ABC (Galicia)

El dedo vallecano

La agresión a Ocampos no es racista, ni homófoba, ni machista, por lo que no es un escándalo, sino una gamberrada

- ALBERTO GARCÍA REYES

LUCAS Ocampos se quedó como Curro Romero cuando un poseso, endemoniad­o porque el Faraón se negaba a matar el toro alegando que ya estaba toreado, saltó al ruedo de Las Ventas y le dio un empujón contra las tablas que le metió los estribos en los riñones. El de Camas, armado con el descabello, se volvió a poner en pie serenament­e, miró a los ojos de su agresor mientras éste le dedicaba una sarta de piropos, y luego se marchó en silencio. Del asaltante se encargó la cuadrilla. El maestro se largó y no le dedicó ni un solo comentario público al personaje jamás. Sólo en privado, y muchos años después, ha hablado Curro sobre aquel ataque. Con su natural senequismo.

—Maestro, ¿cómo después de ese empellón, llevando usted en la mano la espada de cruceta, pudo quedarse quieto?

—Porque si le hago algo, ya habría allí dos locos y, gracias a Dios, sólo había uno.

Al matón se lo llevaron detenido y le prohibiero­n la entrada en Las Ventas de por vida. Luego el hombre quiso justificar­se diciendo que era muy currista y que llevado por el anhelo de ver a Romero esculpir lentitudes cruzó la puerta del manicomio. Curro le ha perdonado con una sentencia: «¿Que es currista? A mí lo que me dijeron es que era camionero».

La reacción de Lucas Ocampos ante el zumbado que le metió el dedo en el orificio de salida cuando iba a sacar de banda en Vallecas sí que fue currista. Hay que tener mucho temple y mucha clase para aguantar un embate tan desagradab­le y estar por encima del instinto, de la adrenalina del momento, y de la masa. Pero su flema, además de dar un ejemplo de buenos valores, ha dejado en evidencia al fútbol español, que en el fondo es un espejo de la sociedad podrida del momento. Hemos visto cómo los organismos que dirigen nuestro deporte, ideologiza­dos hasta el cretinismo, han abierto causas generales contra los majaderos de las gradas cuando las ofensas son racistas, homófobas o machistas. Pero Ocampos es un hombre blanco y heterosexu­al, por lo que la arremetida obscena contra su integridad se considera leve. Contra una mujer sería agresión sexual; contra un hombre, una gamberrada. La Liga ha abierto expediente y ya veremos. Las tertulias de la propaganda oficial están calladas. Lo que le han hecho al futbolista del Sevilla no tiene un nombre al que puedan aferrarse, así que esta vez no hemos visto las imágenes de la detención policial que sí vimos con el racista que insultó a Vinicius en Valencia.

Mañana comienza otra jornada liguera y los ultras del Rayo, que humillaron al ucraniano Zozulya gritándole nazi, podrán seguir cantando sus alabanzas al Che. Porque en este país sólo es deleznable lo que venga de la ‘fachosfera’. La parte buena puede cantar ‘Zorra’, irse de Vallecas a un chalé o justificar a terrorista­s. Y así, poco a poco, nos van metiendo el dedo vallecano a todos hasta la tercera falange. Sin anestesia.

Recordando la lluvia de almohadill­as, Curro dice aliviado: «Me las tiraban a no dar». A Ocampos, 40 años después, le han dado. Los del progreso.

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