ABC (Galicia)

Umbral, Herrera, Besteiro

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en Umbral y en sus aristas a través de una espiral que hace círculos concéntric­os y que se eleva como una hoja seca en un parque de Majadahond­a. El libro no se puede leer una vez. Ni tampoco de una vez. Si para los umbraliano­s la obra de Paco es el Nuevo Testamento, la de Besteiro son los ‘Hechos de los apóstoles’. Y, por ello, necesita ser leída de poco en poco, pero en releída siempre. Y, sobre todo, ha de consultars­e cada vez que uno termina de escribir y comete el error de pensar que lo ha hecho bien. Así recordará diariament­e lo que es bueno, el lugar en el que se encuentra en realidad y se castigará poniéndose a escribir cien veces: «No volveré a hacer el ridículo». Y se cierra el libro.

Porque leer a Umbral implica cerrar el libro cada minuto y medio para ser plenamente consciente de lo que se ha leído. Lo mismo ocurre con Besteiro, que no escribe tan bien como Umbral porque no se puede. Pero casi. Y con el prologuist­a, claro, mi vecino de la derecha, ese tal Ángel Antonio Herrera, que es el mejor torero después de Morante de la Puebla y que un día en un argentino de Félix Boix me reconoció que era imposible leer a Umbral sin cerrar el libro constantem­ente, con un poco de mala leche, para interioriz­ar lo que acabas de leer. Yo le doy la razón. Pero es que con él pasa lo mismo, parece que al leerle de corrido se te escaparan cosas, como si no estuvieras nunca aprovechán­dolo del todo. Pasa igual con la vida.

Parece que al leerles de corrido se te escaparan cosas, como si no estuvieras nunca aprovechán­dolo del todo. Pasa igual con la vida

Manual de antiayuda

Entre los dos saben más de Umbral que yo de mí mismo. Y el libro de Besteiro es, a la vez, un tratado de columnismo, una cátedra sobre los ochenta, una tesis de literatura canalla, una guía de Madrid, un manual de antiayuda –como diría él, qué bien piensa a veces el corrector–, un poemario a la mujer, una elegía a los padres huérfanos de hijos, una encicloped­ia de impostura y un bestiario. No he acabado aún de leerlo y no pienso hacerlo.

Pero en mi mesilla, a partir de ahora, estará el libro que leo y además, este. Y un vaso de agua de ayer. Y un revólver, un boli rojo y un crucifijo. En la pared de enfrente, una foto de Umbral, una de Delibes y una de Curro. Y la Virgen de mi colegio.

Lo que sea necesario para recordar cada mañana, de camino a la vida, de qué iba todo esto. Y lo que es más importante: de qué no.*

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