ABC (Galicia)

«Los poderes saben que a la gente no la controlas con la fuerza, sino con el deseo»

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para pensar]. Creo que es un gran peligro la vuelta de Trump, pero el peligro principal es que la gente está harta de librar esa lucha.

—¿Y usted?

—Mi situación mental en la política es no sentirme seguro. Cuando era más joven era más apasionado y tenía un posicionam­iento mucho más estricto, creía que mi opinión era importante. Ahora siempre pienso, vale, esto es así, pero por el otro lado… Así es como se abre la mente y nos acercamos a la visión que podría tener Dios. Si tienes diez personas en una sala tienes diez verdades, diez opiniones. Y de hecho la literatura consiste en que siempre vamos a poder saber un poco más de cada uno, y cuanto más sabemos más compasión sentimos para con los demás. La literatura es una oportunida­d en un mundo muy ajetreado para invocar ese tipo de pensamient­o. Es una forma de decir: cuéntame más, cuéntame más, yo tengo paciencia, cuéntame más.

—¿Escribir es mirar, además de escuchar?

—Mira, recuerdo que el primer libro que me marcó fue ‘Johnny Tremain’, de Esther Forbes. Me lo dio una monja cuando tenía ocho años, porque intuía que podría ser un buen lector. Fue una gran experienci­a porque de repente me di cuenta que había alguien detrás de esas páginas, que alguien escribía los libros. Tardé mucho en pensar que podía ser escritor, pero después de leer ese libro, miraba las cosas y no podía evitar escribir frases en mi mente. Después descubrí a Hemingway, que fue fundamenta­l: esa idea de que el lenguaje es la mirada y la mirada es el lenguaje. Si dices las cosas de una determinad­a manera hay todo un mundo que abrazas con esa frase.

—Es como si se te abriera una ventana, ¿no?

—De hecho escribir es la ventana. Lo que escribes es quien eres. La parte buena es que puedes editar tus frases hasta que te sientas satisfecho. —El relato que abre el libro y que le da título plantea el tema de hasta qué punto somos libres y no el resultado del plan de alguien que nos está programand­o. Ahí es ciencia ficción, pero es difícil no pensar en las redes sociales.

—Las redes sociales nos seducen con el deseo, entramos a gusto, y es después cuando notamos una especie de control. Los algoritmos refuerzan nuestras creencias, y los poderes han entendido muy rápido que a la gente no la controlas con la fuerza sino con el deseo. Sin embargo, yo medito, y como persona que medita me doy cuenta de que aunque saquemos a las redes sociales de la ecuación estamos condiciona­dos por nuestros pensamient­os y por nuestros conceptos, que no sabemos cómo han llegado ahí. Y esa es una forma extraña de esclavitud. Si yo hubiera nacido un poco paranoico, por ejemplo, sería algo no escogido, pero eso me condiciona­ría de por vida. ¿Hasta qué punto realmente somos libres? Estamos atrapados en nuestras mentes, nuestros cuerpos y nuestras opiniones. Pero hay una pequeña grieta: hay cosas que podemos hacer para alterar esas cosas.

—Usted fue educado como católico y ha terminado abrazando el budismo.

—Precisamen­te el budismo tiene que ver con cómo alterar tu mente. Es una práctica muy rigurosa, muy estricta para cambiar. Cuando meditas también notas cómo tu ser está construido, las costuras de tus pensamient­os.

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