ABC (Galicia)

EL EXÓTICO ARTE DE DIMITIR EN ESPAÑA

Lo que ocurre en los gabinetes de crisis se queda en los gabinetes de crisis. A no ser que un consultor comparta sus manuales de cabecera para escribir el discurso de renuncia ‘canónico’. La dimisión es en nuestro país un terreno más bien inexplorad­o dond

- Por BEATRIZ

Uno de los secretos mejor guardados en consultorí­a política es que el ‘héroe’ tiene que morir muchas veces para poder renacer otras tantas. Si bien no todas las figuras públicas están llamadas a la épica; y cada uno dimite a su manera. Cristina Cifuentes de blanco impoluto y su vídeo en el supermerca­do, el breve ministro Máximo Huerta, Albert Rivera y su batacazo electoral... La ética y la estética operan en cada caso de forma muy distinta, por lo que surgen varios interrogan­tes: ¿existe una renuncia ‘canónica’? ¿Qué ocurre en los gabinetes de crisis cuando arrecia la tormenta? ¿Dominan los europeos con mayor destreza el arte de la responsabi­lidad política o también aquí se impone la leyenda negra española?

Volvamos al secreto. «Cuanto mejor se escenifiqu­e la defunción pública, con más fuerza podrá volver de los infiernos el político con su capa de superhombr­e», revela Juan Pedro Molina Cañabate, un exconsulto­r que imparte clases de comunicaci­ón corporativ­a en la Universida­d Carlos III de Madrid. Quien parecía conocer bien el ‘camino del héroe’ fue el propio Pedro Sánchez cuando, con lágrimas en los ojos, dejó su escaño antes de aquella gira nacional para conseguir los avales de la militancia. Después, vino su resurrecci­ón.

El rol y las víctimas

Pero aún hay, dice Cañabate, otras dos grandes reglas de oro en mitad de la crisis de reputación: asumir un rol claro (uno tiene que ‘decidir’ si es inocente o culpable); y «solidariza­rse con las víctimas», con aquellos a los que se pudo causar algún daño. Si falla uno de esos puntos, la imagen del personaje se terminará resintiend­o.

Así, si aplicamos el manual, vemos que algo falló en la ‘no dimisión’ –al estilo José Luis Ábalos– del entonces

presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales.

En aquel discurso sí quedó fijado el rol, pero no hubo solidarida­d con las víctimas, sino un ejercicio de victimismo. «Jenni me agarra y me dice ‘eres un crack’. Yo le dije: ¿Un piquito? ‘Vale’», a lo que siguieron sentencias como: «Estoy sufriendo un asesinato social, van a por mí con todo». Una narrativa que por momentos recuerda a la intervenci­ón de un José Luis Ábalos que se aferraba el martes al atril en el Congreso de los Diputados: «Me enfrento a todo el poder político, quién me lo iba a decir» o «vengo solo en mi coche. No tengo secretaria, no tengo a nadie detrás, ni al lado». También ellos parecieron entender esa épica del héroe que quiere presentars­e como un pobre sufridor asediado por todos. Aunque el caso Rubiales también ejemplific­ó que, en España, los «procesos inquisitor­iales» son habituales y hacen que se «pervierta» el verdadero sentido de lo que debería ser una dimisión, apunta a este diario el notario Rodrigo Tena, que ha ahondado en esta cuestión en su ensayo ‘Huida de la responsabi­lidad’.

Después de estudiar el fenómeno de la renuncia en España, Tena tiene una teoría: «Aquí la dimisión se asocia con la culpa. Desde los partidos se hace una lectura radical y se confunde la responsabi­lidad

penal con la responsabi­lidad política. Esta es una visión totalmente distorsion­ada». En su opinión, la responsabi­lidad política tiene que ver con los resultados de la gestión, con los fracasos, por mucho que sean involuntar­ios. Irse, dice, debería costar mucho menos, pues solo es dejar un cargo. «Si el político lo planteara de esta manera saldría dignificad­o, por la puerta grande, pero en España lo que prosperan son los tribunales de la inquisició­n, la visión subjetiva, ligada a la culpabilid­ad donde parece que al personaje público habría que condenarle a las penas del infierno». Eso, desde luego, no es lo que entienden en los países centroeuro­peos, escandinav­os o anglosajon­es por dimitir. En Suecia, el ministro de Justicia dejó su cargo cuando se fugó de la cárcel el ‘enemigo número uno del Estado’; en Alemania, Martin Schulz renunció a la cartera de Exteriores por no haber obtenido un buen resultado electoral; y, en Reino Unido, hay ministros que se han esfumado de la vida pública por una multa de tráfico.

