Muertos a puñaladas y hachazos hace 4.000 años en los Pirineos
▶ Restos humanos en una cueva de Gerona a 2.000 metros de altitud revelan episodios de extrema violencia
‘Muerte en la alta montaña’. Este título parece propio de una novela negra o de una crónica de sucesos, pero pertenece a un artículo científico publicado recientemente en la revista ‘Americal Journal of Biological Anthropology’. Investigadores del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) describen en el mismo varios episodios de violencia interpersonal ocurridos hace unos 4.000 años en los Pirineos de Gerona. Las reyertas, en las que se combatió a puñaladas, hachazos y flechazos, se cobraron al menos seis vidas, entre ellas la de un niño de alrededor de 6 años. Las víctimas sufrieron heridas mortales de necesidad: un cráneo fracturado, órganos vitales atravesados... A un adolescente le cortaron la mano de un tajo. «El objetivo era infligir el mayor daño posible», asegura Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, autor principal del estudio.
El Roc de les Orenetes (Queralbs), a 1.836 metros de altitud, fue utilizado de forma recurrente como cueva funeraria entre el Calcolítico y la Edad del Bronce (hace entre 4.400 y 4.000 años). Se trata de la práctica funeraria más habitual de esta cronología, por la que los cuerpos se iban depositando en un mismo espacio sepulcral durante un largo periodo de tiempo, incluso por parte de varias generaciones. Los trabajos de excavación arqueológica han permitido recuperar los restos de al menos 51 personas de todas las edades y ambos sexos, aunque la mayor parte corresponden a hombres adultos. El número es una estimación, ya que los huesos han llegado a nuestros días mezclados y desarticulados, y es posible que el número de cuerpos que descansaban en el lugar fuera mayor.
Pero lo que más llamó la atención de los investigadores es el hallazgo de varios huesos con marcas de corte, resultado de una gran violencia. «Sabemos por las dataciones que no se trató de un único enfrentamiento a gran escala, sino de varias peleas cuerpo a cuerpo producidas a lo largo del tiempo», indica Moreno-Ibáñez. Los atacantes emplearon hachas y dagas de cobre o bronce y puntas de flecha de piedra. De hecho, durante la excavación se recuperaron cuatro puntas de flecha de sílex. El equipo investigador encontró que las puntas de esos proyectiles estaban rotas, evidencia de que habían sido impactados y que llegaron a la cavidad dentro de los cuerpos de algunos de los individuos y no como ofrendas funerarias. Quienes enarbolaron estas armas se emplearon con saña. Se trata de las evidencias de violencia interpersonal documentadas a mayor altitud de los Pirineos. «Eso hace que este yacimiento sea bastante singular», apunta el investigador del IPHES.
La violencia no fue premeditada. «En las ejecuciones, las lesiones siguen un patrón. Aquí las heridas, la mayoría en la parte superior del esqueleto, son diferentes y se ejecutan desde distintas direcciones: por la espalda, de manera frontal... lo que demuestra movimiento y dinamismo. Todo es mucho más caótico y cada uno usa el arma que tiene a su alcance», explica el arqueólogo.
De los seis muertos por violencia, tres son varones y el resto no ha podido ser identificado. Todos adultos salvo un adolescente al que le cortaron el antebrazo a la altura de la muñeca y un niño de 6 años que, sin saber cómo acabó involucrado, tenía dos marcas de corte en los brazos. Las heridas del pequeño «no muestran evidencias de curación, por lo que se produjeron en un momento cercano a la muerte», deduce.
Algunas de las marcas son, sin duda, mortales. Cortes en las costillas o las vértebras lumbares provocados por objetos punzantes que atraviesan órganos vitales, un golpe contundente en la sien... Es difícil sobrevivir a eso.
Tensiones sociales
Quienes depositaron a sus difuntos en Roc de les Orenetes no podían vivir muy lejos. En un paisaje y con un clima muy similares a los actuales, es probable que se desplazaran a diferentes altitudes según la época del año. En invierno, a causa del frío, la nieve y el hielo, ocuparían las zonas cercanas al valle, mientras que en verano el clima más benigno les permitiría aventurarse más arriba. En esa época, las cuevas eran utilizadas como lugares de enterramiento, así que esta, aunque está bastante escondida, pudo haber sido un lugar idóneo para que los habitantes de la zona, grupos formados por decenas de individuos, honraran a sus muertos.
«Sí, es complicado llevar los cuerpos hasta ahí arriba, pero esto no supondría un problema. Seguramente, el hecho de que fuera complicado lo convertía en un ritual con más importancia social, de la misma manera que se hacían monumentos megalíticos con rocas que pesaban toneladas. Lo hacen porque tiene un significado, y el esfuerzo le aporta aún más», dice Moreno-Ibáñez.
Todo crimen tiene un móvil, pero en este caso conocerlo es muy complicado. Con la llegada del neolítico, que supuso la aparición de la agricultura y ganadería, la violencia era «una tendencia bastante habitual en Europa Occidental. Se produjeron muchos cambios en el modo de vida, transformaciones sociales que generaron conflictos entre grupos cercanos. No podemos saber el motivo de estas agresiones, pero el hecho de que fueran varias y repetidas nos dice que en la zona había tensiones sociales importantes; conflictos entre pocos individuos, a pequeña escala, pero repetidos» explica el investigador.
Como indica, «no podemos estar en su mente pero es muy probable que sus tensiones fueran provocadas por el control del territorio y los recursos naturales, ya sea la caza, el aprovechamiento del agua o las zonas de cultivo de cereales como el trigo o la cebada». En 4.000 años el mundo no ha cambiado tanto.
Un cráneo fracturado, órganos vitales atravesados, una mano cortada... El objetivo era «infligir el mayor daño posible»