ABC (Galicia)

LA CONSTANTIN­OPLA DE LOS VISIGODOS TUVO UN BARRIO ARISTOCRÁT­ICO

El catedrátic­o Lauro Olmo recorre las calles de la antigua ciudad de Recópolis, que fundó el rey Leovigildo en el año 578 d.C. en Guadalajar­a como emblema del poder real, y da a conocer las últimas novedades en su investigac­ión arqueológi­ca

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Hubo una vez una ciudad cuya blanca muralla refulgía en lo alto de un cerro de la Alcarria. Una urbe con formidable­s palacios que, con su tamaño, empequeñec­ían la más que respetable iglesia situada a su lado, en una gran plaza a la que se entraba por un arco monumental. Entre 3.000 y 4.000 habitantes vivían en aquella populosa población junto al Tajo, a la que llegaban los más variados productos del norte de África, el Próximo Oriente y el Egeo, que se vendían junto a los ricos objetos de vidrio y orfebrería que allí se fabricaban.

Este relato podría parecer el comienzo de un cuento de fantasía o una leyenda, pero aquella ciudad existió entre el 578 y el 850 d.C. frente a la actual Zorita de los Canes, en Guadalajar­a. El rey Leovigildo la fundó en su momento de plenitud, tras someter a los nobles godos díscolos y vencer a suevos, cántabros e hispanorro­manos y ampliar sus dominios a la mayor parte de la Península. Hacía cinco siglos que en Hispania no se construía una ciudad ‘ex novo’ y el monarca la edificó a lo grande, en un enclave de comunicaci­ón estratégic­o entre el Levante y el interior peninsular, equidistan­te de Complutum (la actual Alcalá de Henares), Ercávica (Cañaveruel­as, en Cuenca) y Segóbriga (Saelices, en Cuenca) y a apenas tres días de viaje de Toledo, la capital visigoda. Se denominó Recópolis, en honor al príncipe Recaredo, aunque fue su padre quien reflejó en piedra su poder.

Abandonada en el siglo IX, el recuerdo de esta ciudad perduró durante siglos tan solo en las crónicas de Isidoro de Sevilla o Juan de Biclaro y en fuentes árabes, hasta que el historiado­r Juan Catalina García la localizó a finales del XIX y el arqueólogo Juan Cabré comenzó a sacar sus restos a la luz en 1944. Lauro Olmo era un joven estudiante cuando llegó por primera vez a Recópolis a finales de los años 70, cuando se retomaron las excavacion­es. No sospechaba entonces que su vida profesiona­l acabaría intrínseca­mente unida a esta excepciona­l ciudad. De 1983 a 1987 y después de su estancia como becario Fulbright posdoctora­l en Harvard, desde 1992, ha sido el director de las investigac­iones. «Cuando hablo de Recópolis me suelen decir que no tiene abuela, pero es así, lo que hay aquí es único por el momento, y único a nivel europeo», comenta el catedrátic­o de Arqueologí­a de la Universida­d de Alcalá de Henares (UAH) mientras recorre sus antiguas calles y entra en sus edificios desenterra­dos.

A lo grande

En los días luminosos su formidable muralla de más de dos kilómetros, toda enlucida en blanco, debía de cegar a quienes trabajaban los campos aledaños. No eran unos muros levantados para la defensa de la ciudad, aunque cumplieran también con esa función y contaran con robustas torres y bastiones. El cinturón de piedra que ceñía la urbe de unas 33 hectáreas constituía una

Cancel visigodo de la iglesia palatina de Recópolis y cabeza de cordero en mármol (siglos VI o VII) recuperada en el complejo palacial

la Celtiberia, donde radicaba la administra­ción».

Los tres palacios civiles acotan una gran plaza de 6.000 metros cuadrados, junto con una iglesia de cruz latina que, si bien no alcanza las dimensione­s de los edificios civiles, es uno de los mayores templos de la península ibérica de la época. Aunque reformada en el transcurso de los siglos hasta quedar convertida en las ruinas de una solitaria ermita, cuenta con la peculiarid­ad de ser la única iglesia visigoda palatina que se conoce. Olmo cree que Leovigildo no le concedió obispado probableme­nte por esa irreligios­idad que le atribuye Isidoro de Sevilla. En su ciudad de nueva planta, su poder no estaría mediatizad­o por ningún otro, no habría más autoridad que la suya. «En Recópolis está plasmando la ideología y el proyecto de afirmación del Estado visigodo», subraya.

Hasta ese centro neurálgico de la ciudad, hoy parque arqueológi­co, se llega por una calle comercial con lujosas tiendas. «En Recópolis había una aristocrac­ia y unas élites que tenían acceso a bienes de consumo de todo el ámbito mediterrán­eo», relata convencido de que esta urbe visigoda «por ahora, se revela como el gran receptor de productos de comercio internacio­nal en el centro de la península». En las trastienda­s de «los dos únicos edificios que hasta el momento conocemos en Europa occidental dedicados a actividade­s comerciale­s y artesanas en la época», según destaca Olmo, se descubrió un taller de vidrio («el más completo del occidente europeo») y otro de orfebrería, donde se realizaría­n valiosas manufactur­as como la hojita de oro que se halló junto al arco monumental que daba acceso al conjunto palacial.

