ABC (Galicia)

Jesús de la Morena

Excomisari­o general de Informació­n de la Policía ▶«Se detectó el aumento de la amenaza yihadista y se tomaron algunas decisiones. Pero en 2004, ETA aún mataba y esa era la prioridad»

- PABLO MUÑOZ MADRID

Jesús de la Morena aborda en esta segunda parte de la entrevista todos los aspectos que rodearon los atentados del 11-M desde el principio: desde la fractura política y social que produjeron, hasta las acusacione­s de falta de previsión, o las supuestas incógnitas que aún continúan y sobre las que todavía hoy algunos lanzan sospechas. —Tras el 11-M se acusó a las Fuerzas de Seguridad y al CNI de no haber dimensiona­do bien la amenaza yihadista. ¿Es justa esa afirmación?

—Si bien muchos atentados ponen de manifiesto carencias en ese sentido, en el del 11-M resultaron evidentes, y la base con la que contaba la Comisaría General desde hacia años y los relativos avances que se habían hecho, insuficien­tes. Me refiero a una serie de medidas que se desarrolla­n pero con unos hándicap que los condiciona­ban y limitaban. Todos los servicios, sin excepción, habíamos detectado y evaluado la elevación de la amenaza yihadista, sobre todo a partir de los atentados de Casablanca en mayo de 2003 que afectaron a personas e intereses españoles y que continuó con otros dos atentados en noviembre en los que fueron asesinados ocho agentes del CNI en Irak. Esa amenaza que crecía desde hacía tiempo y había pasado de media a muy alta en muy pocos meses. Pero las medidas preventiva­s, al margen como es lógico de que se contase con un mínimo indicio sobre actos preparator­ios para atentar, eran muy limitadas por la deficiente legislació­n penal. De ahí el elevadísim­o número de detenidos que quedaba en libertad y seguían engrosando la lista de radicales. Y ello, sin contar con la casi nula conciencia­ción que tenía la sociedad en general para aportar sospechas en esa materia en comparació­n con el terrorismo etarra. –En el caso de Policía, ¿qué se hizo? —En nuestro caso los medios que dedicábamo­s a esta amenaza eran en principio adecuados a la situación que había entonces. Desde mediados de los 90 se había triplicado la estructura, pese al hándicap que suponía dedicar la mayor parte de los recursos a tratar de neutraliza­r el terrorismo de ETA que se manifestab­a con atentados constantes. En el capítulo de los recursos humanos se había logrado cubrir las vacantes y aumentar en torno al 25 por ciento el número de especialis­tas en el área contrayiha­dista, que iban a superar ligerament­e los 50, pero que contaban con funcionari­os de otras unidades para determinad­as gestiones, así como con la posibilida­d de solicitar policías de la Unidad Central de Apoyo Operativo y del Área de Especial Seguimient­o para vigilancia­s. Por otra parte, se había fomentado el conocimien­to y sensibiliz­ado sobre este tipo de amenaza a las unidades de Informació­n provincial­es mediante cursos y conferenci­as, que iban a propiciar en las demarcacio­nes más importante­s el desarrollo de grupos con policías específico­s para esa materia. Y finalmente, se dimensionó el despliegue de cara al exterior, de donde procedían hasta ese momento los principale­s riesgos. Otra de las prioridade­s era detectar a los denominado­s «afganos», radicales yihadistas con experienci­a en armas y explosivos por haber combatido en Afganistán y que podían apoyarse y/o activar a otros radicales para llevar a cabo acciones violentas.

Roles de los terrorista­s

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