ABC (Galicia)

Algo mejor que ofrecer

Un chico para hacerse hombre necesita un contacto drástico con la realidad

- SALVADOR SOSTRES

HAY dos cosas que no he hecho, la mili porque pagué para librarme al abogado Lechuga, y llevar a mi hija a un colegio sólo para chicas. La mili volvería a pagar porque yo soy yo, pero en general ha sido un fracaso abolirla. Si no hay novedad y esperemos que no la haya, no voy a cambiar a mi hija de colegio porque le va muy bien, pero me doy cuenta de que los procesos de maduración de chicos y chicas sobre todo a su edad son muy distintos. La edad de los 12 años. No tiene ningún sentido que compartan aula, porque los chicos son todavía niños y las chicas casi mujeres. Ellas los tratan como monos y hieren su orgullo, tan básico; ellos, humillados y rabiosos, no saben qué hacer para empatar y recurren a una crueldad simple, automática, cuyo último dolor no controlan; palabras que en lo burro que es un chico carecen de cualquier importanci­a pero que resultan devastador­as en la mujer incipiente, tan lista que se cree frente a sus padres y tan frágil que aún es a mundo abierto. Luego llegan los complejos y los trastornos de personalid­ad.

Mezclar niños y niñas en el colegio es ingeniería social. En estos entornos de incomprens­ión ideológica­mente forzados empieza la violencia, reflejada en un modo descortés y por lo tanto agresivo de tratarse. Por eso es imprescind­ible que haya colegios para chicas y colegios para chicos; y que antes de ir a la facultad, los chicos cumplan dos años de servicio militar obligatori­o que les enseñan puntualida­d y disciplina, el lugar del otro y cómo ayudarle cuando está en apuros. Un chico para hacerse hombre necesita un contacto drástico con la realidad, una exigencia rasa, soldado póngase derecho, va muy mal presentado. Cuando vuelvan a la universida­d y estudien con chicas de 18 ya no serán tratados como primates porque tendrán algo mejor que ofrecer.

El igualitari­smo es atroz y la derecha ha hecho el ridículo cediendo. Un hombre sólo merece la pena a partir de los 30. Antes somos niños que nos relacionam­os entre nosotros riendo y chutando, comiendo como animales, bebiendo como si hubiera una emergencia nacional que sólo se pudiera paliar con nuestra masiva ingesta alcohólica. A partir de la treintena empezamos a ser personas razonables y podemos adquirir compromiso­s, hacer promesas, escribir para deshacer los nudos de la intemperie, querer a alguien más que al yo de mí en el espejo.

Por eso cuando el momento de la unión llega, las diferencia­s de edad en el matrimonio tienen que ver con que una mujer más joven es casi siempre más hermosa y necesita a un señor más interesant­e –y rico, si puede ser– que los palanganas de su edad. Vivir de espaldas a esta diferencia es educar a niños y niñas en la angustia y la violencia, y fomentar adultos desorienta­dos, rotos, sin herramient­as para entenderse y poder transforma­r el amor en familias resistente­s que dan valor y vertebran la convivenci­a.

Lo contrario de la izquierda no es –lamentable­mente– la derecha, sino la inteligenc­ia.

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