Pablo Remón celebra los abismos de Chéjov
Pablo Remón.
Javier Cámara, Juan Codina, Israel Elejalde, Marta Nieto, Manuela Paso y Marina Salas. En las de Madrid.
Pablo Remón celebra a lo grande el ‘Tío Vania’ de Anton Chéjov. Dos versiones: una, más o menos fiel al texto original; la otra mostrando un acercamiento esencialmente libre y expansivo. En la primera apenas seis sillas sirven para poner en pie todo ese mundo de seres a la deriva; en la segunda, dos escenarios que se comunican entre sí, dos espacios que recrean, por una parte, una dacha de la Rusia del XIX, con césped, las ramas de un viejo roble, hortensias y una simetría burguesa, y, por otra, un chalé convencional, a las afueras de un pueblo de Castilla, con su manguera, su piso de tierra, sus tumbonas, su sombrilla y una mesa de camping a la que se acercan un par de sillas donde se lee CocaCola.
Tanto en una como en otra, Pablo Remón hace un juego dramático tan verdadero como hipnótico, una intrusión perturbadora en esas vidas minúsculas que se ahogan en su propia insignificancia. Si en ‘Vania 1’ el elemento trágico y la depuración la recorren de principio a fin, siempre a la búsqueda de esos espectros de las propias biografías malogradas, en ‘Vania 2’ el argumento se desliza de una manera natural hacia la comedia y lo humorístico, lo pop de andar por casa y lo cinematográfico, sacrificando la intensidad trágica del texto de Chéjov que, a veces, parece que no está engastado suficientemente por la búsqueda de una dimensión bufonesca.
Las dos versiones nos hablan de un cortocircuito emocional múltiple, de que decir yo es asomarse a un abismo. En la primera Remón se asoma al abismo de Chéjov, en la segunda Remón se asoma al abismo de Remón. En una vemos la grandeza de Pablo Remón como lector y director del texto del autor ruso, en la otra vemos la grandeza de Pablo Remón como autor dramático, ese mundo que, al son de una verbena de pueblo y bebiendo unos vasos de pacharán, muestra cómo las vidas se destrozan y recomponen inútilmente sus pedazos.
Hay que ver ambas de un tirón para apreciar cómo la desnudez, la esencialidad y los escombros de una se convierten en ese tiovivo provinciano de la España actual, cómo se propone una poderosa reflexión sobre los mecanismos de la ficción y sobre los tipos sociales de la Iberia profunda, esa que encontramos a la vuelta de cualquier esquina, bajo los techos de nuestras urbanizaciones y la mirada de la Virgen del Prado.
El trabajo interpretativo es monumental, los cambios de registro y los matices en las identidades de una a otra versión son puro deleite. Ahí están mostrando sus heridas estas almas errantes, enternecedoras y deleznables cuando nos muestran el fango de sus vidas y la aspiración imposible a una belleza que no sea repetir cansinamente lo ya vivido. Todo esto bajo una iluminación que intensifica los monólogos, los diálogos sobre el amor, las mentiras, las sombras de la memoria y los fantasmas de su presente.
Por todo ello, ‘Vania x Vania’ es fascinante, nos atrapa en sus confesiones y sus vértigos, hace del teatro una celebración y, a la vez, una indagación en las sombras y los fracasos, esos que se abren en canal bajo una gorra de la Caja Rural y que disparan inútilmente al fantasma de nuestras desdichas. Porque todo está aquí contado desde la mirada de Vania, de ahí el título.