Galicia: el tiempo de la política
El 18F abre en Galicia un nuevo tiempo, tanto en la izquierda como en la derecha. Lo obvio es diagnosticar que la consolidación del BNG y el hundimiento del PSOE establecen un paradigma en la alternativa al PP que puede marcar la próxima década en la Comunidad. El escenario parece claro. El nacionalismo ha crecido por encima de sus propias expectativas, aprovechando una coyuntura especialmente perjudicial para los socialistas, pero configura un orden entre los partidos de izquierda que veremos qué implicaciones tiene a corto y medio plazo. Y, sobre todo, alimenta su relato de que con un 33% del voto, no tienen techo para seguir explorando vías para su crecimiento entre la ciudadanía. Volveremos sobre esta idea más adelante.
Haría mal el PP en pensar que la victoria del día 18 revalida todo lo hecho en los últimos quince años –y más concretamente, los casi dos que corresponden a la presidencia de Alfonso Rueda– sin necesidad de reflexión interna o un mínimo análisis serio, sin la espuma de la euforia. Galicia se revela una vez más conservadora, sí, con un 47,3% del voto y 700.000 papeletas estables en un contexto de alta participación, como ya ocurrió en julio. En lo inmediato, el PP puede sentirse satisfecho de lo logrado, porque venció al pesimismo de algunas encuestas y el ambiente prefabricado de cambio que quiso instalar la izquierda.
Pero si el centro-derecha pone las luces largas, encontraría algún motivo para la reflexión. Por ejemplo, la capacidad del BNG para ser transversal en todas las edades y, especialmente, en las zonas geográficas más pujantes desde el punto de vista demográfico. Es decir, la Galicia que crece es más sensible al discurso nacionalista. Y donde el PP es hegemónico, como es el rural y los municipios de menor tamaño, la perspectiva poblacional es claramente menguante. Mantiene la derecha fuerza en las ciudades, desde luego, pero se ha estancado en Vigo y le cuesta recuperar espacio en Orense, la primera y tercera urbe de la Comunidad, respectivamente.
El BNG es consciente de que uno de sus lastres son los tics soberanistas que un determinado –y amplio– segmento de la población no acepta. Del mismo modo, sabe que controla todo el espectro del elector nacionalista, al no competir con ninguna otra formación por ese voto. Y que lo ha fidelizado en base a la idea de que representan el único cambio posible. No es descartable que, en busca de ampliar nuevos caladeros, veamos en los próximos meses un nuevo ejercicio de contorsionismo para seguir suavizando los aspectos más identitarios del proyecto nacionalista. Pontón seguirá lavando más blanco su ideario. Que las proclamas de siempre sigan ahí, pero que no condicionen, que no estorben, que no asusten. Y que ese gesto pueda servir para guiñarle un ojo al votante desencantado del PP, al mismo tiempo que sigue captando al voto más joven. El tiempo corre a favor del BNG, y la organización lo sabe.
El PP acertó en esta campaña electoral identificando al Bloque como su adversario político, y contraponiendo su modelo de sociedad y país al planteado por los nacionalistas. La pregunta es, ¿esta estrategia tiene fecha de caducidad o, por el contrario, seguirá siendo válida dentro de cuatro años? ¿El cansancio tras veinte años de gestión conservadora podría hacer que un votante progresista soslaye su desagrado con la causa soberanista y vote Bloque, si además esta organización es capaz de culminar el blanqueamiento de su propuesta política? Es imposible saberlo a día de hoy, pero convendría disponer de un ‘plan b’, una alternativa discursiva para el momento en que el debate electoral no se decida en clave identitaria, sino en la confrontación de políticas.
Ese es el escenario nuevo que se abre en esta legislatura: un tiempo para aparcar la mera gestión de los asuntos ordinarios y apostar por la política. Con todas las precisiones y matices que se quieran añadir, pero entendiendo que el valor intrínseco de los conceptos ‘estabilidad’ y ‘tranquilidad’ no tiene garantizada una continuidad en el tiempo. El ciudadano va a querer algo más. El PP lo tiene en sus manos.
El punto de partida para Alfonso Rueda estaba condicionado por su acceso a la presidencia. Tuvo que ocupar la vacante dejada por Alberto Núñez Feijóo, llamado a Génova por el grueso del partido para sofocar el incendio creado por Pablo Casado. Fue un proceso sobrevenido, no planificado ni previsible: ni en Galicia, ni en Madrid. Rueda aceptó el desafío, aun sabiendo que debía encajar en una horma que no era la suya, sino la que Feijóo había confeccionado durante sus trece años de mandato. El ‘estilo Rueda’ no se ha podido desplegar en toda su dimensión, porque el diseño de la presidencia era todavía la de su antecesor. Si algo ha quedado claro es que son dos tipos de persona (y de político) diferentes. Lo válido para Feijóo igual no lo es para Rueda.
El presidente en funciones tampoco podía entrar como un elefante en una cacharrería y desmontar el modelo de gobierno que heredó, porque sería inmediatamente interpretado
No es descartable que sigamos viendo al BNG blanqueando su ideario en busca de nuevos votantes
Hay banderas políticas que pueden (y deben) ser arrebatadas a la izquierda. Sin complejos