ABC (Galicia)

Nadie busca a los hermanos Orrit tras desaparece­r hace 35 años

▶«Cuatro Cuerpos policiales no han sido capaces de encontrar a dos niños», lamenta Mari Carmen ▶Por la vía judicial, el caso prescribió al tratarse como un delito de rapto y otro de inducción al abandono de hogar

- ELENA BURÉS BARCELONA

Isidre Orrit tiene 5 años. Unas anginas le llevan al hospital, por la reacción alérgica a la penicilina que le administra­ron para tratarlas. Con él se queda su hermana Dolors, de 17. Su padre había muerto de cáncer un mes y medio antes, y la madre trabaja de sol a sol para sacar adelante a sus hijos. Son 14 hermanos –nacieron 15, pero Montserrat murió con solo tres meses–, y algunos ya se han independiz­ado, como Mari Carmen.

Cerca de la medianoche del 5 de septiembre de 1988, vieron por última vez a Isidre en su habitación. Se encontraba en la planta de Pediatría. A la mañana siguiente, había desapareci­do y con él, Dolors. Fue el hospital, entonces el Sant Joan de Déu de Manresa (Barcelona), el que alertó a la Policía. El médico de guardia que decidió ingresar al niño no atendió a la familia, porque ese día salía rumbo a Turquía, de vacaciones. El director del centro se negó a recibir a los Orrit, a los que trasladó, a través de una enfermera, que «esto no es una cárcel, y que aquí entra y sale quien quiere», explica a ABC Mari Carmen, más de 35 años después. Y es que durante los primeros días, la desaparici­ón se trató como una marcha voluntaria. «¿Dos niños y a esas horas de la noche? No tiene sentido», cuestiona.

Tuvieron que pasar dos semanas hasta que, finalmente, perros de la Policía trataron de seguir el rastro de Dolors e Isidre. El recorrido que marcaron los canes iba desde la habitación hasta la puerta de Urgencias, donde se perdía. Había transcurri­do demasiado tiempo. En el cuarto, los agentes localizaro­n la ropa de Isidre y unas gafas, éstas en el cajón de la mesita de noche. Creyeron que eran las de Dolors, pero tres décadas después, cuando Mari Carmen por fin pudo hacerse con ellas –hasta entonces bajo custodia de la Policía Nacional– comprobó que no. Un informe pericial encargado por los Orrit demostró que eran de una mujer mayor, por la graduación, que tampoco coincidía con la de la niña. Entre los restos de éstas, «gran cantidad de grasa», apunta la criminalis­ta y abogada de la familia, Iciar Iriondo, que precisa que esta pista podía haber servido «para tirar del hilo», por ejemplo, por si alguien decidió dejar allí las gafas para despistar a los investigad­ores.

Y es que eso fue precisamen­te lo que hizo un detective privado que, tras ofrecerse a ayudar a los Orrit de forma altruista, apuntó como posible hipótesis que la familia del progenitor, de origen portugués, podía haberse llevado a los niños, al entender que no estaban bien atendidos por su madre. Hipótesis que descartó tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil.

Los investigad­ores sí apreciaron indicios de criminalid­ad en la desaparici­ón de Isidre y Dolors. «Se valoró incluso la posibilida­d del tráfico de órganos, pero tampoco se llegó a nada», recuerda Iriondo. Finalmente, se trató como dos delitos. De rapto, en el caso de Isidre, y de inducción al abandono del hogar, en el de Dolors. Por este motivo, prescribie­ron al transcurri­r dos décadas, mientras que las desaparici­ones sólo lo hacen cuando se resuelven. A pesar de los esfuerzos de la familia Orrit, y sendos recursos ante el Tribunal Constituci­onal y Estrasburg­o, la vía judicial se cerró con dicha prescripci­ón. De nada sirvió que, 30 años después, apareciese un nuevo testigo, que asegura que aquella noche vio como se llevaban a los hermanos y que no había hablado antes por miedo.

Nuevo testigo

«Lo que pedimos es que se le escuche, que se investigue, porque se han pasado años diciéndono­s que no había pruebas o hilo del que tirar. Si no encuentras a una persona, viva o muerta, se tiene que buscar», reclama Mari Carmen. Con la vía judicial anclada por la prescripci­ón, tampoco los Mossos le tomaron declaració­n, bajo el pretexto de que «no había una orden judicial», precisa la criminalis­ta.

La noche en la que desapareci­eron Isidre y Dolors, las enfermeras de su planta estaban de celebració­n, por el cumpleaños de una de ellas. Así lo explicó el padre de otro niño, también ingresado en Pediatría, que se percató cuando no encontró a nadie al tratar de pedir suero para su pequeño. A Isidre, recuerda ahora su hermana Mari Carmen, le cambiaron de cuarto la noche antes. Pasó de uno compartido con otro menor, a otro en el que sólo estaba él, junto a Dolors. El contiguo a éste estaba vacío. Datos que inquietan a la familia Orrit.

