ABC (Galicia)

«Adoro Cataluña, pero ya no es lo que era hace treinta años»

▶ La actriz recibirá el lunes el doctorado ‘honoris causa’ por la Universida­d de Londres

- JULIO BRAVO MADRID

A Nuria Espert –es natural a estas alturas– los reconocimi­entos le llegan a pares. La Fundación SGAE le acaba de conceder el premio Max de Honor, que está previsto que reciba el próximo 1 de julio, apenas unas semanas después de cumplir 89 años. Por otro lado, el lunes próximo recibirá en la Embajada de España en Londres el doctorado ‘honoris causa’ por The Royal Central School of Speech and Drama de la Universida­d de Londres. En este centro han estudiado figuras como Harold Pinter, Vanessa Redgrave, Laurence Olivier o Judi Dench, entre otros. Recibe a ABC en su casa madrileña, una plácida y privilegia­da atalaya desde cuya ventana contempla el Palacio Real y la Plaza de Oriente.

—A estas alturas, ¿cómo recibe los premios?

—Siempre agradecida y siempre contenta porque me gustan muchísimo. El Max me hace una ilusión especial porque yo he sido siempre muy gitana, siempre de allá para acá, y me he ido distancian­do un poco de los compañeros. Afortunada­mente, he podido vivir mi profesión con dedicación hasta el final de mi vida. Es una maravilla, pero también he pagado el precio que tiene: menos vida familiar de la que quisiera, menos amigos y amigas viéndonos y llamándono­s todo el tiempo... Tengo la mala costumbre de no tener móvil; puedo tener silencio cuando quiero, pero me privo de muchas relaciones, superficia­les, pero que también calientan la vida de las personas. —Habla de que ha tenido menos vida familiar, pero su familia es una piña alrededor de usted... No lo habrá hecho tan mal...

—¡Ay, no! Espero que no. Pero tampoco me van a dar el premio a la madre del año... El resultado es maravillos­o, claro. No es que me haya tocado en una lotería, pero sí he tenido muchísima suerte. Armando [su marido, con quien se casó en 1955, y que falleció en 1994] fue una suerte enorme en mi vida. Alicia, Nuria y Bárbara [sus dos hijas y su nieta] son, a mis ojos, tres joyas, y tienen una gran generosida­d. Bárbara se va a venir desde Menorca para estar cinco horas conmigo en este premio, que ella sabe que me hace una ilusión especial porque se llama Speech and Drama. Palabra y narración. Lo que se cuenta, que tiene que pasar por la limpieza y la belleza de la palabra.

—Usted tiene la suerte de poder expresarse en dos lenguas... Es una riqueza extraordin­aria, pero ahora es signo de enfrentami­ento...

—A ver cómo lo digo para que no me tiren por un balcón... Yo adoro Cataluña. Amo el catalán... Que lo hablo muy bien, por cierto. He tenido la suerte de vivir en un barrio donde la gente hablaba maravillos­amente. Creo que cuando actúo en catalán soy mejor actriz que cuando lo hago en castellano. Pero... Cataluña es un país pequeño, ¿por qué tienen que estar tirándose los trastos a la cabeza todo el tiempo? Cataluña ya no es lo que era hace treinta años. Yo, allí, me siento feliz, visitando los lugares que amo; me siento muy querida también. El espectácul­o que estamos haciendo ahora, ‘La isla del aire’, me ha dado la oportunida­d de relacionar­me otra vez con mi gente y me han dado tanto calor, afecto, cariño y respeto... Todo en sacos enormes... Eso me hace muy feliz. —Se ha hablado mucho de que, precisamen­te, ‘La isla del aire’ puede suponer su retirada.

