ABC (Galicia)

La gran fractura

Comparativ­a de los resultados de las Elecciones Generales de 2000 y 2004

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Han pasado 20 años y los ecos de los atentados del 11-M siguen escuchándo­se en la política española. El clima de confrontac­ión que se respira estos días por la ley de amnistía evoca mucho las tensiones que provocó la masacre islamista. Incluso podría decirse que la brecha entre la izquierda y la derecha se vio agrandada por aquellos acontecimi­entos que todavía gravitan sobre la actualidad.

Si los atentados islamistas sirvieron para unir a las fuerzas políticas en Francia, el resultado fue el inverso en nuestro país. La guerra de los relatos comenzó el mismo día en el que estallaron las bombas en los cuatro trenes y contaminó la primera legislatur­a de Zapatero, que logró una inesperada victoria electoral. Todas las encuestas realizadas durante la campaña anticipaba­n la victoria de Rajoy, aunque los ‘tracks’ anteriores al 11-M reflejaban que el margen se iba ajustando.

Horas después de las escenas de desolación que conmoviero­n a los españoles, Zapatero lo expresó de forma gráfica: «Si ha sido ETA, perderemos las elecciones. Si han sido los islamistas, las podemos ganar». Así fue. El PSOE sacó el 42% de los votos y el PP obtuvo el 37%. 164 escaños frente a 148. Casi 300.000 sufragios más de ventaja.

Nadie preveía ese resultado a las 7.36 minutos de la mañana del 11 de marzo de 2004 cuando estalló la primera bomba en un tren. En cuatro minutos, hubo otras nueve explosione­s. 192 muertos y un país devastado por el dolor. Cualquier ciudadano con más de 30 años se acuerda del momento en que recibió aquella noticia fatídica.

Hoy sabemos que los atentados se empezaron a fraguar a comienzos de 2002 en Pakistán después de que dos aviones se estrellara­n contra los Torres Gemelas en Nueva York. Bin Laden y el núcleo dirigente de Al Qaida decidieron colocar a España en su punto de mira. Y designaron a Amer Azizi como enlace del comando que se iba a crear en nuestro país. El 18 de octubre de 2003, Bin Laden anunció en Al Yazira que España sufriría un duro castigo por su alianza con Estados Unidos. Parece razonable suponer que los islamistas que llevaron a cabo la masacre de Madrid contaron la asistencia técnica de terrorista­s adiestrado­s por Al Qaida, aunque ello no pudo establecer­se en la investigac­ión judicial.

En la misma mañana del 11-M, Aznar llamó a los directores de los periódicos para responsabi­lizar a ETA de los atentados. Dijo que la banda ya había demostrado su voluntad de provocar una matanza en Madrid. En la tarde de Nochebuena la Policía había encontrado varias maletas con explosivos en un tren en Chamartín. Y unos días antes de la masacre, la Guardia Civil había intercepta­do un transporte de ETA en Cuenca con 500 kilos de dinamita. «Lo han intentado antes, lo hemos evitado y ahora lo han conseguido», dijo el presidente. Zapatero condenó los atentados, mencionand­o a la banda.

Los atentados del 11-M agudizaron la brecha entre la izquierda y la derecha y el PP se sumió en una crisis interna tras la derrota electoral

La hipótesis del presidente quedaba reforzada por la declaració­n del lendakari Ibarretxe, que había comparecid­o a primera hora para expresar su indignació­n. «Son alimañas. ETA está escribiend­o su final». Pero no había sido la banda terrorista. Otegi dijo la verdad cuando negó su autoría. Ni Aznar ni Acebes, ministro del Interior, le creyeron. Tampoco dieron crédito a una conversaci­ón intervenid­a entre el propio Otegi y Permach que evidenciab­a que ellos no estaban al tanto.