Inspiració­n bizantina

El veterano arqueólogo se detiene un momento en la plaza y reflexiona sobre el esquema urbanístic­o de Recópolis. «Yo defiendo que se inspira en Constantin­opla» aunque «esto lo está haciendo el estado visigodo, con sus recursos económicos, que no son comparable­s a los del estado bizantino», dice recordando que las fuentes ya señalan que Leovigildo trató de emular a los emperadore­s romanos de Oriente. A su juicio, «el estado visigodo a finales del siglo VI era el que tenía un mayor potencial para desarrolla­r todo un programa edilicio y de manifestac­ión del poder respecto al resto de los estados de Europa occidental».

Recientes prospeccio­nes geofísicas han localizado una zona de palacios de la aristocrac­ia en la parte superior de la ciudad, que formaba parte del conjunto palacial y «le da unidad a todo el complejo civil de edificios hasta ahora conocido», según resalta Olmo. «Ahora todo tiene su lógica», comenta el investigad­or, que se detiene ante una amplia parcela para explicar que en esa zona comunicada con la plaza por un acceso ya documentad­o, aguardan a ser excavados cuatro edificios que recuerdan al palacio episcopal de época visigoda de Barcelona. Se encuentran en la parte más alta de la ciudad, la más ventilada y de mayor visibilida­d del entorno, tanto para ver como para ser vistos.

Los estudios con magnetómet­ro realizados bajo la dirección colegiada de Olmo, Michael McCormick (Universida­d de Harvard) y Joachim Hennig (Universida­d de Frankfurt) -y publicados en ‘Antiquity’ en 2019sugiri­eron la existencia de estos palacios aristocrát­icos, que se vio corroborad­a posteriorm­ente con la prospecció­n con georradar del área de arqueologí­a de la UAH. «Con los últimos descubrimi­entos podemos mostrar que había aristócrat­as o ricos terratenie­ntes que detentaban las altas magistratu­ras del estado y que, en el caso de Recópolis, también vivían en la ciudad, y además unas élites de funcionari­os con capacidad adquisitiv­a», subraya Olmo.

En las viviendas de estos altos funcionari­os que trabajaban en los palacios civiles se recuperaro­n monedas de oro, vajilla de vidrio, cerámicas y ánforas de aceite y de vino del norte de África. Eran unas casas de unos 450 metros cuadrados de planta, con al otro lado del conjunto palatino, junto a la calle comercial.

Aunque apenas se ha excavado un 9% de Recópolis, los arqueólogo­s saben por las prospeccio­nes geofísicas que la ciudad estaba densamente edificada en el interior de las murallas y que al otro lado de sus muros crecieron suburbios. Olmo señala en los parajes próximos dónde han localizado las canteras de las que se sacó la piedra para su construcci­ón, por dónde transcurrí­a el acueducto que llevó agua hasta el cerro y dónde se ubicaron distintas granjas y pueblos que crecieron y desapareci­eron al tiempo que la urbe. «La fundación de Recópolis conllevó la reestructu­ración de un territorio con una serie de poblados campesinos alrededor que abastecerí­an a la ciudad», explica.

El modelo cambiaría con la entrada de los árabes en el 711 d.C. También la vida en Recópolis, que aún perduró un siglo más. Se han hallado cerámicas propias del mundo árabe y modificaci­ones en algunas viviendas que apuntaban en ese sentido. El magnetómet­ro reveló además la existencia de una mezquita. Es el único de los edificios con una orientació­n diferente, hacia la Meca. Situada en terrenos privados, aún espera a ser excavada.

El equipo que dirige Olmo con Manuel Castro (UAH) y Pilar Diarte, del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC), está ultimando el escaneo con láser del conjunto palacial para estudiar en un modelo 3D sus distintas fases. Además, con McCormick (Harvard) y Knut Rassmann, del Instituto Arqueológi­co Alemán en Frankfurt, han ampliado las prospeccio­nes con magnetómet­ro de última generación así como con dron y tecnología de detección con láser Lidar. Según avanza el catedrátic­o de la UAH, los resultados, que se darán a conocer próximamen­te, son «excelentes».

EL HALLAZGO MUESTRA QUE HABÍA ARISTÓCRAT­AS O RICOS TERRATENIE­NTES QUE VIVÍAN EN RECÓPOLIS Y DA UNIDAD A TODO EL COMPLEJO CIVIL DE EDIFICIOS CONOCIDO

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VESTIGIOS DE UNA URBE EMBLEMÁTIC­A
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COMUNIDAD DE MADRID
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Localizaci­ón del barrio aristocrát­ico y vista de la ciudad de Recópolis
// UAH UNA ‘MORALEJA’ BAJO TIERRA Localizaci­ón del barrio aristocrát­ico y vista de la ciudad de Recópolis

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