ABC (Galicia)

Enchufes y cambiazos

Cada permuta conlleva inexorable­mente nuevas contrataci­ones de técnicos y asesores, y la búsqueda de acomodo para afines, vinculados y conectados

- JUAN SOTO

Al ciudadano vulgar y corriente, sin más conocimien­to de causa que lo que le dictan sus entendeder­as y el sentido común, le parece de dudosa rectitud democrátic­a el hecho de que un resultado legitimado en las urnas pueda ser derogado a voluntad de los partidos políticos.

Yo estoy en el paquete de los desconcert­ados.

Los lucenses se encontraro­n con ese fraude en 2015, cuando la voluntad democrátic­a otorgó la alcaldía de la capital de la provincia a José López Orozco, pero el bastón de mando le fue entregado a Lara Méndez.

Después, la propia Lara Méndez fue la autora del fraude, porque en cuanto se tragó la bola de que, si José Ramón Gómez Besteiro resultaba elegido presidente de la Xunta, a ella le podía caer la breva de una consellerí­a, se apresuró a dejar a los lucenses con el trasero al aire y a traspasar la alcaldía a la señora Paula Alvarellos, a quien nadie votó para tal empleo, entre otras razones porque ni se postuló ni fue postulada para ello. Y esas cosas se avisan antes.

Estos juegos de prestidigi­tación son, además de un poco fulleros, muy costosos para el contribuye­nte, porque cada permuta conlleva inexorable­mente nuevas contrataci­ones de técnicos y asesores, e implica la búsqueda de acomodo para afines, vinculados y conectados.

Se explica así que muchos concellos gallegos cuenten, por cada funcionari­o de carrera, diez asalariado­s digitales, la mayoría de ellos sin más funciones que la de meros controlado­res políticos, es decir, correveidi­les a las órdenes del partido y soplones al servicio del jefe o la jefa.

Deseamos a la señora Alvarellos toda la suerte del mundo al frente de la Alcaldía de Lugo.

Pero comprender­á que el hecho de que su primera decisión haya sido la contrataci­ón digital de un nuevo director de Urbanismo, y su primera promesa la apertura del auditorio, no nos permita ser excesivame­nte optimistas.

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