Lecciones de las urnas

Todos, empezando por el interesado, sabemos que la carrera política de Gómez Besteiro ha llegado hasta aquí

La catástrofe de la sucursal sanchista en Galicia y su deriva hacia el contenedor de los partidos residuales (Vox, Sumar, Podemos y otras caralladas) no es una sorpresa. Salvo para los fanáticos o los incapaces de cualquier reflexión política, se veía venir.

Hagamos un pequeño ejercicio de memoria. ¿Queda por ahí alguien que se acuerde de José Manuel Miñones? En 2021, Sánchez lo nombró delegado del Gobierno en Galicia. A los dos años lo cesó, porque necesitaba el cargo para José Ramón Gómez Besteiro. A Miñones lo hizo ministro de Sanidad: duró ocho meses.

Los méritos de Besteiro eran desconocidos, salvo para los lucenses, incapaces de olvidar, pese a los jueces, episodios como el de O Garañón y otras albañilerías. De Miñones se sabe que está mudo y volatilizado. Pero tal vez ahora, un día de estos, se decida a hablar. Si lo hace, nos divertiremos.

Están por explicar las verdaderas razones de la designación de Besteiro como postulante a la Xunta, salvo que se acepte la urgencia de hallar un candidato dispuesto a inmolarse en el albañal sanchista.

Aquí, en esta columna, dijimos que el padrinazgo de Sánchez podía ser letal para Besteiro. No nos equivocamos.

El aterrizaje en Galicia del presidente y, sucesivamente, de varios de sus ministros no sirvió de apoyo, sino de rechazo. Marrullerías tan burdas como la de los pélets vinieron a reforzar lo que ya empezó a ser evidente hace años: con esta tropa no se puede ir ni a recoger billetes de diez euros. Fue entonces cuando a las gentes de la izquierda se le activaron las neuronas: «Non piden o voto útil? Pois desta volta o meu vai para o Bloque».

Todos, empezado por el interesado, sabemos que la carrera política de Besteiro ha llegado hasta aquí.

Ahora queda por ver si es capaz de asimilar aquello que decía don Niceto Alcalá-Zamora: «El político y el actor necesitan saber caer».