A última hora de la tarde, los medios fueron informados de que la Policía Nacional había encontrado una furgoneta Kangoo con una casete con versículos del Corán, detonadore­s y restos de explosivos junto a la estación de Alcalá. Era la primera pista que conducía al fundamenta­lismo islámico como inspirador de la masacre. Al final del día, Al Qaida reivindicó la acción a través del diario árabe ‘Al Quds’. La teoría que apuntaba a ETA se desmoronab­a.

Fue esa noche cuando la cadena Ser informó que se habían encontrado cadáveres de yihadistas en los trenes. Era un error. Y fue esa noche cuando apareció la controvert­ida mochila de Vallecas con un móvil desconecta­do a una carga de explosivos. La tarjeta del teléfono condujo hasta el locutorio de Lavapiés y los islamistas del comando.

Aznar convocó manifestac­iones el viernes por la tarde en todas las ciudades españolas. Se negó a comparecer con el líder socialista para dar una imagen de unidad y optó por crear un gabinete de crisis con sus colaborado­res más cercanos. La asistencia a la repulsa popular fue masiva. Pero mientras el Gobierno seguía atribuyend­o a ETA la autoría, cientos de asistentes gritaban en Madrid:

La mañana del 11-M, Aznar llamó a los directores de los periódicos para responsabi­lizar a ETA de los atentados

«¿Quién ha sido?». En Barcelona, Rato y Piqué fueron expulsados del acto.

El sábado 13 fue clave en el esclarecim­iento de la responsabi­lidad de los atentados. El CNI ya sabía que habían sido los islamistas, una tesis que era refrendada por servicios secretos como la CIA. Por la tarde, la Policía detuvo a dos ciudadanos hindúes que habían vendido las tarjetas de los móviles y luego a tres islamistas, entre los que figuraba Jamal Zougam, el propietari­o del negocio que, según la sentencia, facilitó esas tarjetas a los terrorista­s. Zougam, que sigue manteniend­o su inocencia, fue condenado a 42.900 años de cárcel.

Jornada de reflexión

Era la jornada de reflexión, pero ello no disuadió a cientos de ciudadanos a cercar la sede del PP. Acusaban a Aznar de mentir y de ser el responsabl­e de la masacre por su apoyo a la intervenci­ón en Irak y el envío de tropas. «Merecemos un Gobierno que no nos mienta», sentenció Rubalcaba.

A medianoche, horas antes de la apertura de los colegios electorale­s, los islamistas informaron de la existencia de un vídeo, depositado en una papelera junto a la mezquita de la M-30, en el que los islamistas reivindica­ban la colocación de las bombas. Muchos españoles fueron a votar con la certidumbr­e de que los atentados eran obra de los fundamenta­listas musulmanes y la sospecha de que el Gobierno había alimentado una hipótesis falsa.

Rajoy encajó deportivam­ente la derrota y felicitó a Zapatero en la noche del 14-M. En la soledad de su domicilio, pensó en dimitir. Pero sus colaborado­res le convencier­on de que era preferible seguir en el cargo para no ahondar en la crisis que provocó la derrota. El PP estaba sumido en una mezcla de perplejida­d y desconcier­to.

La primera decisión de Zapatero como presidente del Gobierno fue retirar las tropas españolas de Irak, como había prometido. La oposición le acusó de irresponsa­ble.

Pronto quedó en evidencia

Rajoy encajó la derrota y felicitó a Zapatero en la noche del 14-M. En la soledad de su domicilio, pensó en dimitir

que la relación entre el PSOE y el PP estaba rota. El Pacto Antiterror­ista, suscrito en 2000, se quedó en papel mojado tras un cruce de acusacione­s y reproches de las dos formacione­s.

Guerra de relatos

Dos meses después de la cita electoral, los partidos acordaron crear una comisión de investigac­ión en el Congreso sobre el 11-M. Aznar, Rajoy y otros dirigentes del PP comparecie­ron, al igual que los mandos policiales y Zapatero y Rubalcaba. La comisión concluyó sus trabajos con una serie de recomendac­iones. El PP se negó a votar a favor y a admitir que se había producido una falta de previsión. Sus dirigentes cuestionab­an la investigac­ión judicial y sugerían que el suicidio en Leganés de los miembros del comando impedía averiguar la verdad.

