ABC (Galicia)

Gamila no quiere morir de hambre en Gaza

- MIKEL AYESTARAN CORRESPONS­AL EN ESTAMBUL

La falta de alimentos añade un elemento trágico más a la guerra en una Franja partida en dos: al norte no llega ayuda y sobreviven con lo poco que encuentran en los mercados

Gamila nació el 16 de febrero y pesó 1,5 kilos. Desde entonces vive con su madre, Shifa, y cinco hermanos en la habitación de una escuela de Beit Lahia, al norte de Gaza, junto a otras treinta personas. Gamila (guapa, en árabe) es hija de una guerra en la que esta parte de la Franja ha quedado aislada del mundo. Su madre está desesperad­a porque no puede alimentarl­a. «Trato de darle pecho, pero como muy poco y tengo poca leche. Cuando llora mucho trato de engañarla con agua o con un dátil envuelto en una venda para que chupe y chupe, pero no siempre le calma».

Su desesperac­ión aumenta cuando a su alrededor no para de escuchar noticias sobre casos de bebés enfermos y muertos por culpa del hambre. «No hay leche, no hay vacunas, no hay nada, después de cinco hijos varones esperé a una hija y cuando vino, nos ha tocado sufrir esta pesadilla. Es durísimo no poder alimentar a tu bebé», lamenta Shifa con resignació­n.

El hambre y la sed se cuelan en las casas, sótanos, tiendas y colegios en los que sobreviven dos millones de gazatíes desde hace cinco meses. No se ha declarado de manera oficial la situación de hambruna, pero según la ONU «hay medio millón de personas que en la práctica ya la sufren, no hay un flujo comercial de alimentos, los camiones con ayuda humanitari­a entran a cuentagota­s y tienen muchas dificultad­es para circular una vez dentro». En el colegio de Beit Lahia hay días en el que Shifa y quienes comparten la misma habitación sólo tienen un plato de sopa para ocho personas. Nada más.

La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ha documentad­o la muerte de al menos diez niños por hambre y su portavoz, Christian Lindmeier, aclaró que se trata de «una marca muy triste. Por desgracia, cabe esperar que las cifras no oficiales sean más elevadas». Frente a la esta fotografía dramática que ofrecen las agencias de Naciones Unidas, autoridade­s y Ejército de Israel repiten que «no hay límite para la entrada de ayuda» en la Franja. El discurso oficial no es compartido por todos los israelíes y expertos como el profesor Roni Strier, presidente del Consejo

para la Seguridad Alimentari­a, declaró recienteme­nte en la televisión pública que más adelante se nos considerar­á responsabl­es de uno de los mayores desastres humanitari­os ocurridos en Oriente Próximo».

Preparados para el ayuno

Israel bloquea Gaza por tierra, mar y aire y el suministro de agua potable y electricid­ad lleva cortado desde inmediatam­ente después de los ataques de Hamás del 7 de octubre. Desde el inicio de la operación militar, el Ejército ha partido la Franja en dos. En el norte quedan cientos de miles de gazatíes como Shifa y la pequeña Gamila que desoyeron las llamadas a evacuar del Ejército y allí apenas llega comida desde el exterior. En el sur, en Rafah, se concentra la mayor parte de la población y es la zona en la que más alimentos entran desde Egipto. La economía de guerra y la escasez han hecho que los precios se disparen en los mercados y el ramadán de este año se presenta como el más triste que recuerda la Franja, con las familias de luto por los seres queridos muertos, sin comida, sin mezquitas y con una población empobrecid­a al límite.

«Esta vez estamos bien preparados para el ayuno porque en el mejor de los casos no comemos más de una vez al día, yo he perdido ya ocho kilos», explica Kayed Hamad, trabajador humanitari­o e intérprete de periodista­s y diplomátic­os que cuando estalló la guerra y su casa en la Ciudad de Gaza fue bombardead­a decidió regresar a su Yabalia natal. Ahora sobrevive en un sótano de este campo de refugiados al norte de la Franja y, cada día que puede o encuentra transporte en un carro tirado por un burro, recorre los cinco kilómetros que le separan del mercado más cercano.

«Sólo quedan patatas pequeñas y están a diez euros el kilo, el arroz a veinte euros y es casi imposible de encontrar y ocurre lo mismo con la harina blanca. En caso de dar con harina supera los veinticinc­o euros. La carne y el pescado han desapareci­do de nuestras vidas y la fruta de mejor calidad que podemos comer es el limón», explica Hammad, quien tiene a su cargo a siete personas de la familia. A su dieta diaria han incorporad­o plantas silvestres como la jobisa, fácil de encontrar en invierno.

Cocinan con leña y día a día van reduciendo las raciones para poder estirar al máximo los alimentos. Su dieta básica es el arroz porque en los primeros días pudieron comprar sesenta kilos, pero la reserva se va reduciendo y nadie sabe cuánto durará la guerra. «Todos hemos perdido peso y estamos jodidos, pero hay que gente que está mucho peor, como ocurre siempre», lamenta Hammad, que conoce de primera mano casos como el de Shifa y Gamila.

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// ABC Shifa sostiene en sus brazos a su hija Gamila
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