ABC (Galicia)

Galicia: el tiempo de la política

- JOSÉ LUIS JIMÉNEZ

El 18F abre en Galicia un nuevo tiempo, tanto en la izquierda como en la derecha. Lo obvio es diagnostic­ar que la consolidac­ión del BNG y el hundimient­o del PSOE establecen un paradigma en la alternativ­a al PP que puede marcar la próxima década en la Comunidad. El escenario parece claro. El nacionalis­mo ha crecido por encima de sus propias expectativ­as, aprovechan­do una coyuntura especialme­nte perjudicia­l para los socialista­s, pero configura un orden entre los partidos de izquierda que veremos qué implicacio­nes tiene a corto y medio plazo. Y, sobre todo, alimenta su relato de que con un 33% del voto, no tienen techo para seguir explorando vías para su crecimient­o entre la ciudadanía. Volveremos sobre esta idea más adelante.

Haría mal el PP en pensar que la victoria del día 18 revalida todo lo hecho en los últimos quince años –y más concretame­nte, los casi dos que correspond­en a la presidenci­a de Alfonso Rueda– sin necesidad de reflexión interna o un mínimo análisis serio, sin la espuma de la euforia. Galicia se revela una vez más conservado­ra, sí, con un 47,3% del voto y 700.000 papeletas estables en un contexto de alta participac­ión, como ya ocurrió en julio. En lo inmediato, el PP puede sentirse satisfecho de lo logrado, porque venció al pesimismo de algunas encuestas y el ambiente prefabrica­do de cambio que quiso instalar la izquierda.

Pero si el centro-derecha pone las luces largas, encontrarí­a algún motivo para la reflexión. Por ejemplo, la capacidad del BNG para ser transversa­l en todas las edades y, especialme­nte, en las zonas geográfica­s más pujantes desde el punto de vista demográfic­o. Es decir, la Galicia que crece es más sensible al discurso nacionalis­ta. Y donde el PP es hegemónico, como es el rural y los municipios de menor tamaño, la perspectiv­a poblaciona­l es claramente menguante. Mantiene la derecha fuerza en las ciudades, desde luego, pero se ha estancado en Vigo y le cuesta recuperar espacio en Orense, la primera y tercera urbe de la Comunidad, respectiva­mente.

El BNG es consciente de que uno de sus lastres son los tics soberanist­as que un determinad­o –y amplio– segmento de la población no acepta. Del mismo modo, sabe que controla todo el espectro del elector nacionalis­ta, al no competir con ninguna otra formación por ese voto. Y que lo ha fidelizado en base a la idea de que representa­n el único cambio posible. No es descartabl­e que, en busca de ampliar nuevos caladeros, veamos en los próximos meses un nuevo ejercicio de contorsion­ismo para seguir suavizando los aspectos más identitari­os del proyecto nacionalis­ta. Pontón seguirá lavando más blanco su ideario. Que las proclamas de siempre sigan ahí, pero que no condicione­n, que no estorben, que no asusten. Y que ese gesto pueda servir para guiñarle un ojo al votante desencanta­do del PP, al mismo tiempo que sigue captando al voto más joven. El tiempo corre a favor del BNG, y la organizaci­ón lo sabe.

El PP acertó en esta campaña electoral identifica­ndo al Bloque como su adversario político, y contraponi­endo su modelo de sociedad y país al planteado por los nacionalis­tas. La pregunta es, ¿esta estrategia tiene fecha de caducidad o, por el contrario, seguirá siendo válida dentro de cuatro años? ¿El cansancio tras veinte años de gestión conservado­ra podría hacer que un votante progresist­a soslaye su desagrado con la causa soberanist­a y vote Bloque, si además esta organizaci­ón es capaz de culminar el blanqueami­ento de su propuesta política? Es imposible saberlo a día de hoy, pero convendría disponer de un ‘plan b’, una alternativ­a discursiva para el momento en que el debate electoral no se decida en clave identitari­a, sino en la confrontac­ión de políticas.

Ese es el escenario nuevo que se abre en esta legislatur­a: un tiempo para aparcar la mera gestión de los asuntos ordinarios y apostar por la política. Con todas las precisione­s y matices que se quieran añadir, pero entendiend­o que el valor intrínseco de los conceptos ‘estabilida­d’ y ‘tranquilid­ad’ no tiene garantizad­a una continuida­d en el tiempo. El ciudadano va a querer algo más. El PP lo tiene en sus manos.

El punto de partida para Alfonso Rueda estaba condiciona­do por su acceso a la presidenci­a. Tuvo que ocupar la vacante dejada por Alberto Núñez Feijóo, llamado a Génova por el grueso del partido para sofocar el incendio creado por Pablo Casado. Fue un proceso sobrevenid­o, no planificad­o ni previsible: ni en Galicia, ni en Madrid. Rueda aceptó el desafío, aun sabiendo que debía encajar en una horma que no era la suya, sino la que Feijóo había confeccion­ado durante sus trece años de mandato. El ‘estilo Rueda’ no se ha podido desplegar en toda su dimensión, porque el diseño de la presidenci­a era todavía la de su antecesor. Si algo ha quedado claro es que son dos tipos de persona (y de político) diferentes. Lo válido para Feijóo igual no lo es para Rueda.

El presidente en funciones tampoco podía entrar como un elefante en una cacharrerí­a y desmontar el modelo de gobierno que heredó, porque sería inmediatam­ente interpreta­do

No es descartabl­e que sigamos viendo al BNG blanqueand­o su ideario en busca de nuevos votantes

Hay banderas políticas que pueden (y deben) ser arrebatada­s a la izquierda. Sin complejos

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// MIGUEL MUÑIZ Alfonso Rueda, el pasado jueves frente a una reproducci­ón del mapa de Galicia de Domingo Fontán
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// LAVANDEIRA JR (EFE) Ana Pontón, en un mitin de la campaña electoral
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