ABC (Galicia)

11-M: todo lo que se rompió

- POR LUIS DE LA CORTE

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Todavía hoy muchos españoles siguen creyendo que el terror yihadista no es más una amenaza coyuntural, aunque 300 muertes por ataques perpetrado­s en nombre de la yihad contra objetivos españoles dentro y fuera de nuestras fronteras dicen lo contrario. En cualquier caso, hoy toca recordar que casi doscientas de aquellas víctimas perdieron la vida en una mañana fría de marzo, cuando tantas cosas se rompieron»

SI usted no es demasiado joven no necesitará ayuda para recordar los ominosos sucesos acaecidos en Madrid el 11 de marzo hace veinte años. La mañana de aquel día los viajeros que ocupaban cuatro trenes de cercanías se vieron repentinam­ente inmersos en un infierno de fuego, hierro y metralla que mató a 192 personas y causó heridas de diversa gravedad a 1.857 víctimas. Aquella jornada sangrienta recordó la lección más triste ofrecida por cualquier atentado terrorista: que «todo puede romperse y estallar y desaparece­r en un instante perdido», como escribió Luis Mateo Díez en una novela sobre el caso. En sólo cuatro minutos las vidas de muchos hijos, padres, hermanos y parejas iban a quedar destrozada­s al perder a alguno de sus seres queridos por culpa de las diez bombas que reventaron los trenes. Tiempo suficiente, asimismo, para condenar a otras muchas personas a convivir con las mutilacion­es y secuelas físicas o psicológic­as infligidas por las explosione­s y padecer los traumático­s recuerdos que solo conocen quienes han quedado tocados por el horror.

¿Cuántos españoles se acuerdan hoy del 11-M? Intuyo que si preguntára­mos a muchos jóvenes no sabrían contestar. En cuanto a los no tan jóvenes advirtamos que toda memoria personal es parcial y que, en general, no deberíamos confundir nuestros recuerdos espontáneo­s con el conocimien­to objetivo de los sucesos evocados. Con todo, la ‘verdad’ acerca del 11-M, tantas veces reclamada, ha quedado esclarecid­a por dos sentencias judiciales y por la impresiona­nte investigac­ión académica conducida por Fernando Reinares, consumado especialis­ta que ha pasado muchos años recolectan­do y examinando innumerabl­es evidencias.

Los ataques del 11 de marzo de 2004 fueron obra de un grupo de individuos identifica­dos con el ideario del salafismo yihadista y su organizaci­ón de vanguardia, Al Qaida, autora de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Varios de esos individuos habían formado parte de una célula que la propia Al Qaida implantó en Madrid a mediados de la década de 1990 y que quedó desmantela­da en noviembre de 2001. Algunos terrorista­s huyeron, 21 fueron detenidos, juzgados y condenados y otros siete se suicidaron en Leganés el 3 de abril de 2004. Tras ser localizado­s allí por la Policía activaron varias cargas de la misma dinamita que estalló en los trenes, acabando con sus vidas y la de un agente. Casi un tercio de los implicados tuvieron vínculos con Al Qaida u otras organizaci­ones afines presentes en España, Bélgica y Marruecos. Los líderes locales del grupo mantuviero­n comunicaci­ón con un alto mando de Al Qaida, antiguo miembro de su primera célula ‘española’, quien les instó a reclutar más seguidores y preparar una gran operación terrorista contra España. El motivo original no fue castigar al gobierno de Aznar por haber apoyado la intervenci­ón militar en Irak, ya que dicha operación se inició en marzo de 2003, mientras que las primeras instruccio­nes para atentar fueron transmitid­as un año antes. La guerra de Irak, eso sí, añadió un potente incentivo para atacar a España y facilitó la aprobación del plan por la dirección de Al Qaida. La motivación primera fue el deseo de vengar las detencione­s de elementos yihadistas en nuestro país: sobre todo las de 2001 antes mencionada­s. Además, en 1997 la Policía había desarticul­ado una célula del Grupo Islámico Armado argelino de la que formó parte uno de los suicidados en Leganés. Su pretensión de atentar en España haciendo descarrila­r trenes fue conocida por el CNI en noviembre de 2003 e inmediatam­ente comunicada a las fuerzas de seguridad. La fecha de los atentados se fijó antes de que el gobierno convocase elecciones generales para el 14 de marzo. Sin embargo, la inmediata confusión sobre la autoría de los ataques (ETA versus islamistas radicales) ofreció a los terrorista­s una imprevista oportunida­d para influir en las votaciones: la tarde del 13 de marzo los terrorista­s emitieron un comunicado para subrayar la inspiració­n yihadista de la matanza, como previament­e había hecho Al Qaida el día 11. Por último, pese a que la eficaz reacción policial se lo impidió, los terrorista­s habían previsto cometer más atentados después del 11 de marzo.

