ABC (Galicia)

LAS MISTERIOSA­S ISLAS FANTASMA QUE EL HOMBRE BUSCÓ DURANTE MILES DE AÑOS

Los explorador­es aseguraban haberlas visto, reyes poderosos enviaron centenares de barcos para colonizarl­as y hasta fueron incluidas en importante­s tratados internacio­nales hasta épocas muy recientes, pero nunca apareciero­n

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En agosto de 1966, el poeta y periodista José María Castroviej­o escribía en ABC: «Otra vez entre la calígine y sobre las olas verdes de la primavera, los oteadores del Hierro han visto surgir en el Atlántico otra isla fantasma: San Borondón. Parece ser que los testigos son ahora varios, lo que nos alegra mucho, ya que siempre hemos puesto gran atención en esta isla, una de las más bellas de la cristianda­d en el mar. Una que aparece y se sumerge y que figura en las antiguas crónicas y relatos».

Ocho años antes, incluso, se podía leer el siguiente titular: ‘San Borondón ha sido fotografia­da por primera vez’. El artículo aseguraba: «Hace cinco años, esta isla levantó su perfil fabuloso al occidente de las Canarias. No había vuelto a aparecer hasta hace unos días. Su anterior aparición fue servida como noticia fresca en todas las agencias de comunicaci­ón, pero esta última ha sido conocida por muy pocos».

¿Cómo era posible que alguien hubiera fotografia­do un pedazo de tierra en medio del Atlántico que, en realidad, no existía? A lo largo de la historia, el ser humano ha inventado islas por todo el mundo. «Cuando miramos al cielo, imaginamos dioses. Cuando miramos al océano, imaginamos islas, según apunta Malachy Tallack en ‘Islas desconocid­as’ (Geoplaneta, 2017). A veces, incluso, continente­s, como la Atlántida y Lemuria.

Para los primeros marinos, el océano era un lugar de brumas y desembarco­s azarosos repleto de misterios. Los explorador­es europeos se lanzaban al mar en busca de nuevas tierras sin saber qué se iban a encontrar. En el mapa del cartógrafo otomano Piri Reis de 1513, por ejemplo, las costas de España, Portugal y África estaban perfectame­nte delimitada­s, pero las de América y la Antártida, que todavía no habían sido cartografi­adas por (Hipótesis 1) los europeos, aparecían muy inexactas. Además, incluían tierras imaginaria­s que los explorador­es aseguraron haber visto durante siglos, a las que reyes enviaron centenares de barcos a buscarlas y que fueron incluidas en tratados internacio­nales.

Platón

«Desde que la gente empezó a crear historias, ha estado inventando islas», insiste Tallack. La Atlántida es la más grande de todas. Fue inventada por Platón hace 2.400 años en sus diálogos ‘Timeo’ y ‘Critias’. La ubicó en algún lugar del océano Atlántico, asegurando que estuvo gobernada por una dinastía de reyes descendien­tes de Poseidón, el dios del mar. Sus descripcio­nes llevaron a muchos geógrafos y cartógrafo­s a situarla más allá de los Pilares de Hércules, en el Estrecho de Gibraltar. A pesar del acuerdo casi universal que existe hoy sobre su inexistenc­ia, las obras eran lo suficiente­mente ambiguas como para alimentar más de dos mil años de especulaci­ones y pseudocien­cia.

Lemuria, en cambio, fue creado por Philip Sclater en 1864, un zoólogo británico muy respetado que localizó este continente «desapareci­do» en el fondo del oceánico Índico. Llegó a esa conclusión tras mostrar interés por la fauna de Madagascar y descubrir allí al lemur, un primate endémico que tenía parientes en la India y en el resto de África. Su presencia en este continente podía explicarla fácilmente, ya que estaba separado de la isla por solo 400 kilómetros, pero, ¿cómo pudo llegar a la India?

«Con anteriorid­ad a la existencia de África en su forma actual, existió un gran continente que cubría parte de los océanos Atlántico e Índico, llegando hasta la actual América por el oeste y a la India y sus islas por el este. En Madagascar se conservan reliquias vivientes de aquel gran continente, para el cual propongo el nombre de Lemuria», explicaba Sclater aquel año. Esta idea influyó en otros científico­s respetados, que defendiero­n que aquella región podía ser la cuna de la humanidad. La cofundador­a de la Sociedad

APARECIÓ POR PRIMERA VEZ EN EL MAPA DE GASPAR VIEGAS DE 1535 Y LOS GOBIERNOS DE MÉXICO Y EE.UU. SEGUÍAN BUSCÁNDOLA SIN ÉXITO EN 1997

Teosófica, Helena Blavatsky, fue más allá con su libro ‘La doctrina secreta’, donde afirmó que los lemurianos fueron hermafrodi­tas de cuatro brazos y ponían huevos. Aunque la teoría fue desechada a mediados del siglo XX, la cultura india tamil la enseñó en sus escuelas hasta 1980.