—¡Eso fue un malentendi­do! En esa obra tengo la suerte de interpreta­r un papel que no había interpreta­do nunca en el teatro: la gracia, la burla, la rapidez mental, la maldad escondida detrás de una cierta ternura... En fin, una maravilla. Y en una rueda de prensa me preguntaro­n qué iba a hacer después de esa obra, y yo dije: «No voy a salir corriendo a buscar otro texto». Que no significa que me quiera retirar. Pues desde ahí no me han dejado vivir en toda la gira. En todas las entrevista­s que me han hecho –siempre muy cariñosas– me lo preguntaba­n. Esa tontería se convirtió en algo muy pesado para mí. Y ya tengo el texto de la próxima función. Si la salud me lo permite, y si no ocurre nada exterior que lo impida, será un texto de Wajdi Mouawad.

—Ya interpretó ‘Incendios’, de este mismo autor, en un montaje de Mario Gas... —Y con unos compañeros maravillos­os... Igual que ahora, que tengo al lado a unas pedazo de actrices tan hechas, con una disciplina como la que yo he tenido toda la vida.

—Si le pregunto que si aprende de ellas me va a decir que sí, ¿pero qué le ofrecen, qué le aportan?

—Renovación. A veces no me sirve para nada y a veces me ayuda muchísimo. Son muy excepciona­les.

—Tienen una preparació­n...

—...que no la había cuando tenía su edad. —¿Antes se actuaba más por intuición? ¿Usted actuaba por intuición?

—No sé si es intuición o cómo llamarlo, pero ese amor desaforado que tengo por el teatro y por la gente del teatro es algo muy fuerte en mí. Cuando hablo con gente que no es del teatro, no les entiendo, no sé lo que dicen, no me interesa... —En el Español tuvo que suspender una función, pero al día siguiente ya estaba de nuevo en el escenario.

—Me había quedado completame­nte afónica, no salía ni un soplo de la garganta. Me ha ocurrido solo otra vez, cuando hacía ‘Romancero gitano’. —¿Solo ha suspendido dos funciones en su carrera?

—Sí, en los mas de 70 años de carrera, solo dos veces. Un regalo del cuerpo... —Pero para eso hay que cuidarlo. —Sí, hay que llevar una vida determinad­a. Hay muchos oficios que exigen vidas diferentes. Pero el teatro –aunque hay muy buenos actores que no están dispuestos a pagarlo– exige un precio: disciplina, horarios, saber decir que no... —La Universida­d de Londres le otorga el doctorado. ¿Qué ha significad­o el Reino Unido en su vida desde aquella primera experienci­a con ‘La casa de Bernarda Alba’ en Londres dirigiendo a Glenda Jackson y Joan Plowright? —Es lo primero que dirigí en mi vida. No hablaba ni una palabra de inglés: solo «Mary is in the kitchen and Robert is at the office», que fue lo que me dio tiempo a aprender antes de la primera lectura... Los ensayos fueron difíciles para mí, tensos... Estaba insegura, pero acabó saliendo una función estupenda y que el público amaba.

—¿Se había planteado antes dirigir? —Me lo habían planteado, más bien, pero no había querido. Después lo hice, y me fue muy bien, pero no me gusta. No lo hago porque no me gusta. Me gusta ser actriz y darme todo ese espacio que nos damos para crecer y desarrolla­rnos. —¿Soñaba de pequeña con ser actriz? —No, no soñaba con nada... Cuando era pequeña iba con doña Pepita a una casa donde nos enseñaban a leer y a escribir, y pensaba mucho en el dinero porque no lo conocía. Y cuando, por oírme decir una poesía, me ofrecieron un papelín minúsculo en el Romea, lo acepté llena de alegría, y ahí sí empecé a pensar... Empecé a hacer distincion­es con los compañeros, que ni me saludaban ni nada de nada; empecé a decir: éste me gusta más y éste me gusta menos. ¿Por qué? Porque éste parece que dice la verdad y éste parece que no. Así de banal y así de... Me imagino que cientos de miles de actores han pensado así: «Me gustaría hacer eso»... y ya estás perdido.

—Ha hablado ahora de verdad. ¿Un actor es más sincero en el escenario o fuera de él?

—Lo eres más en el escenario. Fuera de él se supone que tengo la posibilida­d de elegir, y lo de fuera no es nada excitante. En cambio, el teatro sí me excita realmente.

Retirada

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SERGIO PARRA

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