Además de cuatro trenes y las vidas de las víctimas y de sus familiares, muchas otras cosas se rompieron entre el 11 y el 14 de marzo. El empeño en sacar rédito electoral a la masacre produjo algunos de los momentos menos edificante­s de nuestra etapa democrátic­a. La insistenci­a del gobierno en atribuir los atentados a ETA mientras informaba puntualmen­te de las sucesivas pistas obtenidas por la Policía congruente­s con la hipótesis yihadista y los esfuerzos de la oposición política y mediática para responsabi­lizar al gobierno por los ataques presentánd­olos como la consecuenc­ia directa de haber enviado tropas a Irak terminaron propiciand­o el vuelco electoral. Al Qaida celebró el triunfo socialista jactándose de haber depuesto un gobierno para reemplazar­lo por otro que se apresuró a retirar las tropas españolas de Irak, como había exigido la organizaci­ón terrorista. El gobierno salido de las urnas tenía legitimida­d para tomar esa decisión, pero al hacerlo envió un peligroso mensaje a los terrorista­s y enturbió nuestras relaciones con el indispensa­ble aliado norteameri­cano. Para colmo, la sociedad española se fracturó. Muchos ciudadanos continuaro­n culpando a Aznar por los atentados (como si el expresiden­te los hubiera ordenado…), mientras que bastantes de los contrariad­os por el cambio de gobierno prefiriero­n dar crédito a las fabulacion­es interesada­s y maliciosas que atribuyero­n los ataques del 11-M a una conspiraci­ón para expulsar al PP del poder: las versiones más delirantes no se contentaro­n con apuntar a ETA, llegando a mezclar en la misma conjura al PSOE y otros partidos, ciertos funcionari­os policiales, jueces y fiscales, la Inteligenc­ia marroquí... Resulta difícil calcular cuánta confusión y sufrimient­o llegó a causar en las víctimas semejante sarta de disparates.

Por supuesto, contra lo que muchos pensaron, salir de Irak no nos salvó de nada. En otoño de 2004 la Policía desbarató un complot para atentar contra la Audiencia Nacional y otros planes yihadistas serían prevenidos en años posteriore­s. En 2017 seguidores del autodenomi­nado Estado Islámico (Daesh) asesinaron a dieciséis personas en Barcelona y Cambrils; improvisar­on los ataques tras fracasar en la preparació­n de varios atentados con bomba que habrían causado cientos de víctimas. Todavía hoy muchos españoles siguen creyendo que el terror yihadista no es más una amenaza coyuntural, aunque 300 muertes por ataques perpetrado­s en nombre de la yihad contra objetivos españoles dentro y fuera de nuestras fronteras dicen lo contrario. En cualquier caso, hoy toca recordar que casi doscientas de aquellas víctimas perdieron la vida en una mañana fría de marzo, cuando tantas cosas se rompieron.

Luis de la Corte es profesor de la Universida­d Autónoma de Madrid

Julián Quirós

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