«Aún no han prohibido mis libros en Rusia... Acabará llegando»
▶ Maxim Ósipov narra en ‘Kilómetro 101’ cómo salió de su país cuando estalló la guerra
Para Maxim Ósipov (Moscú, 1963), un hospital contiene todos los elementos de la buena literatura: dolor, desesperación, pobreza... «Esta profesión da la oportunidad única de ver los distintos estratos de una sociedad. Te encuentras con gente común, gente inteligente, especialmente en una ciudad tan pequeña como Tarusa: policías y criminales son tratados en el mismo hospital». Cardiólogo de formación, hace dos décadas empezó a publicar cuentos, ensayos y novelas. Y hoy es más escritor que cardiólogo. Más aún desde que en 2022, cuando Rusia empezó a bombardear Ucrania, decidiera abandonar el país. No se lo tuvo que pensar demasiado, dice, casi dos años después de salir de allí. «Mi hija, su marido y mi nieto vivían en Alemania, y tenía la sensación de que no les iba a volver a ver –dice–. Para salir, tenía que hacerlo antes de que cerraran las fronteras. Mi madre murió en 2017 y podía hacerlo. Tenía un lugar adonde ir y editores que me apoyaban. He tenido suerte».
Ahora Ósipov vive en Ámsterdam, da clase de literatura rusa en una universidad y lleva una revista literaria, ‘La quinta ola’. Y sigue escribiendo. Su último libro, ‘Kilómetro 101’ (Libros del Asteroide) acaba de ser traducido al español por Ricardo San Vicente. Es una compilación de textos en los que recoge su experiencia como médico en la ciudad de Tarusa y dedica un capítulo a cómo salió de Rusia; «un ‘yo acuso’ de obligada lectura» –palabra de Mercedes Monmany– contra la deriva fascista de Putin. «Sí», responde sin dudar en un hotel madrileño, donde atiende a varias entrevistas por su libro. «Todas las señales del fascismo están ahí: la superioridad de la nación rusa contra otras naciones, la idea de que no hay fronteras para el imperio ruso, la fuente semidivina del poder... Si miras las características formales del fascismo, verás que Rusia es un país fascista clásico. La ideología se está desarrollando ahora. La única diferencia entre un país fascista puro y la Rusia actual es que la nación no está movilizada, pero están trabajando en ello».
Habla el autor ruso desde la convicción de que su país está retrocediendo, y no solo por el mayor autoritarismo político, sino por la regresión a un tipo de sociedad que creía superada. «Cuando miras a sociedades como la británica o la americana, ves que ha habido avances en la relación entre el
Maxim Ósipov Escritor
«En Rusia repetimos los mismos errores una y otra vez. En Tarusa sentí como si estuviera en el siglo XIX»
poder y los ciudadanos, o en el papel de las mujeres. Pero el modo en que se discute en Rusia sobre estos temas, sobre el papel de las familias, realmente nos lleva al siglo XIX, o antes», reflexiona. Ya lo sentencia en ‘Kilómetro 101’: en cinco años, en Rusia cambian muchas cosas, pero en doscientos, nada. «Tendemos a pensar en el desarrollo de una sociedad como una espiral que se mueve y se desarrolla, aunque sea lentamente. En Rusia, en cambio, repetimos los mismos errores una y otra vez. Cuando llegué a Tarusa desde Moscú me sentí como si estuviera en el siglo XIX en muchos sentidos».
A la pregunta de si se considera un disidente, Ósipov responde con cautela. Lo es y, a la vez, no lo es. En Rusia, esa palabra suena «muy heroica». Los disidentes de los años 60 y 70 estuvieron en prisión y fueron torturados. «Fueron muy valientes. Allí la palabra disidencia tiene una connotación muy heroica. En inglés es distinto. Sí que me opongo al régimen actual, soy un disidente en ese sentido de la palabra». ¿Tiene miedo de que le ocurra como a otros opositores, que han muerto envenenados? «No es una de mis principales preocupaciones, diría yo». Hay otros temores, como sufrir un cáncer, un infarto, enfermar... «Como tampoco vas a tener todo esto en la cabeza, pues eliges qué miedos tienes. Me siento bastante a salvo donde estoy». De momento, sus libros se siguen publicando en Rusia: «La censura cancela libros y me prohibieron una obra de teatro. Ha ido ocurriendo lentamente, paso a paso. Pero mis libros aún no están prohibidos... Acabará llegando».
Además del incidente que tuvo a Ocampos como víctima, en Vallecas se escucharon insultos racistas hacia EnNesyri, autor de los dos goles sevillistas. El Rayo Vallecano en su comunicado no hizo alusión a estos desagradables cánticos y tampoco anunció que se hubiera identificado o expulsado a alguno de los autores. LaLiga aseguró que denunciará estos insultos racistas ante la Fiscalía de Odio. Y pondrá el caso en manos de Competición y Antiviolencia, como ha hecho con los insultos racistas recibidos por Vinicius en Getafe y con el proferido por Bellingham contra Greenwood.
dar un paso al frente ya que en otros estadios y con otros jugadores los comunicados y las decisiones se han ido sucediendo con celeridad. La tibia e insuficiente reacción del Rayo Vallecano contrasta en este sentido con la que ha lucido el Sevilla en otras ocasiones. El Rayo no ha sido por el momento capaz de identificar al aficionado tras haberse visto lo ocurrido por las numerosas cámaras de televisión. Sergio Camello, jugador del equipo franjirrojo, no estuvo nada afortunado tras el partido al calificar lo acontecido como «una niñatada» y asegurar que «en Argentina pasan cosas peores», a lo que el jugador sevillista afectado señaló lo siguiente ya fuera de Vallecas: «¿Una niñatada hacer esas cosas? Creo que tenemos que dar ejemplo. Mira, yo tengo dos hijas, imagínate que hubiese reaccionado y mañana mis hijas tienen que ir al colegio con el papá habiéndole pegado a dos chavales».
La seguridad en los estadios y el posible agravio comparativo que se pueda derivar de este hecho con respecto al fútbol femenino también alimentan un debate del que ni el Sevilla ni Ocampos querían formar parte antes del pitido inicial. El estadio de Vallecas presenta una fisonomía poco habitual para los tiempos que corren y que permite que se den este tipo de situaciones. El Rayo Vallecano está buscando la manera de mejorar su estadio, pero mientras esto sucede, el club debe tomar medidas para evitar que lo ocurrido el lunes vuelva a pasar. En lugar de un dedo podría haber sido un cuchillo. Por otra parte, inimaginable resulta que un gesto como el visto en Madrid se pueda dar en el fútbol femenino o con un jugador negro. Igualmente censurable es (o debiera ser) en un caso y en otro como idéntica tendría que ser la reacción en ambas situaciones.
En definitiva, lo ocurrido con Ocampos invita a una profunda reflexión y a una veloz actuación por parte de LaLiga, el Rayo y quien corresponda. De este modo se podrían evitar agravios comparativos con situaciones igualmente censurables, pero muy similares en fondo y forma.