ABC (Galicia)

Jesús: «Vivo en un lavadero desde hace cinco meses»

- PATRICIA ABET SANTIAGO

l termómetro marca siete grados en Carballo, una localidad coruñesa en la que viven 30.000 personas. Entre sus vecinos están Jesús, su esposa Estela y sus tres hijos. La familia lleva cinco meses viviendo en la calle después de que el pasado septiembre la dueña del piso en el que vivían de alquiler los echase porque se retrasaron en unos pagos. Desde entonces, los asientos de su Seat Ibiza son las camas de la mujer y de los hijos. Jesús se duerme y se despierta cada día en un lavadero municipal en el que un improvisad­o campamento hace las veces de hogar. La única comodidad en esta estructura de hormigón abierta al agua y al viento se la da una tienda de campaña forrada con cartones que lo aísla del frío. En lo peor del invierno, Jesús dice que las bajas temperatur­as no le afectan porque los vecinos le llevaron tres mantas que usa de colchón. Junto a la tienda

Ehay un carro en el que guarda sus pertenenci­as y un bote que recoge las goteras que filtra el exiguo tejado. «Lo que más me cuesta es levantarme y tumbarme, porque tengo hierros en las dos piernas», explica Jesús, todo amabilidad, todo sonrisa pese a sus circunstan­cias. Tiene 79 años, aunque su rostro no los aparenta. Y llegó, arranca, a tener 60 empleados a su cargo.

Su historia es la de tantos otros gallegos, que emigraron muy jóvenes a América en busca de un futuro. Él logró prosperar y, después de trabajar un tiempo como camarero, se asoció con dos asturianos, con los que abrió varios locales de hostelería. «Teníamos cafeterías y pizzerías, pero con el cambio de gobierno y los militares todo empezó a ir mal», recuerda. Cuando a un amigo que trataba de regresar a España lo encontraro­n con un disparo en la cabeza, en la carretera de camino al aeropuerto, decidió que era hora de regresar a su tierra natal, e hizo las maletas. Primero se vino él y a los seis meses su familia. Ya instalado en Galicia, trabajó como camionero, pero sufrió un accidente en el que acabó con las dos piernas aplastadas. Lo revive a cámara lenta mientras muestra las cicatrices. Tras eso, una larga recuperaci­ón y una pequeña pensión que, sin embargo, le da para pagar un piso de 400 euros. Entonces, ¿por qué vive en la calle? «Nadie nos quiere alquilar, nos dicen que no quieren animales porque tenemos un perro chiquitito», explica. «El otro día llovía mucho y me metí en una casa que no tiene ni ventanas, que está abandonada. La estaba barriendo, pero llegó la Guardia Civil y me echó. Me dijeron que no podía estar allí», lamenta. Sus esperanzas están en un piso que verán los próximos días, pero, después de un invierno al raso, Jesús no se emociona. «Veremos a ver si sale», dice a media voz. «Lo único que quiero es un pisito o una casa, donde podamos volver a estar juntos, porque yo puedo pagar», insiste.

Por ahora, Jesús acampa en un lavadero que comparte con un ciudadano alemán, también sin techo, mientras Estela y sus hijos se acomodan en el interior del coche, aparcado a unas pocas calles. «Nos vemos todos los días, porque vamos juntos al supermerca­do. Compramos la comida y la calentamos en un microondas que tienen allí», explica sobre su día a día, tedioso y con nulas comodidade­s. No se plantea cambiar de municipio, aunque dice que el Ayuntamien­to no les ha ofrecido ayuda, porque quiere que sus hijos «se abran paso y se busquen un porvenir». Él, aseado y discreto, recoge su tienda para irse a pedir limosna a la puerta de un banco, como cada día a las 12. Los diez euros que recauda al cabo de la jornada le bastan para comer, y así hasta mañana. Esperando a que una llamada le devuelva un techo en el que reunirse con los suyos.

En Carballo, pasa las noches en una tienda de campaña mientras su mujer y sus hijos duermen en el coche. Con 79 años, no encuentra quien les alquile un piso por los 400 euros que puede pagar

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// MIGUEL MUÑIZ Jesús, apoyado en su bastón, en el lavadero en el que duerme, en el centro de Carballo

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