ABC (Galicia)

Las líneas tan nítidas

De lo que más hay que proteger a una niña es de ser mezquina

- SALVADOR SOSTRES

UNA niña tiene problemas en casa, incontenid­a ira, hormonas enloquecid­as y la necesidad de llamar la atención haciéndose la más intrépida sin ser consciente del peligro. Sufre la niña en su tránsito adolescent­e. Sufre la familia. Sufren sus amigas por verla caer en el extravío.

Las niñas quieren a su amiga, hablan con ella, la reconducen. Algunas madres del grupo recomienda­n distancia a sus hijas y les explican la fábula de la manzana podrida. Y les dicen: las amigas cuando sois tan jóvenes no tenéis que cargar con el peso de salvar a nadie. Que vaya al psicólogo si lo necesita.

Entiendo el pánico a que se propaguen el dolor y la transgresi­ón, y ese desespero que desdibuja las líneas tan nítidas. Pero sucede exactament­e lo que no deseamos y tenemos que educar a nuestros hijos para cuando este momento llegue. Crecemos en el dolor de los demás aunque no siempre sepamos curarlo. Nadie te pide que seas un terapeuta o que prescribas fármacos. Crecemos porque cuidamos, porque sufrimos contigo, porque te queremos. Crecemos en lo que es difícil, en lo que es trágico. Educar es entender que abandonar degrada mucho más al que se marcha que al que se queda llorando. Luego es verdad que para poder ayudar es imprescind­ible no caer tú también en las tinieblas pero educar no es negar el abismo sino enseñar a no tambalears­e.

Los restaurant­es, Ibiza, los escaparate­s, lo único que he querido enseñarle a mi hija, ella lo sabe, es lo hermoso para regalarlo, el lujo único del amor, la gratitud aunque a veces tengamos que mendigar disfrazado­s de belleza. Lo que sabemos, lo que tenemos, lo que vivimos sólo tiene sentido puesto al servicio de la angustia y la soledad para calmarla. Sin la última misión del otro nada de lo que hacemos tiene importanci­a. Cuando todos me decían que te compraba demasiados peluches yo sabía que te serviría para darte cuenta de que el gran truco de Dios no es lo que nos exige sino que Él es quien se reservó el placer eterno de dar.

Alejar a tu hija del dolor de sus amigas no es protegerla ni mucho menos educarla. De lo que más hay que proteger a una niña es de ser mezquina. Para aprender es necesario perder y que a veces te hagan daño. Si queremos que nuestros hijos crezcan libres, seguros y fuertes no es para que ganen concursos o nos den un premio, sino para que con su amor y fuerza puedan dar cumplimien­to en la Tierra a la promesa de Jesucristo de un mundo mejor. Educar es enseñarles a hacer esto. Educar es transmitir el ansia, la pasión por hacer esto. Uno que no es creyente puede darle otro nombre pero no puede vivir ajeno al propósito de fondo si quiere ir por el mundo pensando que es la mitad de una persona decente.

No deseamos el drama ni lo provocamos pero medimos nuestra humanidad cuando lo enfrentamo­s. Definimos nuestra idea de bien y mal, de la amistad y sus límites ayudando a los demás cuando sufren. Y este esfuerzo es el resumen de todo aquello por lo que merece la pena que aún sigamos vivos.

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