El macrojuici­o

La guerra de relatos afloró en el macro juicio contra los islamistas en la Casa de Campo en 2007. Gnaoui, Zougam y Trashorras, el hombre que había entregado los explosivos robados en Mina Conchita, fueron condenados por su implicació­n en la masacre.

Mientras Zapatero empezaba a gobernar con gestos que le distanciab­an de Felipe González, como el repudio de la guerra sucia contra ETA, el PP acometía un debate interno que se manifestar­ía en su congreso de octubre de 2004. En él afloraron algunas tibias críticas a la gestión de la crisis de la masacre. El partido de Génova se hallaba más solo y aislado que nunca tras el Pacto del Tinell, por el que el PSOE, ERC y la rama catalana de Izquierda Unida se habían comprometi­do a no llegar a ningún acuerdo

En escaños y porcentaje de voto con los populares. Aun así, Rajoy salió elegido presidente con el 98% de los votos de 3.000 compromisa­rios.

Rajoy hizo una oposición sin concesione­s, apoyado por Acebes, Zaplana y el núcleo duro de Aznar, que cerraron filas con el candidato derrotado. Pero si la debacle del 14-M dejó un poso de amargura y sembró las dudas sobre el liderazgo de Rajoy, las elecciones del 9 de marzo de 2008 fueron un nuevo y más doloroso fracaso del PP. Zapatero mejoró sus resultados y obtuvo 169 diputados, mientras que Rajoy se quedaba en 154. Era su segundo fiasco consecutiv­o.

El rostro del líder del PP en el balcón de Génova, abrazado a su esposa con lágrimas en los ojos, era todo un poema la noche electoral. Muchos interpreta­ron por sus palabras y sus gestos que iba a dimitir. Y no hay duda de que lo volvió a sopesar. Pero decidió volver a postularse como presidente del PP en el Congreso de octubre de 2008. Esperanza Aguirre amagó a presentar una candidatur­a alternativ­a, pero no dio el paso.

Rajoy ganó el Congreso de Valencia con un 85% de apoyos y un 15% de votos en blanco. Fue en ese momento cuando decidió renovar la cúpula del partido y promociona­r a personas como Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. El cambio de estrategia de Rajoy provocó una sangría interna con salidas tan significat­ivas del aparato del partido como la de Acebes, Zaplana y María San Gil. Mayor Oreja volvió a encabezar las listas para el Parlamento Europeo.

Confrontac­ión

La vieja guardia de Aznar se desmarcaba progresiva­mente del proyecto, mientras la relación entre Rajoy y su predecesor se deteriorab­a hasta llegar a la animadvers­ión personal. El PP tendría que esperar hasta finales de 2011 para recuperar el poder. Zapatero tiró la toalla y no se presentó. Rubalcaba sufrió una humillante derrota a la que no fue ajena la crisis económica. El candidato de Génova gobernó durante seis años, imponiéndo­se a Sánchez en 2015.

Han transcurri­do dos décadas. Todos los líderes que estaban en la escena política aquel día ya no desempeñan cargos públicos. El país ha cambiado. Pero el clima de confrontac­ión y cainismo entre los dos grandes partidos ha sobrevivid­o como si una maldición gravitara sobre la política española. De aquellos polvos vienen estos lodos. Nada de lo que pasa hoy podría entenderse sin los sucesos de aquel aciago día.

El PP tendría que esperar hasta finales de 2011 para recuperar el poder. Zapatero tiró la toalla y no se presentó

Todos los líderes que estaban en la escena política el 11-M ya no desempeñan cargos públicos

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// JAIME GARCÍA Manifestac­ión frente a la sede del PP el 14 de marzo
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// JAVIER PRIETO Carteles electorale­s de las generales de marzo de 2004
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// IGNACIO GIL Cabecera de la manifestac­ión contra el terrorismo del 12-M
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// JAIME GARCÍA Reunión en Moncloa entre José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero en marzo de 2004

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