«Las 26.000 evidencias nos llevaron solo a la célula islamista»
▶La Policía Científica logró identificar 155 cadáveres en 36 horas; en una semana, todos tenían ya nombre
«Cogí el móvil de una chica muy joven muerta en el andén y tenía 120 llamadas perdidas. Eso demostraba la desesperación de su familia, la angustia que trasladaban esos intentos por localizarla». Todos los que estuvieron en los escenarios de las matanzas de los trenes guardan un recuerdo grabado a fuego: los móviles de los cadáveres sonando sin cesar y sin que nadie pudiera atenderlos. Las tragedias sin épica, como la del 11-M, arrastran el dolor durante décadas. Pedro Mélida era en ese momento comisario jefe del Servicio de Innovaciones Tecnológicas de la Comisaría General de Policía Científica, la persona que coordinaba todas las inspecciones oculares y fotografías de los macrolaboratorios situados en Canillas.
El trabajo de la Policía Científica fue vital: identificaron todos los cuerpos en tiempo récord y proporcionaron con sus decenas de informes los elementos de peso para las condenas.
«Con casi 26.000 evidencias analizadas de todo tipo (huellas, ADN, ordenadores, manuscritos...) nos hubieran llevado a otro camino si hubiera habido otro camino, pero solo nos condujeron a la célula islamista», afirma el hoy excomisario general de Científica Pedro Mélida, policía condecorado y respetado, pero víctima como otros de las teorías de la conspiración. Tuvo que sentarse en el banquillo por la derivada conocida como caso del bórico, una de las delirantes invenciones que planeó en el post 11-M.
Aquella mañana, Mélida se enteró de la primera bomba nada más explotar. A las 8.30 ya estaba con un equipo
POLICÍA CIENTÍFICA: NADA QUEDÓ SIN ANALIZAR
La Comisaría General de Policía Científica elaboró 130 informes del 11-M que entregaron a sus compañeros de Información y al juez. Hay de balística, de trazas, de acústica forense, ADN, huellas, químicos. Son la base científica del atentado. en El Pozo. «No sabíamos cuántas víctimas había. Entonces teníamos la famosa ‘circular 50’ para atentados terroristas. Nada más llegar nos encontramos a un tedax corriendo y gritando ‘bomba, bomba’, una de las que fue explosionada. En cada foco trabajó un grupo compuesto por dos equipos nuestros: uno de inspecciones oculares (encargados de narrar el hecho, levantar fotos y vídeos e ir recogiendo con los Tedax elementos que pudieran ser indicios) y otro que fue el responsable de los primeros pasos para la identificación de víctimas (tenían que individualizar cada cuerpo, fotografiar el lugar donde estaba, reseñarlo y sacarlo al andén para colocarlo en bolsas-sudarios con un número)».
La mochila de Vallecas
Pasadas dos décadas, Mélida mantiene la huella imborrable de la desolación, la crispación y la pena que flotaba en la estación de El Pozo, con 65 víctimas mortales. «Es el hecho más traumático de mi carrera». Lo dice, sin dudar, alguien que estuvo en el 23-F y que tuvo que recoger los restos mutilados de decenas de asesinados por ETA. En noches de pesadilla aún vuelve el sonido atronador de cientos de móviles sonando incansables en aquel andén.
«Sobrecogían aquellos bolsos y mochilas tirados sin parar de pitar. No podíamos cogerlos: no teníamos tiempo, pero además qué le dices a un desconocido. ‘No sé si su hija o su padre está vivo o muerto’.
Junto a los cuerpos recogieron las pertenencias de los muertos con una delicadeza extrema. Solo si tenían la certeza de que eran suyas iban en esos sudarios. Un bolso cogido sobre el regazo,
1.200
Se revelaron 1.200 huellas dactilares en esos meses y se identificó a 44 personas, entre detenidos, fugados y algún inocente como el mecánico que tocó los papeles del coche de uno de los terroristas. por ejemplo. En caso de duda, se apartaban. La orden era que los objetos sin dueño se llevaran a las comisarías de distrito, en el caso de El Pozo, a la de Vallecas adonde fue a parar la famosa mochila con una bomba.
Al mediodía llegó la instrucción de que todos los cadáveres se trasladaran al pabellón 6 de Ifema, el mayor mortuorio improvisado y montado en solo un par de horas. Allí se habilitaron tres zonas para trabajar, como detalla Mélida. En la primera, se colocaron seis u ocho mesas de autopsia, flanqueadas cada una por tres miembros del equipo forense y tres funcionarios
Se creó un grupo para analizar los manuscritos en árabe intervenidos. Una traductora instruyó a un grupo de policías que aprendieron los caracteres y quedaron habilitados para ejercer como peritos. Lograron ocho identificaciones de Policía Científica para apoyo, vídeos y fotos.
La segunda zona del pabellón 6 se habilitó para la identificación o reconocimiento de cuerpos y era donde llegaban los datos de los dos grupos creados: el antemortem y el posmortem, siguiendo el protocolo de Interpol. En el antemorten se completaron las fichas con información de nacionalidad, filiación, datos antropométricos, vestimenta, medidas, operaciones o datos odontológicos proporcionados por familiares con la sospecha de que su ser querido viajaba en alguno de los trenes. En el posmortem constaba el resultado de la autopsia, la necrorreseña, la muestra de ADN que se tomó a todos los cuerpos, fotos y vídeos, así como radiografías de la boca o de alguna parte del cuerpo realizadas in situ, si se apreciaban en la autopsia intervenciones quirúrgicas.