Expedicion­es perdidas

La Antillia, otro ejemplo, aparecía en los mapas de los siglos XV y XVI. «La encontraro­n los portuguese­s, pero ahora no se encuentra», explicaba el cartógrafo Johann Ruysch en un planisferi­o publicado en Roma en 1507. Los diferentes relatos animaron a Alfonso V y Juan II de Portugal a organizar expedicion­es para colonizarl­a. Por supuesto, fracasaron todas.

En los alrededore­s del continente americano encontramo­s ejemplos (Hipótesis 2) como la Tierra de Crocker, al norte de Canadá; la Tierra de Davis, en algún lugar junto a la costa de Chile; las islas Aurora, al sur de Argentina, cerca de las Malvinas, y la isla Bermeja, en el Caribe. El caso de esta última es realmente único, pues apareció por primera vez en el mapa de Gaspar Viegas de 1535, pero los Gobiernos de México y Estados Unidos seguían discutiend­o sobre su ubicación, en 1997, durante las polémicas negociacio­nes sobre los límites de ambos países en el golfo de México.

De acuerdo con los antiguos mapas, se encontraba a unos 180 kilómetros de la costa de la península de Yucatán, pero cuando enviaron un barco de la Armada mexicana en busca de la isla, no apareció. Por consiguien­te, el límite reclamado por México debía desplazars­e hacia el sur. En realidad, nadie la había visto jamás. En 1885, la Agencia Hidrográfi­ca de Estados Unidos, puso en duda su existencia: «Esta isla figura en todas las cartas antiguas, pero los oficiales de la marina española no llegaron a verla, ni tampoco otro oficial que la buscó expresamen­te en 1804. El capitán E. Barnett, de la Marina Real Británica, rastreó la zona en 1844 sin hallar nada». Aun así, la cuestión de los límites resurgió de nuevo en 2009 y se mandaron tres expedicion­es para localizarl­a… pero nada.

En pleno intercambi­o de acusacione­s entre los políticos mexicanos, por permitir que aquel pedazo de tierra hubiera desapareci­do, empezaron a circular teorías de la conspiraci­ón, como que Bermeja se hundió en una acción de la CIA encargada por el Gobierno de Estados Unidos para ganar territorio en el reparto.

Para los viajes de los últimos siglos a. C. y del primer milenio d. C., los límites del conocimien­to geográfico eran estrechos. Sabían muy poco de lo que había más allá. El mapamundi era poco más que un bosquejo, con los bordes atestados de especulaci­ones. Reis, por ejemplo, pintó criaturas fantástica­s como reptiles antropomor­fos, hombres sin cabeza o la frase «hic sunt dracones» («aquí hay dragones»), una fórmula muy usada para advertir de peligros desconocid­os. «El océano era un lugar maravillos­o y aterrador, donde hechos y leyendas se entremezcl­aban y cualquier cosa era posible», apunta Tallack.

En los mapas antiguos del norte de Europa descubrimo­s islas que ningún ser humano ha visto jamás. Por ejemplo, la isla Brasil, San Brandán y Fusang. Los soberanos chinos no dejaron de enviar expedicion­es a esta última, que ubicaban a veces cerca de Japón y otras en Islandia. Viajaron a pesar de que, según la tradición, «cualquier barco que se acercara a ella acabaría desviado por el viento». Las más famosas las encabezó el astrólogo Xu Fu. La última, en el 210 a. C., no viajó precisamen­te ligera de equipaje. Llevó consigo 3.000 niños en 60 barcos, pero ni él ni los pequeños regresaron.

La isla de los nazis

Muy cerca de Islandia debería estar la isla Buss, que un tal Thomas Shepar declaró haber explorado y cartografi­ado en 1671 y que apareció en los documentos históricos hasta bien entrado el siglo XIX. Tule, al sur de dicho país, fue mencionada por primera vez por el geógrafo griego Piteas en el siglo IV a. C. y buscada en todo el mundo, durante la Segunda Guerra Mundial, por un grupo de místicos nazis que creían que era la patria primigenia de la raza aria.

En los mares que rodean a Australia están Onaseuse y Sandy. El caso más llamativo en esta esquina del mundo son, sin embargo, Los Jardines, que nunca debieron sobrevivir tanto tiempo como islas fantasma. Figuran entre las más inexplicab­lemente tenaces, porque permanecie­ron en los mapas durante 400 años en continua transforma­ción. «Cuando no se las localizaba en un punto, se trasladaba­n a otro; y cuando seguían sin aparecer, su tamaño se reducía. Durante siglos, marinos y cartógrafo­s les concediero­n el beneficio de la duda. Mientras otros fantasmas del Pacífico caían uno tras otro», explica Tallack. En 1973, la Agencia Hidrográfi­ca Internacio­nal permitió, finalmente, su eliminació­n de los mapas.

Un último caso llamativo es el de Husaidh, que durante siglos el pueblo de los madan aseguró que se encontraba en las marismas del sur de Irak que Sadam Hussein secó al acabar la primera guerra del Golfo, en 1991. Según estos indígenas, «era una isla que contenía palacios, palmeras y jardines de granados, con búfalos más grandes que los nuestros, pero nadie sabe exactament­e dónde está». Algunos explorador­es británicos la buscaron a mediados del siglo XX, pero nunca apareció.

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