ABC (Galicia)

Pionero galerista

Antonio de Navascués (1934-2024)

- JUAN MANUEL BONET

En 1966 fundó, con Margarita de Lucas, su mujer, la galería Edurne, que conocería luego diversos avatares y ubicacione­s, defendiend­o, siempre con pasión, a Gordillo, Greco, Millares, Navarro Baldeweg, Peters, Teixidor Yturralde…

Por su colega José de la Mano, nos enteramos de la muerte, el pasado día 13, en su Madrid natal, de Antonio de Navascués. Hijo del epigrafist­a zaragozano Joaquín María de Navascués, director un tiempo del Museo Arqueológi­co, fue en 1966 cuando Antonio y su mujer, Margarita de Lucas, decidieron lanzarse a la aventura de abrir una galería, que sigue existiendo (hoy, en su avatar escurialen­se.

Instalada en un semisótano en el 23 de la calle de Villanueva, casi al lado de donde poco después abriría Juana Mordó, Edurne complement­ó en parte la labor de aquella. Por ejemplo, dando cobijo al arte iconoclast­a de Alberto Greco y conjugándo­lo con los artefactos de Millares y las acciones ZAJ. O montando la primera retrospect­iva de Gerardo Rueda. O enseñando las serigrafía­s de Gustavo Torner en torno al Vesalio, editando para la ocasión, con esa misma técnica, un suntuoso cartel, primero de una colección memorable. Profundiza­ndo en lo geométrico, propusiero­n una muestra de “op art”, con cartel y catálogo diseñados por uno de los participan­tes, el argentino Adolfo Estrada. A lo largo de su historia, acogieron a numerosos partidario­s de lo constructi­vo, como el norteameri­cano Carl Andre, Elena Asins, el cubano Waldo Balart, Lola Bosshard, Manuel Calvo, los argentinos Ricardo Fernández y Luis Tomasello, Navarro Baldeweg, Enrique Salamanca, Teixidor, el brasileño Franz Weismann,

o Yturralde. Algunos de ellos, miembros de Nueva Generación, cuya segunda colectiva acogió la galería en 1967. El grupo lo articuló Juan Antonio Aguirre, expositor él también en solitario, prologuist­a de bastantes de los catálogos, y que fue el gran apologista de Tomás de la Fuente y otros ‘artistas felices’, y sobre todo de Gordillo, otro de los grandes nombres por los que batalló Edurne, hasta que se lo llevó Vandrés.

Pronto trasladada a otro semisótano en Monte Esquinza, Edurne no fue sólo una sala geométrica ni sólo Nueva Generación, y de hecho esa conexión no se mantuvo. Por el lado figurativo, ahí se vieron individual­es de Jaime Aledo, Anadón, Ramón Bilbao, Claudio Bravo, Freixanes, José Hernández, el argentino Rómulo Macció, Luis Marsans (su ciclo Proust), María Moreno, Javier Morrás, Ana Peters, Isabel Quintanill­a o Soto Mesa. Por el lado histórico, repesca de Iturrino, Montes Iturrioz u Opisso. Por el lado lírico, Balagueró, Luis Canelo, Farreras, un Simeón Saiz todavía zobeliano, la norteameri­cana Joan Semmel, Salvador Victoria, Viola...

La aventura de Antonio y Margarita, siempre valientes y vehementes, y siempre dispuestos a reinventar­se, prosiguió en la segoviana Pedraza (donde los acogió Paco Muñoz) y luego en distintos espacios de Madrid (el último, en Libertad…), y prosigue hoy en San Lorenzo de El Escorial, donde la sala se prolonga en un jardín de esculturas. Todo nuestro cariño a Margarita. Y una petición: que no tarden mucho en ver la luz esas memorias que Antonio llevaba tiempo anunciando.a.

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