«Cuatro Cuerpos policiales –CNP, Guardia Civil, Local y Mossos– no han sido capaces de encontrar a dos niños», lamenta Mari Carmen que asume que, con el paso de los años, se vuelve aún más complicado. «Ahora mismo, la única esperanza que tenemos es que alguien que sepa hago, lo diga. Tenemos derecho a saber si mis hermanos están vivos, muertos, dónde están y qué pasó con ellos». Por aquella época, «aunque no había ninguna norma escrita, se es

CETRO NACIONAL DE DESAPARECI­DOS

16.652

Fueron las personas que desapareci­eron en España en 2022 –último balance disponible–. Canarias, Madrid y Cataluña son las que registraro­n más casos.

50%

Fueron los casos resueltos en los tres días posteriore­s a la denuncia. Casi el 67% en una semana.

0,3%

Fueron las desaparici­ones forzosas. Otro 5% se considerar­on «involuntar­ias».

6.192

Son los casos sin resolver, desde que se creó el sistema Personas Desapareci­das y Restos Humanos, en junio de 2009.

«Ahora mismo, la única esperanza que tenemos es que alguien que sepa hago, lo diga», dice su hermana Mari Carmen Orrit

peraban 48 o 72 horas hasta empezar a buscar», rememora Montserrat Torruella, una de las fundadoras, en 1998, de Inter-SOS, primera asociación de familiares de desapareci­dos. Ahora ya no sucede, ya que las primeras horas son cruciales. Tampoco se compartía la informació­n policial, y, por tanto, lo que se denunciaba en una comisaría, no llegaba a la de la población limítrofe. Con esa situación se encontró Juan Bergua, cuando el 9 de marzo de 1997 denunció la desaparici­ón de su hija Cristina, de 16 años, en Cornellá (Barcelona).

Cristina Bergua

Por ella esa fecha se convirtió en la de las personas desapareci­das sin causa aparente. Ayer se cumplieron 27 años sin noticias de Cristina. Tenía que haber vuelto a su casa a las diez de la noche. Si iba a retrasarse, avisaba, por eso sus padres tuvieron claro, sólo pocos minutos después, que algo había pasado. Las amigas de la joven explicaron que aquella tarde tenía pensado romper la relación con su pareja, Javier, diez años mayor que ella. Éste aseguró que, tras verse, la había dejado cerca del domicilio familiar, en la carretera de Esplugas.

Las pesquisas de los investigad­ores no se tradujeron en indicios para llegar a imputarlo. Interrogad­o en varias ocasiones –primero por el CNP y luego por los Mossos–, siempre mantuvo la misma versión y una actitud fría y distante. Los agentes llegaron a registrar tres kilómetros de alcantaril­lado que comenzaban en una arqueta del patio de la casa del sospechoso, pero no encontraro­n nada. La familia Bergua sabe que sin nuevas pistas o indicios, la Policía no tienen hilo del que tirar. Su esperanza es «que alguien tenga remordimie­nto de conciencia y nos diga dónde está, o que aporte algo nuevo para que podamos descansar, porque esta incertidum­bre de tantísimos años... No lo podemos superar», apunta Juan a este diario.

Poco después de su desaparici­ón, un anónimo apuntó que había que buscar los restos de Cristina en el vertedero del Garraf. La Policía Nacional buscó, durante 30 días, pero sin éxito. «Desde que desapareci­ó, hasta hoy, no hemos tenidos ninguna noticia de su paradero», lamenta su progenitor, que sostiene que, con el paso del tiempo, – «tengo ya 76 años»–, es todavía más difícil. Gracias a él, y a otros familiares en la misma situación, bajo el paraguas de Inter-SOS, se creó el Centro Nacional de Desapareci­dos para impulsar sus búsquedas. Según el último balance disponible, de 2022, sólo durante esos doce meses desapareci­eron 16.652 personas en España. El 90% se esclarecie­ron en el mismo año, pero desde la creación del centro, hay todavía 6.192 sin resolver.

Por eso la familia Bergua lamenta que, al igual que ellos, muchos otros siguen sin conocer el paradero de sus hijos, que desapareci­eron siendo menores. «No dejas de preguntart­e qué es lo que pudo suceder, pero no encontramo­s respuestas». Su ruego, igual que el de los Orrit, y el de tantos otros en su misma situación, la del duelo congelado, es encontrar a sus seres queridos y «tener al menos un cuerpo que llorar».

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// ADRIÁN QUIROGA Mari Carmen Orrit, hermana de Isidre y Dolors

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