11-M: todo lo que se rompió
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«Todavía hoy muchos españoles siguen creyendo que el terror yihadista no es más una amenaza coyuntural, aunque 300 muertes por ataques perpetrados en nombre de la yihad contra objetivos españoles dentro y fuera de nuestras fronteras dicen lo contrario. En cualquier caso, hoy toca recordar que casi doscientas de aquellas víctimas perdieron la vida en una mañana fría de marzo, cuando tantas cosas se rompieron»
SI usted no es demasiado joven no necesitará ayuda para recordar los ominosos sucesos acaecidos en Madrid el 11 de marzo hace veinte años. La mañana de aquel día los viajeros que ocupaban cuatro trenes de cercanías se vieron repentinamente inmersos en un infierno de fuego, hierro y metralla que mató a 192 personas y causó heridas de diversa gravedad a 1.857 víctimas. Aquella jornada sangrienta recordó la lección más triste ofrecida por cualquier atentado terrorista: que «todo puede romperse y estallar y desaparecer en un instante perdido», como escribió Luis Mateo Díez en una novela sobre el caso. En sólo cuatro minutos las vidas de muchos hijos, padres, hermanos y parejas iban a quedar destrozadas al perder a alguno de sus seres queridos por culpa de las diez bombas que reventaron los trenes. Tiempo suficiente, asimismo, para condenar a otras muchas personas a convivir con las mutilaciones y secuelas físicas o psicológicas infligidas por las explosiones y padecer los traumáticos recuerdos que solo conocen quienes han quedado tocados por el horror.
¿Cuántos españoles se acuerdan hoy del 11-M? Intuyo que si preguntáramos a muchos jóvenes no sabrían contestar. En cuanto a los no tan jóvenes advirtamos que toda memoria personal es parcial y que, en general, no deberíamos confundir nuestros recuerdos espontáneos con el conocimiento objetivo de los sucesos evocados. Con todo, la ‘verdad’ acerca del 11-M, tantas veces reclamada, ha quedado esclarecida por dos sentencias judiciales y por la impresionante investigación académica conducida por Fernando Reinares, consumado especialista que ha pasado muchos años recolectando y examinando innumerables evidencias.
Los ataques del 11 de marzo de 2004 fueron obra de un grupo de individuos identificados con el ideario del salafismo yihadista y su organización de vanguardia, Al Qaida, autora de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Varios de esos individuos habían formado parte de una célula que la propia Al Qaida implantó en Madrid a mediados de la década de 1990 y que quedó desmantelada en noviembre de 2001. Algunos terroristas huyeron, 21 fueron detenidos, juzgados y condenados y otros siete se suicidaron en Leganés el 3 de abril de 2004. Tras ser localizados allí por la Policía activaron varias cargas de la misma dinamita que estalló en los trenes, acabando con sus vidas y la de un agente. Casi un tercio de los implicados tuvieron vínculos con Al Qaida u otras organizaciones afines presentes en España, Bélgica y Marruecos. Los líderes locales del grupo mantuvieron comunicación con un alto mando de Al Qaida, antiguo miembro de su primera célula ‘española’, quien les instó a reclutar más seguidores y preparar una gran operación terrorista contra España. El motivo original no fue castigar al gobierno de Aznar por haber apoyado la intervención militar en Irak, ya que dicha operación se inició en marzo de 2003, mientras que las primeras instrucciones para atentar fueron transmitidas un año antes. La guerra de Irak, eso sí, añadió un potente incentivo para atacar a España y facilitó la aprobación del plan por la dirección de Al Qaida. La motivación primera fue el deseo de vengar las detenciones de elementos yihadistas en nuestro país: sobre todo las de 2001 antes mencionadas. Además, en 1997 la Policía había desarticulado una célula del Grupo Islámico Armado argelino de la que formó parte uno de los suicidados en Leganés. Su pretensión de atentar en España haciendo descarrilar trenes fue conocida por el CNI en noviembre de 2003 e inmediatamente comunicada a las fuerzas de seguridad. La fecha de los atentados se fijó antes de que el gobierno convocase elecciones generales para el 14 de marzo. Sin embargo, la inmediata confusión sobre la autoría de los ataques (ETA versus islamistas radicales) ofreció a los terroristas una imprevista oportunidad para influir en las votaciones: la tarde del 13 de marzo los terroristas emitieron un comunicado para subrayar la inspiración yihadista de la matanza, como previamente había hecho Al Qaida el día 11. Por último, pese a que la eficaz reacción policial se lo impidió, los terroristas habían previsto cometer más atentados después del 11 de marzo.
Además de cuatro trenes y las vidas de las víctimas y de sus familiares, muchas otras cosas se rompieron entre el 11 y el 14 de marzo. El empeño en sacar rédito electoral a la masacre produjo algunos de los momentos menos edificantes de nuestra etapa democrática. La insistencia del gobierno en atribuir los atentados a ETA mientras informaba puntualmente de las sucesivas pistas obtenidas por la Policía congruentes con la hipótesis yihadista y los esfuerzos de la oposición política y mediática para responsabilizar al gobierno por los ataques presentándolos como la consecuencia directa de haber enviado tropas a Irak terminaron propiciando el vuelco electoral. Al Qaida celebró el triunfo socialista jactándose de haber depuesto un gobierno para reemplazarlo por otro que se apresuró a retirar las tropas españolas de Irak, como había exigido la organización terrorista. El gobierno salido de las urnas tenía legitimidad para tomar esa decisión, pero al hacerlo envió un peligroso mensaje a los terroristas y enturbió nuestras relaciones con el indispensable aliado norteamericano. Para colmo, la sociedad española se fracturó. Muchos ciudadanos continuaron culpando a Aznar por los atentados (como si el expresidente los hubiera ordenado…), mientras que bastantes de los contrariados por el cambio de gobierno prefirieron dar crédito a las fabulaciones interesadas y maliciosas que atribuyeron los ataques del 11-M a una conspiración para expulsar al PP del poder: las versiones más delirantes no se contentaron con apuntar a ETA, llegando a mezclar en la misma conjura al PSOE y otros partidos, ciertos funcionarios policiales, jueces y fiscales, la Inteligencia marroquí... Resulta difícil calcular cuánta confusión y sufrimiento llegó a causar en las víctimas semejante sarta de disparates.
Por supuesto, contra lo que muchos pensaron, salir de Irak no nos salvó de nada. En otoño de 2004 la Policía desbarató un complot para atentar contra la Audiencia Nacional y otros planes yihadistas serían prevenidos en años posteriores. En 2017 seguidores del autodenominado Estado Islámico (Daesh) asesinaron a dieciséis personas en Barcelona y Cambrils; improvisaron los ataques tras fracasar en la preparación de varios atentados con bomba que habrían causado cientos de víctimas. Todavía hoy muchos españoles siguen creyendo que el terror yihadista no es más una amenaza coyuntural, aunque 300 muertes por ataques perpetrados en nombre de la yihad contra objetivos españoles dentro y fuera de nuestras fronteras dicen lo contrario. En cualquier caso, hoy toca recordar que casi doscientas de aquellas víctimas perdieron la vida en una mañana fría de marzo, cuando tantas cosas se rompieron.
Luis de la Corte es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid
Julián Quirós