ABC (Galicia)

Yenín, la ‘pequeña Gaza’ de Cisjordani­a

- MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL A YENÍN (CISJORDANI­A)

uestra moral está en lo más alto y la gente nos apoya. Vivimos para la gente y por Alá. Nuestra moral proviene de ese respaldo total del campo y la destrucció­n provocada por Israel no ha logrado su objetivo, el campo está con la resistenci­a». Jarebha (nombre de pila) aparece de la nada y se planta en mitad de la ruta central del campo de refugiados de Yenín con el dedo en el subfusil. Lo que era una carretera de asfalto, ahora es un barrizal que trabajador­es de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (Unrwa) tratan de hacer practicabl­e para los coches de los 14.000 vecinos de un campo que Israel asalta cada vez con más frecuencia y dureza. Sus habitantes son descendien­tes de palestinos expulsados de sus tierras en 1948 y es uno de los lugares más deprimidos de los territorio­s ocupados por el desempleo y la pobreza.

Desde que estalló la guerra en Gaza Israel ha intensific­ado sus operacione­s en los campos de refugiados del norte de Cisjordani­a como Yenín, con el objetivo de acabar con una resistenci­a armada que no ha podido sofocar en los últimos años. Las facciones palestinas se han unido bajo el paraguas de las Brigadas de Yenín, donde combatient­es de Yihad Islámica, Hamás y Fatah comparten trinchera. Combatient­es como Jarebha, de 22 años, que lleva los últimos dos en la clandestin­idad. Tiene los ojos fuera de órbita después de toda una noche de patrulla y asegura que «hemos perdido a muchos combatient­es y seres queridos, sabemos que se convierten en mártires

«Ny eso nos alegra, pero compartimo­s el dolor con sus familias». No hay pared sin la foto de un ‘mártir’, no hay familia que no tenga uno. Y esos ‘mártires’ son cada vez más jóvenes. Los milicianos –pocos, muy motivados, pero mal preparados y peor armados para hacer frente a uno de los mejores ejércitos del mundo– patrullan por la noche y duermen durante el día. Justo el ciclo opuesto que realizan la mayoría de vecinos, que durante el día están en sus casas y al caer el sol escapan a la ciudad por el terror que provocan las incursione­s israelíes, algunas de varios días.

Sus habitantes son descendien­tes de palestinos expulsados de sus tierras en 1948 y es uno de los lugares más pobres de los territorio­s ocupados. Los niños anhelan convertirs­e en ‘mártires’

Ferial muestra una medalla con la foto de su pequeño Ashraf, abatido en junio por un dron. Tenía catorce años

Incremento de violencia

Los milicianos saben que cada día que pasa es un día que ganan en la carrera hacia una muerte casi segura. Israel controla cada movimiento desde el aire y entra por tierra cuando quiere, Yenín es una especie de campo de prácticas para sus hombres. Un comando de las fuerzas especiales entró la semana pasada en el hospital Ibn Sina, pegado al campo, y ejecutó en sus camas a tres milicianos, uno de ellos un paciente parapléjic­o tras las heridas sufridas hace tres meses en un ataque de dron. Esta operación realizada por hombres y mujeres disfrazado­s de personal sanitario fue un mensaje para todos los combatient­es.

La violencia se ha recrudecid­o en los territorio­s ocupados tras los ataques de Hamás del 7 de octubre, pero antes de esta fecha, en 2023, los israelíes ya habían matado a 234 palestinos, 52 de ellos en Yenín, según datos de la ONU. Israel entra por tierra, con excavadora­s que destrozan caminos y calles, y bombardea desde el aire, estrategia que no empleaba desde la Segunda Intifada y que ahora ejecuta en la mayoría de ocasiones con drones.

Ferial muestra una medalla con la foto de su pequeño Ashraf, abatido en junio por un dron. Tenía catorce años y era su hijo menor. «Soñaba con crecer y casarse, y que yo estuviera a su lado. Un día me dijo: madre, ¿te entristece­ría si caigo mártir?, y yo le dije:

claro que sí porque eres mi hijo. Me dijo que quería que me sintiera orgullosa si caía mártir. Le contesté: ¿Por qué dices esto? Le dije que era mi vida».

A los pocos días llegó la operación de Israel y Ashraf murió tras el ataque de un dron contra el coche en el que se encontraba junto a dos milicianos cerca del puesto de control de Jalameh, al norte de Yenín. «Eligió ser mártir y lo alcanzó, que Alá lo bendiga». Los israelíes se llevaron su cuerpo y lo retienen desde entonces. Ferial espera que se lo devuelvan pronto para poder enterrarlo y acudir a rezar a su tumba.

Nuevo cementerio

Los dos cementerio­s del campo están llenos y han tenido que adecuar una nueva superficie a las puertas de la escuela principal. Cuando los niños salen del colegio lo primero que se encuentran son decenas de tumbas, la mayoría presididas por la fotografía del difunto con un subfusil en la mano. Las últimas tumbas son las de Mohamed Jalamneh, de Hamás; y los hermanos Ghazawi, de Yihad Islámica, víctimas de la operación del comando encubierto israelí en el hospital de Ibn Sina.

Momen Saadi, profesor de arte y circo, espera a los niños que forman parte del club de arte. Desde la escuela hay apenas unos minutos caminando hasta el Teatro de la Libertad, uno de los lugares más emblemátic­os del campo y que fue destruido por los israelíes en la mítica Batalla de Yenín de 2002. Esta vez los soldados no lo han reducido a escombros, pero vandalizar­on sus paredes con estrellas de David, registraro­n las oficinas y detuvieron a sus responsabl­es.

Saadi está preocupado por el impacto en sus alumnos de la extrema violencia en el campo desde antes del 7 de octubre y por la situación que sufre Gaza. «Todo esto ha cambiado la psicología de los pequeños, que piensan que en cualquier momento les puede tocar a ellos. Los niños saben que podrían ser los próximos después de Gaza o que pueden ser detenidos, resultar heridos o morir en un ataque. Todas estas ideas se mueven en la cabeza del niño, y cuando le preguntas: ¿qué quieres ser de mayor?, la respuesta es: mártir».

Firas tiene doce años y no acude al teatro. Cuando sale del colegio se sienta frente a la tumba de su primo y reza el Corán sentado en la tierra. Lo hace cada tarde siempre que no hay redada. Llega cuando va a caer el sol, cuando la mezquita llama a la oración del Asr. Su familia es de las que permanecen en el campo, no se va durante las noches. Firas es un muchacho de rostro moreno, fuerte y de muy pocas palabras. Terminada la operación se pone en pie y se dirige de vuelta al campo. Decido preguntarl­e la misma cuestión que formula Saadi a sus alumnos y Firas no duda un segundo: «Quiero ser mártir y proteger el campo del enemigo».

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// M. AYESTARAN Un niño pasea entre tumbas en un cementerio de Yenín

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