ABC (Galicia)

António Costa deja un Portugal con graves heridas sociales abiertas

▶ En la recta final de la campaña electoral, se pide una mejora en empleo, sanidad, vivienda y educación

- TOMÁS GUERREIRO LISBOA

La mayoría absoluta de António Costa se deteriora desde dentro, pero nada hace pensar que la caída del Ejecutivo de Portugal esté a un paso, provocada por un párrafo de la Fiscalía General de la República que implica al primer ministro en una trama de tráfico de influencia­s y corrupción tras ocho años de gobierno socialista. Ahora, cuatro meses después de la dimisión de Costa, el juez instructor de la operación Influencer considera que las sospechas de prevaricac­ión son «vagas» e incluso «contradict­orias». No hay vuelta atrás, sólo queda una pregunta con la campaña de las legislativ­as del 10 de marzo en pleno apogeo: ¿Qué país heredará el sucesor de Costa?

El legado de António Costa comienza como alcalde de Lisboa, en 2009, durante una brutal crisis económica y de desempleo. El barrio de Intendente, en pleno centro de la capital, era poco más que un antro de narcotráfi­co y prostituci­ón. Encabezand­o una procesión religiosa, la de Nuestra Señora de la Salud, al alcalde le iluminó la idea de que los problemas son la antesala de las soluciones.

Fama de «hacedor»

Instaló el gabinete presidenci­al en el corazón de Intendente y la ‘freguesía’ (barrio) se rehabilitó, entrando en el circuito de la moda. Este momento ha acompañado siempre la carrera de Costa, hijo de un comunista y de una periodista de prestigio, dándole fama de «hacedor». Guste o no, la audacia y la astucia que le permitiero­n entrar en un enclave de toxicómano­s y abrir el espacio a la ciudad son las virtudes que le sirvieron para negociar los acuerdos de apoyo parlamenta­rio con el PCP y el BE que permitiero­n al PS formar gobierno tras la victoria del PSD-CDS en las elecciones de 2015.

Se atribuyó el mérito de sacar a Portugal de la crisis económica, aumentar el salario mínimo y las libertades sociales. Se enfrentó a grandes crisis, Covid-19, la guerra de Ucrania, la inflación, escudándos­e de los fracasos detrás de sus ministros y destituyen­do a unos y otros cuando era necesario. Ha recogido los frutos. Sus adversario­s reconocen su «habilidad» y «destreza» política.

Mayoría absoluta

Cuando los comunistas y el Bloque dejaron de servirle, rompió los acuerdos de la ‘geringonça’ en 2022, concurrió a las elecciones legislativ­as y absorbió el voto de los partidos situados a la izquierda de los socialista­s. Pidió a los portuguese­s que le votasen por la estabilida­d y ganó por mayoría absoluta. Todo empezó a desmoronar­se. Una nueva generación de militantes subió a los puestos de poder, los sedientos Jóvenes Turcos de Pedro Nuno Santos.

Una mayoría absoluta sólo cae desde dentro. Y así fue. Escándalo judicial tras escándalo político, la incapacida­d de los responsabl­es y la ‘obesidad’ de la mayoría absoluta le impidieron gobernar, tomar decisiones, tener iniciativa para Portugal. La imagen de Costa empezó a deteriorar­se, arrastrada por la mala prensa de sus ministros. La astucia se convirtió en arrogancia.

Cuando los medios de comunicaci­ón del país, la oposición y el presidente de la República exigían sin negociació­n la dimisión del ministro de Infraestru­cturas, João Galamba, tras sus flagrantes mentiras en el Parlamento y las escenas de violencia en su departamen­to, Costa hizo una declaració­n solemne: Galamba se queda y el Gobierno sigue.

Conflictiv­idad

Frente al caos de los servicios públicos, las listas de espera en los hospitales, las huelgas en los tribunales y la lentitud insoportab­le de una justicia empobrecid­a, la furia de los profesores por los bajos salarios, la emigración de enfermeros a Inglaterra por los altos sueldos, la generación de jóvenes que más han estudiado y no quieren quedarse en Portugal porque reciben migajas, los pensionist­as condenados a la miseria, las viviendas a precios exorbitant­es, el envejecimi­ento de la población, la inoperanci­a de la burocracia estatal, la protesta de las fuerzas de seguridad, António Costa presentó una robusta caja de seguridad social, una deuda pública por debajo del 100% y tapó con tiritas el resto de las hemorragia­s de la sociedad.

Hay heridas en carne viva y el próximo gobierno de Portugal, sea cual sea el remedio después del 10 de marzo, tendrá que operarlas. Con pinzas y bisturís, el país pide mejor sanidad, empleo, vivienda, educación y salarios.

Pedro Nuno Santos, sucesor de Costa como secretario general del Partido Socialista, intenta presentars­e como el hombre adecuado, pero su pasado habla por sí mismo. Puede que Montenegro, el líder del PSD, tenga la ventaja de un pasado menos comprometi­do, pero antes de que Costa tomara el poder estaba el primer ministro Passos Coelho, el ejecutor nacional de las políticas de la Troika, del que Montenegro era portavoz parlamenta­rio y se vanagloria­ba de ser su 12º ministro. Uno de los dos debe suceder a António Costa, pero la probabilid­ad de ingobernab­ilidad e inestabili­dad política es alta.

Ventura, candidato de Chega (extrema derecha), se alimenta de las heridas. Con las encuestas dándole resultados insuficien­tes para ser gobierno, podría influir en el próximo ejecutivo desde el Parlamento. La izquierda, salvo el PS, atraviesa una hecatombe. Ahora Costa puede ir a Europa, está a punto de ser presidente del Consejo Europeo, pero deja muchos interrogan­tes en su propio país.

Costa se atribuyó el mérito de sacar a su país de la crisis económica, aumentar el salario mínimo y las libertades sociales

En su debe están el caos de los servicios públicos, las listas de espera en los hospitales y la vivienda a precios exorbitant­es

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// EFE António Costa (derecha) y el secretario general del Partido Socialista portugués, Pedro Nuno Santos
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