del rock’ coescrito por la lingüista Susana Rodríguez y el músico Bosco Gil

- ÁNTAR VIDAL SANTIAGO

Alexander ‘Skip’ Spence compuso, quizás, uno de los discos más bellos del rock. ‘Oar’, hoy considerad­o de culto, fue su único álbum en solitario, publicado en 1969 y con un discretísi­mo recorrido en la música popular: un fracaso comercial del que Columbia renegó absolutame­nte. Lo retiró de su catálogo, de hecho, a los pocos meses. Pero para siempre quedaron las canciones. Preciosas y delicadas, son un viaje a la mente del compositor, que sufría esquizofre­nia por abusos de sustancias varias. Tampoco es que fuera algo raro en los círculos artísticos de la época, pero ‘Skip’ lo supo contar como pocos: con poesía. Y música.

Y en esos dos pilares, como su nombre indica, se asienta ‘Poética del rock’, un gran libro —más de 700 páginas— escrito por Susana Rodríguez y Bosco Gil en el que analizan más de medio millar de letras de la historia de la música popular desde el siglo pasado. Ella, lingüista, y él, músico, conforman un tándem perfecto para abordar algo tan grande como la relevancia de la palabra escrita a la hora de componer canciones. Rodríguez y Gil no sólo analizaron los grandes éxitos del rock, como tantas antologías han hecho, sino que su abanico es mucho más amplio.

El caso de Alexander Spence sirve de ejemplo. «Están los que sentimos que tienen que estar», cuenta la lingüista. Y ahí entra tanto relevancia en la historia musical —sería un sacrilegio prescindir, por ejemplo, de Bob Dylan, y más habiendo recibido un Nobel de Literatura—, como gustos personales. Aunque tampoco podían abrir la veda a todo: «Una cosa

Susana Rodríguez

«En los 80 y 90 aparecen nuevas maneras de expresar las emociones» es un libro de 700 páginas y otra es una encicloped­ia». Y por eso «faltan muchos de los que nos hubiera gustado añadir».

«La idea es indagar no sólo en las letras de las canciones, sino en qué hay dentro de ellas», cuenta el coautor Bosco. Muchas veces, dice, se nos escapan los significad­os de las canciones. Aunque, por supuesto, las canciones —como todo el arte— están abiertas a cualquier interpreta­ción personal, en el caso de la música anglosajon­a existe una barrera que muchas veces cuesta superar: el inglés. Pese a que nuestro nivel de conocimien­to del idioma sea alto, la música, muchas veces, es algo que suena en el fondo. No se escucha, se oye, y se pierde el mensaje. «Nos guiamos por el impulso de la canción o por lo que nos dice musicalmen­te, y se pierde el contexto de la letra. Aunque, en otras ocasiones, ese pulso que te da el ritmo de la canción y la letra sí van acompañado­s y, aunque no se entienda, se percibe la misma emoción». No obstante, cree Bosco que la barrera es, por suerte, cada vez más baja. El inglés está más en el día a día, y la tecnología, claro, facilita mucho más el acceso a las letras y sus traduccion­es. Es más: existe una revaloriza­ción en este sentido de la música. Y el Nobel de Dylan ha ayudado mucho.

La música popular —aunque ya ha pasado peores momentos en este sentido— siempre ha sido percibida como la hermana pequeña de las artes. Aunque en los 60 muchos críticos ya apuntaron a que el rock and roll podía y debía considerar­se como ‘alta cultura’, lo cierto es que a la hora de la verdad la percepción es distinta por la mayor parte del público. Como que nunca podrá alcanzar la profundida­d y complejida­d de la literatura o la poesía. Pero para Rodríguez, son precisamen­te estas otras dos artes las que deberían envidiar a la música. Y advierte: «Yo escribo mis cosas, pero daría mi vida por poder hacer música». Este arte tiene una capacidad de llegada y de conexión con el público, defiende la lingüista, que no posee ningún otro. En ese sentido, confiesa riendo, que «envidio mucho a Bosco por poder coger una guitarra, componer una canción y trasladar» las emociones que quiera. «Es un chute directo», mientras que la literatura es más reposada y requiere un «ejercicio intelectua­l más profundo». «La música tiene el privilegio de llegar de manera directa». «Los músicos son hijos privilegia­dos de la creación», sentencia.

Una vía de escape al Covid

Toda esta aventura que culmina con más de 700 páginas de rock y poesía se gestó durante la pandemia. Los autores hacían unos cursos en la Universida­d de Vigo —que ahora edita el libro— sobre la materia. «La gente necesitaba la música» durante aquellos meses, recuerda Gil, algo que sirviera de «salida». Y se pusieron manos a la obra.

El libro, estructura­do cronológic­amente, analiza la carga poética y los temas tratados por la música a lo largo de las décadas. «La disconform­idad del individuo o la crítica al capitalism­o», pero también otros asuntos filosófico­s o, por supuesto el amor. Una vez más, fue en los 60 cuando las letras de las canciones cobraron relevancia: Dylan, Joni Mitchell, Van Morrison, James Taylor, Leonard Cohen... Son decenas de nombres los que, en aquellos años, enriquecie­ron la música por esa vía. Pero en décadas posteriore­s, como los 80 y los 90 esa filosofía «resurge». «Se nota una evolución natural de las canciones y nuevas maneras de expresar las emociones», apunta el músico.

Lingüista

«Yo escribo mis cosas, pero daría la vida por poder hacer música»

Bosco Gil Músico

Monje benedictin­o y primer arzobispo de Canterbury. Se le considera uno de los padres de la Iglesia en las islas británicas

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// CEDIDA Susana Rodríguez y Bosco Gil posan con su libro ‘Poética del rock’.
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San Agustín de Canterbury (siglo VII)

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