La autoría intelectual del 11-M
localidad belga de Molenbeek donde residía, el 19 de octubre de 2003, un día después de que
Osama bin Laden amenazara públicamente a España; y Jamal Ahmidan, El Chino.
En el informe del NCTC se lee: «Azizi estaba bien situado en 2003 –cuando estarían desarrollándose los preparativos de los atentados con bomba en Madrid– para actuar de conducto entre el jefe de operaciones externas Hamza
Rabia y otros líderes de Al Qaeda y los activistas en Madrid. A través de Azizi, Al Qaeda contaba con un vehículo para transmitir la aprobación de la operación en Madrid o para proporcionar instrucciones detalladas».
El 17 de septiembre de 2003, la Audiencia Nacional dictó auto de procesamiento contra Azizi. En septiembre de 2006 las autoridades de Estados Unidos informaron por primera vez a las españolas sobre la muerte de Azizi. Esta se produjo a consecuencia de un misil lanzado el 1 de diciembre de 2005 desde un dron estadounidense en el noroeste de Pakistán.
En octubre de 2006, solicitando a cambio datos de pasadas relaciones del marroquí que inquietaban a sus servicios de Inteligencia, ampliaron la información: «En el momento de su muerte, Azizi estaba estrechamente vinculado al entonces jefe de operaciones externas de Al Qaeda, Hamza Rabia. Nuestra valoración actual es que Azizi estaba íntimamente involucrado con Rabia en la planificación de operaciones globales en muchos frentes».
En septiembre de 2007, un mes antes de que se dictara sentencia por los atentados de Madrid, Washington trasladó más evidencia, basada en testimonios de operadores de Al Qaeda capturados en Afganistán y Pakistán unos dos años después del 11-M. Lo hacía con el deseo de que la nueva información fuese, para España, «de ayuda en su investigación en curso sobre los responsables de los atentados de marzo de 2004».
ES CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS. AUTOR DE ‘LA VENGANZA DE AL QAEDA’ Y ‘11-M. PUDO EVITARSE’
Vera de Benito, hija de Esteban
Esteban de Benito Caboblanco cogió el Cercanías, como todos los días, desde Santa Eugenia hasta Recoletos, donde trabajaba. Era técnico de telefonía. Siempre hacía el mismo recorrido, no hubo ningún cambio de horario ni nada que hiciera presagiar lo que iba a pasar. Pero pasó.
«Ni siquiera me había levantado de la cama. Me despertaron los gritos de mamá. Yo todavía no estaba ni lista para salir hacia el cole», recuerda Vera, hija única. Tenía nueve años, casi diez.
«No entendí muy bien lo que pasaba a mi alrededor. Recuerdo mucho ajetreo, sobre todo preguntar y no recibir respuestas. Eso fue lo que me motivó a buscar respuestas por mi cuenta y quizá debería haber esperado unos años para hacerlo, porque vi cosas terroríficas. Vi una cosa de la que me arrepiento mucho, que no tenía que haber visto, las cámaras de Atocha aquel día. Las tengo aquí (señala la cabeza). Pero tenía esa necesidad»,
«Quiero disfrutar la vida por mí y por ella» Iris Sánchez, hija de Trinidad
Trinidad Bravo Segovia trabajaba en Seguros Médicos La Estrella. Todos los días salía de Rivas (Madrid) donde vivía con su marido y sus dos hijos, e iba a la capital a trabajar. Encontró la muerte en la estación de El Pozo.
«Ese día, en el colegio, nos íbamos a la nieve. Saldríamos algo más tarde, a las 9 o las 10, y vi en las noticias, desayunando, lo que pasó», cuenta su hija Iris. «Mis padres se habían ido a trabajar y yo estaba con una cuidadora. Llamé al trabajo de mi madre y me lo cogió un compañero suyo. Me dijo que no me preocupara, que estaría al llegar, así que me quedé tranquila. Mi madre siempre me recogía y ese día no vino, así que sospeché que había pasado algo».
Iris Sánchez tenía 12 años. Recuerda la zozobra de los días siguientes, la tensión y el silencio en casa, las conversaciones entre susurros de los adultos, la confusión. Primero, alguien le dijo «tu madre está muy malita» porque la situación era un caos. No la encontraban pero tampoco podían confirmar su fallecimiento, así que, finalmente, su padre fue quien le dio la noticia. «Tuve la sensación de que el alma se me había quedado congelada. En ese momento no lloras, pero te quedas en shock», recuerda. A su hermano, cuatro años menor que ella, se lo contaron poco después.
«Era consciente de que aparte de a mi madre le había pasado a más personas. Pero siempre tuve la sensación de que no era tanta gente para que le hubiera pasado justo a ella», confiesa. La incredulidad, la incomprensión, la dificultad para encajar un palo tan fuerte no se va por muchos años que pasen.
A día de hoy, todavía le pesa no haber tenido una despedida. «He tenido un sueño recurrente a veces. Me encontraba a mi madre desorientada, que no conocía a sus hijos, en el bosque, perdida. Yo le decía: ¿Cómo no me reconoces? Creo que es porque, claro, yo no he visto el cuerpo de mi madre. Me creo que ha fallecido, evidentemente, pero no lo he visto. Faltó esa parte de despedida».
Estudió enfermería, un máster, aprobó una oposición y trabaja en el servicio de enfermería del Ministerio de Asuntos Exteriores, un puesto que consiguió después de estudiar con tesón unas oposiciones. A pesar de una pérdida tan importante, ha sabido estar «centrada», salir, divertirse con sus amigos, como cualquier joven de su edad, pero tener metas y un camino claro a seguir. Y se le ve orgullosa por ello.
Precisamente el posgrado que estudió estaba centrado en la actuación de las ambulancias en momentos críticos –otra vez la inconsciente búsqueda de respuestas a la sinrazón de lo que le ocurrió a su madre o la necesidad de estar lo más cerca posible de explicaciones– y el ejemplo que les ponían sobre intervenciones en catástrofes era el despliegue sanitario del 11M. «También he hablado con compañeros veteranos que me explicaron cómo trabajaron aquél día, me explicaron que fue un caos».
En 2010, otro giro marcó su vida. La atropelló un coche en Rivas, su ciudad, y estuvo un mes y medio en coma. Se recuperó. «Estaba muy desorientada cuando desperté, me preguntaban cuántos años tenía o cuándo era mi cumpleaños y tenía que pensarlo, pero sabía que mi madre no estaba,
«Tengo un sueño recurrente: me encuentro a mi madre en un bosque, desorientada, y no me reconoce. Faltó una despedida»