En la tercera estaban los cadáveres alineados a lo largo de todo el pabellón –con la misma numeración y posición– y fue donde se hizo el cotejo fi
«Al ver a mi hija, me puse a llorar. Estaba viva, pero yo venía de tocar muerte y más muerte», explica el entonces comisario jefe
300
Se hicieron 300 reportajes fotográficos, casi 100 de vídeos, más de 25.000 composiciones de terroristas, se extrajeron 12 perfiles genéticos, entre ellos los de los siete suicidas de Leganés.
A Brandon Mayfield, de 37 años, ex oficial del Ejército estadounidense convertido al Islam, le salvó la Policía Científica española de acabar en el corredor de la muerte. En mayo de 2004 fue detenido porque una huella de escasa calidad obtenida en la bolsa de la Renault Kangoo el FBI la identificó como perteneciente a Mayfield. Los agentes españoles les dijeron que se parecía pero no era de esa persona. El 20 de mayo tuvieron que ponerlo en libertad tras obtener la Científica la verdadera correspondencia. Esa huella pertenecía a Ouhnane Daoud, un argelino al que se considera autor material de los atentados que logró huir y murió en combate en Irak en 2006. Pudieron cotejar la huella de Daoud porque encontraron su pasaporte en la taquilla de una obra tras alertar su jefe. El FBI admitió el error y cambió sus protocolos con la ayuda de un comisario de la Científica. mal, era su última esperanza». Aquella madrugada, los especialistas de ADN siguieron al pie del cañón. Igual que los siguientes días: en una semana todos estaban identificados, un hecho sin parangón a nivel mundial.
La segunda gran misión de la Policía Científica empezó con las inspecciones oculares. Hubo tres especialmente importantes: la de la Renault Kangoo hallada en Alcalá de Henares, que se inspeccionó el mismo día 11 a las tres de la tarde en Canillas. En ella se halló la cinta con versículos del Corán y los restos de explosivos y detonadores. Al día siguiente, la de la mochila con bomba desactivada en la comisaría de Vallecas donde encontraron el teléfono con la tarjeta que propicia la detención de cinco implicados esa misma tarde. Las tarjetas telefónicas llevaron a la finca de Morata de Tajuña y a sacar decenas de huellas y ADN de todos los terroristas que pasaron por allí.
Hasta el 30 de agosto hicieron 79 inspecciones técnico-oculares, se revelaron más de 1.200 huellas con las que se logró identificar a 44 personas entre detenidos y fugados; se extrajeron 12 perfiles genéticos, incluidos los de los siete inmolados en Leganés, a otros ocho individuos se les puso nombre gracias al análisis de manuscritos. Realizaron 300 reportajes fotográficos, casi 100 en vídeo, entre 25.000 y 30.000 composiciones de terroristas, retratos robot, estudios de acústica forense con las llamadas de Leganés, análisis balísticos, de trazas... Casi 130 informes con el sello de la Ciencia: el armazón de las condenas de los yihadistas que ennegrecieron el corazón de Madrid.
El proceso que culminó con la matanza en los trenes de Cercanías se inició en diciembre de 2001 en Karachi, donde el marroquí Amer Azizi, huyendo de la Operación Dátil que desmanteló en Madrid la célula de Abu Dahdah, a la cual pertenecía como miembro especialmente destacado, decidió instigar una venganza contra España y se confabuló para ello junto a otro importante yihadista de su misma nacionalidad. Este encuentro aparece constatado en un esclarecedor informe del National Counter Terrorism Center (NCTC, por sus siglas en inglés, o Centro Nacional Contra el Terrorismo) de Estados Unidos, fechado en agosto de 2008.
Azizi no pudo ser detenido en la Operación Dátil porque estaba en Irán, en ruta hacia Afganistán. Al poco se incorporó a las estructuras centrales de Al Qaeda en Pakistán, donde era conocido por haber estado en campos de entrenamiento de la organización yihadista. Siguiendo sus órdenes, en marzo de 2002 empezó a configurarse en Madrid la red terrorista del 11M.
Azizi se sirvió de su autoridad y del ánimo de venganza que le unía a exmiembros de la célula de Abu Dahdah que tampoco fueron detenidos, aunque debido al tratamiento legal y judicial del yihadismo entonces existente. Entre ellos, Serhane ben Abdelmajid Fakhet, el Tunecino, Said Berraj y Jamal Zougam.
Mientras ese núcleo se consolidaba y ampliaba, cooptando entre otros al yihadista argelino Allekema Lamari, excarcelado en junio de 2002 por un dislate judicial, se añadió un componente del Grupo Islámico Combatiente Marroquí. Unos delincuentes radicalizados con experiencia en tráfico de drogas sumaron en el verano de 2003 el tercer y último componente a la red del 11-M.
Azizi logró mantenerse en contacto con sus principales nodos: El Tunecino, ya mencionado; Youssef Belhadj, quien plasmó por escrito la fecha del 11-M, en la
Azizi se sirvió de su autoridad y del ánimo de venganza que le unía a exmiembros de la célula
Delincuentes radicalizados con experiencia en drogas sumaron en el verano la última parte de la red