El dilema de EE.UU. en Oriente Próximo: escalada o retirada
Expurgados casi totalmente los dos tercios superiores de la Franja de Gaza por las Fuerzas de Defensa de
Israel (FDI), el mayor esfuerzo de éstas se focaliza ahora sobre Jan Yunis y Rafah, en el tercio inferior. De los aproximadamente 25.000 milicianos que tenía Hamás antes de la masacre del 7 de octubre, alrededor de 17.000 de ellos han sido bajas de combate (9.000 muertos y 8.000 heridos) y 2.500, apresados. Consecuentemente, quedarían sueltos solo algo más del 20% del total inicial, bien que tales efectivos sean, en su mayor parte, restos de unidades que operan a modo de guerrillas. Eso explica el desinterés de Hamás por aceptar el alto el fuego, muñido en París hace diez días, para el canje de israelíes por prisioneros palestinos, al no incluir el trato un cese de hostilidades permanente, que aseguraría la supervivencia de Hamás. Se mantiene inalterable la ecuación estratégica de Tel Aviv con dos términos irrenunciables: la desaparición de Hamás como fuerza operativa, y la liberación de los secuestrados en poder de los terroristas.
Los hutíes, en Yemen, continúan hostigando, con drones y misiles, la libre navegación por el sur del mar Rojo y el estrecho de Bab el Mandeb. Tales armas, aunque sean derribadas por los buques de la operación Prosperity Defender, consiguen que muchos buques mercantes renuncien a transitar por esas aguas. Razón por la cual unidades navales y cazabombarderos británicos y norteamericanos traten de degradar las capacidades hutíes, bombardeando reiterada y precisamente, con misiles Tomahawk y munición de ataque a tierra, sus polvorines, puestos de mando, lanzadores de misiles, sistemas de defensa aérea y radares.
A pesar de ello, los hutíes conservan dos razones para no cejar en su empeño de amenazar esa línea de comunicación marítima tan esencial para el comercio mundial. Una, como muestra de solidaridad con los palestinos en su lucha contra Israel. Y dos, como mensaje doméstico de su pretendida capacidad para echar un pulso a EE.UU., que les favorezca en la guerra civil en Yemen. Últimamente,
a los campos de batalla del Líbano, Cisjordania, Gaza y Yemen se ha añadido, con potente estruendo propio, el de Siria (sur) e Irak (oeste). Zona en la que, desde el 7 de octubre, ya son más de 150 los ataques puntuales de las milicias proiraníes, sirias e iraquíes, contra los 3.400 soldados norteamericanos –2.500 en Irak y 900 en Siria– desplegados para combatir al Estado Islámico.
Hasta ahora, tales acciones podrían ser consideradas como fuegos de hostigamiento por realizarse con drones que, normalmente abatidos por las defensas antiaéreas, obtenían efectos operativos limitados, aunque perturbaran el régimen de vida de las fuerzas norteamericanas. Tal fue, por ejemplo, el ataque con drones, el pasado jueves, contra la base norteamericana del campo petrolífero Al Omar en el este sirio.
Sin embargo, fue precisamente un dron suicida, lanzado por la milicia iraquí Kataib Hizbolá, hace diez días, lo que elevó la zona Siria (sur) e Irak (oeste) al rango de campo de batalla. Ese dron consiguió traspasar la pantalla antiaérea que protegía la base avanzada Torre 22 en Jordania, limítrofe con Siria e Irak, causando la muerte a un suboficial y dos especialistas de Ingenieros norteamericanos. La subsiguiente respuesta combinada norteamericano-británica ha sido, hasta ahora, escalonada en tres oleadas de cazabombarderos, misiles y drones artillados contra objetivos neurálgicos de las milicias islámicas, vinculadas a la guardia revolucionaria iraní, que operan en la zona. Los ataques se han dirigido, principalmente, contra objetivos en la provincia siria de Deir ezZor, particularmente en las áreas de Al Mayadín (conocida como ‘capital iraní’ en Siria), y la de Abu Kamal (bastión de Daesh fronterizo con Irak), que, a caballo del río Éufrates, dominan una ruta fundamental para el abastecimiento de las milicias proiraníes en Siria. Esa réplica de Washington ha sido algo tenue, eludiendo atacar objetivos en Irán, para evitar que Teherán decidiera embarcarse en una escalada que nadie parece desear, bien que sea universalmente reconocido que Irán es guía espiritual y nodriza de la mayoría de las milicias yihadistas que bullen y hormiguean por Oriente Próximo. Pero, si tales milicias persistieran en sus ataques, haciendo sangre en las tropas norteamericanas, la Casa Blanca, seguramente, tendría que optar en un dilema esencial: entre escalar directamente contra Irán o evacuar sus tropas de Siria-Irak. Ya lo hizo en Afganistán.
Los hutíes buscan un mensaje doméstico sobre si pretendida capacidad de echar un pulso a Occidente