Alonso se exige más ritmo
▶El español acaba quinto y pide evoluciones a Aston Martin. Segunda victoria de Verstappen en el cisma de Red Bull
Se acerca la reportera de DAZN al protagonista y, veinte minutos antes de la salida en el peligroso circuito de Yeda en Arabia Saudí, Fernando Alonso anticipa su resultado. «El simulador dice que acabaré séptimo», avisa. «A ver si se puede cambiar algo», añade. Como el asturiano es un depredador profesional, algo consigue modificar después de 50 vueltas. Acaba quinto, dos puestos mejor que el pronóstico de la inteligencia artificial. Detalles de una carrera sin historia en lo mollar: Verstappen arrancó primero desde la pole y selló su segundo triunfo en el segundo doblete de Red Bull, Checo Pérez a su vera. Menuda temporada espera si no lo evita ninguna mente brillante en la ingeniería del resto de fábricas.
El circuito de Arabia Saudí promete algún tipo de emoción porque está diseñado por un malabarista. Larguísimas rectas y peliagudas chicanes en un trazado que no admite un error. Pero no hay emoción ni rastro de competencia, como en Baréin, porque Verstappen es un robot mucho más eficaz que la inteligencia artificial. Casi siempre sale bien, no desliza ni una vez, no se pone nervioso, va como un tren en los raíles, sin fallo, los mecánicos de Red Bull nunca se equivocan...
Solo el escándalo de la denuncia de la empleada que ha desempolvado una guerra civil entre las fuerzas vivas de Red Bull puede aportar alguna alteración o desasosiego. Lanzarse los trastos a la cabeza entre papá Verstappen, Horner, Marko y el piloto estrella parece más nocivo que cualquier adversario o fabricante. «Es demasiado tarde
F1
McLaren Aston Martin a 32.0 seg a 35.8 seg
para que Christian diga ‘dejadme en paz’, pero cuenta con el apoyo del propietario tailandés, así que creo que se quedará el resto de la temporada», insistió ayer Jos Verstappen.
Sin apenas imágenes de Verstappen durante la carrera, tal y como es costumbre porque resulta aburrido la conducción en solitario, la noche en Arabia se centra en detalles de segundo rango. La espléndida respuesta de un chico de 18 años, Oliver Bearman, con un Ferrari en sus manos frente a los mayores tiburones de su deporte. El chico acaba séptimo, haciendo lo que debe, sin asustarse.
El rendimiento de Checo Pérez, muy superior a la vacilante caminata del curso pasado, cuando cada sábado de clasificación era un padecimiento para el mexicano. Dos carreras, dos segundos puestos. Está donde le corresponde, a la caza del tropiezo de la bestia.
La solidez genética de Alonso, una roca sin grietas que pisa el acelerador y ejerce de estratega a 300 por hora. «¿Hay opción del plan B?», pregunta por la radio. «Porque ellos están en otra liga», sentencia. No debe ser fácil trabajar como ingeniero de pista del español, porque a conocimientos y perspicacia poca gente le supera en la F1. «Necesitamos mejorar nuestro ritmo de carrera», pide a su equipo.
Alonso avanza desde la séptima posición como predijo el simulador, mientras su compañero Stroll toca el muro, rompe la suspensión y se estrella. Un coche de seguridad que no altera nada, pese a que Norris y Hamilton se quedan en pista sin cambiar ruedas buscando la sorpresa.
Una carrera sin incidentes aboca inevitablemente a la suave melodía del himno de los Países Bajos (’Wihelmus’ se llama), ya metabolizado por los aficionados de la F1. Los mismos que se temen un año decadente porque no hay quien le muerda un tobillo al inefable Verstappen.