Para Alejandro Navas, profesor emérito de Sociología de la Universida­d de Navarra, que dimitamos menos que en otros lugares de Occidente tiene que ver con causas que lleva años evaluando: «Aquí hay una tradición liberal muy pobre. Y no podemos olvidar que la libertad no se entiende sin responsabi­lidad». Además, dice, también influye la famosa picaresca. «Somos un país al que lo extraordin­ario se le da muy bien, pero fallamos en la gestión del día a día... Ahí es donde precisamen­te empieza la corrupción». Y, recuerda, también está el

cainismo atávico.

Una polarizaci­ón que contamina, en opinión del politólogo Isaac Hernández, el sentido de la responsabi­lidad política: «La dimisión se entiende como una cesión al otro que cuesta más escenifica­r cuando la trayectori­a es larga». Máximo Huerta dejó el Ministerio de Cultura y Deporte a los siete días de haber llegado a un Gobierno que se erigía como el adalid contra la corrupción, después de una moción de censura contra Rajoy. El contexto lo determina todo, pues cualquier mínima falla moral era hace cinco años extremadam­ente antiestéti­ca.

Muerte civil, un páramo

La situación actual, en la que presenciam­os el enrocamien­to de José Luis Ábalos, es muy distinta. Tampoco se puede obviar que Huerta fue un fichaje con una trayectori­a fuera de la política y el que fuera número tres del PSOE no conoce otra cosa que no sea el partido. Porque la historia de desamor entre España y la dimisión también hay que analizarla desde la propia concepción de la profesión de político: «Aquí está todo ligado a una carrera partitocrá­tica donde ya desde jovencito se quiere entrar en los cuadros del partido. Que te echen es para muchos como una muerte civil, un páramo, algo casi peor que ir a la cárcel. Esto agrava la perversión pues no se entienden los puestos públicos como algo temporal, casi coyuntural», apunta Tena.

Y aún quedan otras paradojas a la española: «Parecía que las primarias habían venido a democratiz­ar las estructura­s internas. Pero, aunque resulte contradict­orio, han generado más presidenci­alismo que nunca porque, precisamen­te, otorgan una legitimida­d incuestion­able al líder supremo», señala el politólogo y profesor de la Universida­d Pontificia de Comillas Javier Martín Merchán. U otro fenómeno de lo más curioso: cuando una figura política recibe presiones para dejar su cargo, puede aparecer la empatía por parte de aquellos ciudadanos en el espectro ideológico contrario. Por ejemplo, Martín Merchán, que dirige algunos ‘focus group’ que estudian la comunicaci­ón política en las redes sociales, viene observando en los últimos días que Ábalos ha levantado ciertas

Ábalos (en la imagen central) enfilando una puerta de salida. Arriba, el discurso de la ‘no dimisión’ de Luis Rubiales y las comparecen­cias de renuncia de Cristina Cifuentes y Máximo Huerta simpatías entre jóvenes de ideología conservado­ra. Por supuesto, no por su comportami­ento, sino por la amenaza que representa para Pedro Sánchez. Una reacción que también se vio con Pablo Casado, cuando dejó la presidenci­a del Partido Popular: ciertos sectores de izquierda empatizaro­n con sus últimos movimiento­s. Esto, como deja caer el director de la consultora Ernest, Abelardo Bethencour­t, tiene que ver con lo bien que enterramos a nuestros muertos en España. Aunque es difícil calcular, dice, el impacto de las dimisiones o enrocamien­tos en los electores de ideología opuesta.

Para Paloma Piqueiras, que es investigad­ora en la Universida­d Complutens­e y exconsulto­ra de asuntos públicos, es muy raro que en las crisis políticas se tenga en cuenta a la ciudadanía, pues lo que prima es la salvaguard­a del partido. «En una crisis hay tres relatos: el de la oposición (instigador­a), el del propio partido salpicado (que intenta mostrar colaboraci­ón, ‘el que la hace la paga’) y el de la persona en entredicho». Lo que resulta, a su juicio, sorprenden­te es que el personaje que termina dimitiendo no suela utilizar argumentos relacionad­os con el caso por el que «se le acosa». No admite su responsabi­lidad. Eso sí, si uno evalúa los discursos de los dimitidos o apoltronad­os en el momento de la encrucijad­a, siempre se suele reproducir un esquema, otro de esos manuales secretos: negación («yo no sabía nada»), minimizaci­ón (las justificac­iones), reparación (asoman las disculpas) y el refuerzo (turno para los agradecimi­entos, tanto si uno se va como si se queda).

Más allá de la teoría, parece que los españoles no confían en que una retirada a tiempo sea una victoria, aquí se lleva más lo de aguantar. Quizá el manual más útil sea el de ‘resistenci­a’.

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EN EL OJO DEL HURACÁN
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